No pude dormir esa noche pensando en lo que había sucedido, no lo entendía, estaba tan segura de que había estado unos cuantos minutos en esa habitación, y había quedado claro que no era parte del juego, nada tenía sentido. Di vueltas en la cama, me desvelé tratando de pensar en una razón lógica pero cada una era más tonta que la otra.
Ya que no podía dormir, me decidí a seguir leyendo el diario de Susan:
17 de julio de 2008
Querido Diario:
Las noches en este lugar son cada vez más aterradoras, no puedo dormir escuchando los extraños sonidos que provienen del jardín. Mi abuelo cada día empeora más y eso me preocupa, dice incoherencias como que el fin está cerca y que debe decírmelo todo antes de partir, no entiendo de qué está hablando, pero estoy cada vez más segura de que se trata de la casa.
No deseo que se vaya, pero al mismo tiempo me muero por saber qué secreto oculta con tanto fervor.
—¿De qué secreto estará hablando? —me pregunté a mí misma mientras ojeaba intrigada las páginas del diario, pasé una tras otra sin nada nuevo que me ayudara a esclarecer el misterio de la casa Lowell.
A la mañana siguiente me desperté muy tarde con el diario sobre la cabeza, me había quedado dormida leyéndolo; por suerte mi madre no había entrado a mi cuarto; o habría visto el diario. Por alguna razón que todavía no me explicaba no deseaba mostrárselo.
Deseaba seguir leyendo más, sentía que estaba cerca de encontrar la verdad, había leído casi un año entero de los recuentos del día de Susan y todavía no encontraba algo que me dijera qué era lo que pasaba, «quizá deba saltar hasta el final» pensé. Me sentía muy tentada a hacerlo, pero no quería perderme ningún detalle de su desaparición.
Guardé el diario de nuevo en el compartimento secreto del armario y me preparé para otro día aburrido y monótono de escuela. La rutina era algo que deseaba romper con todas mis fuerzas, pero me era imposible escapar de ella. Suspiré con desgana, me miré al espejo e inevitablemente recordé el suceso de la noche anterior. Todavía me desconcertaba cómo era posible que hubiesen pasado aquella cantidad de horas y yo no lo hubiera notado.
Sacudí mi cabeza tratando de convencerme de que yo estaba loca, sí, eso era, me había vuelto loca por un lapso de tiempo y por eso no lo había notado.
Decidí no pensar más en eso después de aquella obvia solución y me fui a la escuela.
—Hola, Anne —saludó Jason cuando lo encontré en la calle mientras caminaba.
—Jason —le dije sin muchos ánimos, me sentía desanimada, cansada, no sabía que estaba pasando conmigo.
—¿Estás bien? —El genuino tono de preocupación en su voz encendió una chispa en mi interior, se estaba preocupando por mí.
—Sí, eso creo —respondí con desgana, no quería que él supiera que me importaba lo que pensara de mí.
— ¿Es por lo de ayer? —indagó. Hice un mohín, no quería volver a hablar de eso.
—No quisiera hablar de eso si no te importa.
—Está bien, no diré nada entonces. —Se acercó a mí y me tomó de la mano, eso me agarró por sorpresa, estuve a punto de preguntarle qué estaba haciendo, pero me abstuve de hablar, me hacía sentir muy bien su contacto, aunque yo sabía que eso no podía significar nada. Sonreí y lo miré como idiota, él no habló; solo siguió caminando con nuestros dedos entrelazados. Caminamos así, en silencio hasta llegar a la escuela.
—¿Qué clase tienes ahora? —me preguntó.
—Física —le dije poniendo cara de sufrimiento, él se rio.
—¿Nos vemos después entonces?
—Sí. —Fue lo único que le pude decir, Jason me confundía demasiado, a veces era amable, a veces era el tipo más odioso del mundo, sentía que me quería y otras veces que me detestaba. Era incomprensible.
Llegué a la clase a tiempo para aburrirme durante dos horas con la clase de física, no se me daba muy bien la materia, quizá si le pusiera atención entendería un poco más, pero me era muy difícil concentrarme en el profesor. Era uno de esos profesores que habla, y habla, y habla durante horas, después de los primeros quince minutos de parloteo empiezas a perder el interés. Para cuando lleva una hora hablando ya no sabes si te está explicando la segunda ley de Newton o si te estaba contando sobre la otra vez que estuvo en la universidad y sus profesores le decían: “si no entendiste no es mi problema”.
—Al menos, yo, chicos, les explico, deberían considerarme por eso. —Así justificaba el que hablara tanto, «¡Dios! Que alguien lo calle» pensé. Para distraerme empecé a hacer garabatos en el papel, hasta el momento no me había dado cuenta de lo que estaba dibujando, abrí los ojos como platos al mirar el papel.
Era el jardín, o algo así, eran las formas, los círculos y los triángulos, me sorprendí a mí misma dibujándolo porque no estaba pensando en el lugar, mis pensamientos se habían dirigido a ignorar al profesor y pensar en Jason, no entendía cómo aquel dibujo había logrado plasmarse en mi subconsciente hasta llegar a pintarlo.
Arranqué la hoja y traté de ignorarlo, me sentía cada vez más extraña, me dolía la cabeza, como si algo en mi cerebro fuera a explotar, ¡¿qué rayos pasaba conmigo?!