El Diario de Susan Lowell (trilogía "Los Diarios")

Símbolos

Abrí los ojos de golpe, estaba muy agitada, mi cuerpo temblaba y sudaba a chorros. Recordaba claramente el sueño que había tenido, ¿había sido un sueño? ¿O era algo más? El nombre resonaba en mi cabeza como si lo hubiera escuchado mil veces antes: “Zerathuns”, ¿quién rayos eran los Zerathuns? Me dolía la cabeza, realmente me sentía confundida, ¿qué significaba todo eso? ¿Acaso los extraterrestres se comunicaban conmigo?

Miré el reloj, era muy de madrugada, casi las cinco, no tendría clases sino hasta dentro de dos horas, pero no pude volver a conciliar el sueño. Me quedé tendida en la cama mirando el techo, repitiendo ese nombre una y otra vez, ¿dónde lo había oído antes?

—¡Susan! —grité de pronto, había olvidado que su abuelo le mencionó sobre ellos antes. De inmediato me levanté y fui a buscar el diario.

Temía encender la luz del armario y que alguien pudiera verla por los bordes de la ventana, pero sopesé la idea, a esta hora nadie estaría despierto.

El diario seguía en el mismo lugar en el que lo había dejado tirado, al lado de uno de los baúles. Lo tomé y busqué la parte de la historia del abuelo de Susan:

«… Richard vio el planeta del que venía y como había llegado hasta ahí, vio que otros extraterrestres lo atacaban a él y a su pueblo, los Zerathuns…»

No podía creerlo, o yo me estaba sugestionando demasiado o en realidad pasaban cosas muy extrañas aquí.

Entonces recordé el sueño: “Necesitamos que nos ayudes”.

«Que les ayude ¿a qué?», pensé, todo era muy confuso, si lo que estaba pasando era real deberían ser más claros.

Pasé la siguiente hora revisando el armario, tratando de encontrar alguna pista, indicio o lo que fuese que me ayudara a desvelar todos los misterios que rodeaban a la casa y a Susan, pero no encontraba nada.

—Tiene que haber algo aquí —resoplé.

Recordé entonces que había un baúl vacío, donde Susan ya había ocultado una pista, «¿y si hay más?». Tenía que haber más, estaba segura de que Susan no dejaría cabos sueltos; al menos eso pensaba; quizá si los había dejado. No podía rendirme, me acerqué de nuevo al baúl levantando el compartimento secreto que estaba en la tapa, se encontraba vacío a diferencia de la última vez que lo había abierto, cuando encontré la llave. Lo examiné más detenidamente, sabía que tenía que encontrar algo, cualquier cosa, pero no había nada.

Por más que quisiera aparecer mágicamente algún indicio, sabía que no encontraría nada. Las horas pasaron y no me había dado cuenta de que ya era de día, debía ir al colegio, pero no tenía ganas, quería quedarme ahí y descifrar todos los misterios del diario y de los extraterrestres.

Algo llamó mi atención antes de salir del armario, algo que no había notado ninguna de las veces que había entrado, colocado de forma muy meticulosa había un lapicero dentro de uno de los baúles; el que estaba frente a la ventana; no había llamado mi atención antes porque no lo creí importante, pero una luz en mi cabeza brilló como si la respuesta hubiera sido la más obvia de todas: ¡tinta invisible!

Claro, eso tenía que ser, lo más seguro era que Susan hubiera escrito lo del manuscrito en una especie de tinta invisible que solo pudiera verse con el reflejo de una luz especial, como la ultravioleta. Tomé el lapicero y con rapidez busqué las páginas vacías del diario.

Mi decepción fue grande cuando vi que ninguna de las páginas se iluminó con alguna especie de tinta, ni surgieron palabras de ellas. Suspiré con desgana y me senté a contemplar el baúl, tomé los dibujos de Susan y me puse a observar de nuevo el jardín. Sentía que tenía la respuesta justo frente a mí, pero no podía verla. Lo observé de todas las formas posibles, de todos los ángulos, pero en el dibujo tampoco aparecía ninguna respuesta.

Resignada salí del armario y me cambié para ir de nuevo al colegio. A veces me sentía realmente sola, deseaba en esos momentos contarle todo a Jason, quería apoyo, sabía que necesitaba ayuda, pero no podía contarle las cosas, no ahora que estaba tan cerca de saberlo todo.

  •  

Las horas en la clase pasaban casi tan lento que sentía que el reloj había confabulado con el universo para matarme de aburrimiento, no dejaba de pensar en el armario y en mi sueño, los Zerathuns querían mi ayuda, ¿realmente eso habría sido más que un sueño?, ahora estaba casi segura de que había soñado con ellos muchas veces, a mi memoria venían rastros de lo que parecían recuerdos de voces y paredes blancas. Ya antes había visto esas paredes blancas en la feria y me habían parecido extrañamente familiares, y también estaba el desfase del tiempo en que me había perdido, quizá todo estaba conectado.

—¡Claro, eso es! —dije en voz muy alta, el resto de la clase volteó a mirarme, incluidas mis amigas que me veían con cara de loca.

—¿Sabe la respuesta señorita Taylor? —preguntó el profesor, no pude evitar sonrojarme, por supuesto yo no estaba pensando en el problema de matemáticas que estaba frente a mí, solo pensaba en la solución a los extraterrestres.

—Aamm, no, lo siento —admití apenada, el profesor se volteó y siguió dando la clase, no sin antes echarme una mirada de recelo, sabía que no le estaba poniendo atención, pero no creí que eso le molestara.



#115 en Ciencia ficción
#1969 en Otros
#123 en Aventura

En el texto hay: misterio, ciencia ficion, amor

Editado: 08.01.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.