El diario de secretos

Cap. 9: Fiesta y problemas

"— ¡Yo no quiero los regalos! ¡Quiero a mamá y a papá! —gritó con voz chillona."

Caminaba hacia su forma intranquila, no podía creer que tomar esa rama había sido algo tan sencillo, tranquilamente se podía confundir con una parte de un Jacarandá, solo que sus hojas eran mucho más brillantes de lo normal. 

Había sido demasiado sencillo y eso en parte la sobresaltaba, quizás su maestra se había equivocado al prevenirla tanto. En un principio pensó que solo se trataba de una broma, pero ahora que lo había meditado, con la mayor cantidad de sensatez que podría pensarse una situación como la suya, creía que podía haber represalias. Ahora solo le quedaba contactarse con ella.

Su misión por fin había sido completada, aunque era un peso menos en sus problemas, había algo que la mantenía incómoda y distraída.

Esa mañana había tenido un mal sueño.

Era joven, resaltaba entre todos los demás por su baja estatura y lo joven que se veía, caminaba mientras los chicos murmuraban a sus espaldas, ella solo bajaba la cabeza y seguía, iba a su lugar. Malditos idiotas, los odiaba, pero quería ser como ellos. Quería que su hermano esté con ella, pero no podían debían ser separados.

Tocó la campana, la chica con sus dos coletas se acomodó los lentes gigantes que tenía y subió con su maestra al salón.

Encontró un asiento vació y se sentó allí. Miró por la ventana y pensó. ¿Qué le costaba fingir ignorancia? Podía actuar como los niños de su edad y estaría en el jardín jugando. Quizás así sus padres le prestaran más atención y no estuviera en su casa con esa mujer.

—Hola —dijo una voz suave y ella volteó, a su lado estaba una chica con pelo negro, sus ojos eran como la noche, estaban vacíos, parecía no tener alma. Tenía ojeras y una piel pálida. Se veía más o menos de su edad, bajó su mirada y cerca de su rodilla vio un extraño tatuaje, lo que le encantó fue su hermosa y grande sonrisa.

—Hola —respondió con educación—. ¿Cómo te llamas?

—Soy Lilim —le respondió muy feliz.

—Mucho gusto —ofreció su mano, ella la aceptó, estaba fría.

— ¡Señorita! —gritó su maestro, un hombre con una mirada severa y unos lentes que se le caían constantemente.

— ¿Si? —dijo notablemente intimidada con su voz encogiéndose sobre sus hombros, todos se dieron vuelta para ver lo que sucedía.

— ¿Con quién habla? —preguntó molesto.

—C-con Lilim —tartamudeó nerviosa. Todos en el salón se rieron, se sintió muy mal—. No puede ignorarla así, es muy cruel —hizo un puchero, siempre la habían tratado así.

— ¿Me está tomando el pelo? A su lado no hay nadie —no aguantaba ese tipo de chiquilinadas. Se suponía que ella estaba allí porque superaba el estándar, pero se comportaba como alguien de su edad y eso le irritaba. ¿Cómo a alguien como él le ponían una chica tan tonta?

—Si, está Lilim... —dijo firme. El hombre se acercó desafiante, apoyó sus puños en la mesa de la pequeña y la miró a los ojos.

—No hay nadie —le gritó y levantó el banco molesto tirándolo sobre ella el grado lo veía sorprendido, si ese era el carácter del profesor el primer día de clases no querían imaginarse el último.

Antes de que la niña pudiera reaccionar Lilim se levantó y parecía haberlo golpeado. Luego miró a la niña con una sonrisa, esta se la devolvió. Creyó que lo había noqueado, quizás todavía no estaba muy familiarizada con el concepto de la muerte.

—Gracias por dejarlo durmiendo.

—Un gusto —le respondió sonriendo luego le agarró una extraña y tierna timidez—. ¿Mejores amigas para siempre? —dijo extendiendo sus brazos, en un gesto para pedirle cariño.

¿Una mejor amiga? ¿Alguien le estaba pidiendo cariño? Hace mucho tiempo que no pasaban cosas como esas.

—Para siempre —dijo abrazándola con seguridad.

No quería seguir pensando en ello, así que cuando llegara a su casa se bañaría, comería y vería la televisión con Candela o se metería en la pileta. Sonaba perfecto, después de todo se sentía sofocada.

Abrió la puerta de la casa, estaba todo a oscuras, lo consideró extraño, quizás se cortó la luz, clásico corte en verano, por alguna razón las empresas de energía siempre tenían problemas en esa estación, quizás porque la gente usaba demasiado el aire. 

Estaba pensando en esas cosas cuando se escuchó un "Feliz cumpleaños, Candy" que la sobresaltaron, las luces se prendieron, detrás del sofá salieron sus amigas y Candela sonriendo con una torta en las manos. Al lado de la puerta se encontraban dos ancianos y un hombre de unos... 32 años. 



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En el texto hay: demonios y angeles, diarios magicos, guerras magicas

Editado: 28.04.2020

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