El diario de Mirella

Día 10 (miércoles)

La casa de Magaly era grande y, en ese momento, sólo éramos tres las inquilinas. Ella dijo que sus padres viajaban mucho, y muchas veces tardaban meses en volver, pero no estaba sola ese tiempo, sino que su nana la cuidaba. La mujer era anciana y tomaba muchas siestas en el día, como en ese momento.

Magaly había insistió en ir a su habitación, a pesar de siempre negarme. Harta de mi negativa, decidió persuadirme. Tomó mi muñeca y corrió escaleras arriba junto conmigo.

Llegue sin aire. Ella se sentó en la cama y saco un pequeño cuaderno.

—Primero hay que organizarnos —dijo mientras apuntaba.

No me sentía cómoda en ese momento.

***

Había descubierto que Magaly era muy inteligente, ella habría podido realizar la tarea por sí sola si quisiera, la media hora que dedicamos al trabajo era el comprobante.

Miré los detalles en su cuarto, hasta que ella me observó intensa.

—¿Pasa algo? —pregunté.

—¿Qué te gusta de una mujer?

Su pregunta me hizo sonrojar

—Yo no...

—No lo niegues, te he visto mirando a Rosa. La forma en como la miras es de deseo.

Me quedé mirándola. No entendía a qué se refería con deseo. Yo quería a Rosa y pensaba que disimulaba mi amor por ella ante el resto.

—¿Los pecho? —preguntó, aun insistente.

No sabía que contestarle ni qué buscaba con esa pregunta.

—Así que es eso —volvió a decir.

Sus manos buscaron los botones de su camisa del colegio. Sentí mi rostro arder. Ella miraba juguetona y, de a poco, comenzó a desabotonarlos.

Su brasier era blanco con encaje.

—Tengo que irme —dije, con torpeza.

Magaly hizo un movimiento negativo y cuando estaba por iniciar mi huida, ella me empujó a la cama y se sentó en mis caderas.

—Recién he empezado.

Ella tomó mis manos, el toque fue delicado, y las llevo a sus pechos. Sus senos eran grandes. Incitaba a qué la toque.

—Mis senos son más grandes que los de Rosa —dijo—. Se siente bien tus manos —suspiró.

Magaly estaba guiando mis manos en movimientos en círculo. Me gustó sentir la suavidad de su piel sobre la tela. Y de pronto, mis manos no necesitaron una guía para masajear a Magaly, me había acostumbrado. Mi curiosidad despertó al verla suspirar, quise ver más allá de la tela de la ropa con encaje.

Jalé la ropa a los costados, dejando al descubierto los dos pechos, los pezones eran claros, una mezcla de rosado y marrón claro.

Magaly sonreía divertida.

—La curiosidad mató al gato —dijo.

Ella se inclinó sobre mí. Sus pechos se movían de un lado a otro y tomó uno, llevándolo a mi boca.

Yo me sonroje.

Ella me hizo abrir la boca y metió el pezón.

—Succiona —ordenó.

Obedecía.

En un momento de su éxtasis, vi a Magaly débil y decidí que era la oportunidad para irme de allí. La empujé a la cama y salí rápido del cuarto, de la casa y si fuera posible de la vida de Magaly.




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