El Diario de Susan Lowell (trilogía "Los Diarios")

La Gema

Grité desde lo profundo de mi garganta, mi mano se aferraba con desesperación a la saliente que ahora era mucho más estrecha, estaba colgando de un enorme acantilado, completamente sola y sin ayuda. La mano me dolía pues la roca era un poco filosa y no sabía cuánto tiempo más aguantaría. Traté de aferrarme con la otra mano, pero el peso de mi cuerpo me lo impedía.

Los dedos me dolían cada vez más, como si un montón de clavos se enterraran en ellos al mismo tiempo, sentía como la sangre empezaba a brotar de las heridas cortantes que me estaba haciendo la roca. No pude evitar mirar hacia abajo, hacia mi inminente final, el agua golpeaba la roca y me salpicaba, como deseando que cayera de una vez.

Sabía que no iba a aguantar más tiempo, nadie sabría dónde estaba, moriría allí en ese lugar, me preocupaba por mi madre y mi padre, el dolor que les causaría, ellos ni siquiera tendrían un cuerpo al que llorar.

La mano me sudaba y la sangre que brotaba no me ayudaba a aferrarme de la roca, sentía como los dedos empezaban a deslizarse por el lugar cuando sentí un toque suave sobre ellos, aquella mano me tomó de la suya.

—¡Dame la mano, Anne! —me gritó, estaba tan asustada que en ese momento no pude reaccionar a la sorpresa de encontrarlo justo en ese lugar, como pude alcé la mano y se la di y él me subió con toda la fuerza que pudo hasta que ambos estábamos arriba, alejados de la saliente.

Caí sobre su cuerpo, respirando agitada, Jason también sudaba y parecía visiblemente preocupado.

—¡Jason! ¿Qué…? —No pude terminar la pregunta, pero era muy clara: ¿qué rayos estaba haciendo él ahí?

—¿Estás bien? —me preguntó, evadiendo la mía.

—Sí —dije casi sin aliento, el corazón aún me latía muy rápido, aunque hacía unos segundos ni siquiera lo sentía—. ¿Qué… estás… haciendo… aquí? —pregunté con la voz entrecortada mientras trataba de recobrar el aliento y calmarme.

—Te seguí, y qué bueno que lo hice, si no ahora serías comida de peces.

—¿Cómo…?

—Te estoy siguiendo desde que fuiste al cementerio.

—¿Qué? —Así que no estaba tan loca después de todo, era él quien me seguía esa noche, los pasos, seguramente eran suyos.

—Solo dirás ¿qué?, ¿cómo?

—Eres un idiota.

—Gracias, Jason, me salvaste la vida —dijo él haciendo una mala imitación de mi voz.

—Gracias —repliqué sin muchos ánimos.

—Bien, ¿ahora qué?

—¿Ahora qué? Tú te vas, yo sigo.

—Ah no, no, no, ni lo sueñes, no pensaba dejar que me vieras, pero ya que te salvé, me lo debes, yo voy contigo.

El miedo que había sentido era rápidamente reemplazado por la rabia, cómo se atrevía a exigirme algo después de todo lo que me había hecho, seguirme, eso era lo último, Arkud tenía toda la razón acerca de él.

Iba a abrir mi boca para protestar, pero me detuvo.

—Voy a ir contigo, quieras o no, no puedes obligarme a volver.

—Está bien —acepté de mala gana, sabía que no iba a convencerlo de volver, y la verdad era que necesitaba ayuda, él sonrió.

—Sigamos entonces.

—Bien, toma. —Le pasé la cuerda para que se la atara a la cintura, yo hice lo mismo, quedando unidos por la misma cuerda—. Para no perdernos o separarnos.

Él se la amarró obediente y me siguió por la saliente del acantilado, después de mi caída me había asegurado de pisar bien antes de dar el siguiente paso, lo lógico fuera que Jason liderara el frente, mejor a él que a mí, pero no iba a arriesgarme a que se acercara a la gema primero que yo.

Llegamos a la escalera natural de la cueva y empezamos a descender por ella hacia la oscuridad de la enorme caverna, el agua golpeaba la roca con fuerza de vez en cuando, pero a medida que nos adentrábamos más a la cueva el nivel del agua iba bajando.

Cuando por fin llegamos al interior, el suelo estaba totalmente libre de agua, aunque se veía húmedo y supe que la marea aumentaba por las noches, y al parecer inundaba la entrada de la cueva incluyendo la escalera natural hasta una parte bastante elevada, se veían las marcas del agua en la roca.

—No podemos quedarnos aquí demasiado tiempo —advertí a Jason, que pareció estar totalmente de acuerdo con mi idea.

Encendimos las linternas (Jason había traído su propio equipo) e iluminamos la cueva.

El sitio era gigantesco, el techo de la cueva estaba cubierto de algunas estalactitas que lo hacían ver un poco aterrador, por suerte no había murciélagos, pero temí encontrarme con alguna araña gigante como las de la selva.

No sabía cuándo me toparía con la primera trampa, pero debía advertir a Jason sobre ellas antes de que fuera a cometer alguna estupidez.

—Jason, esta cueva está llena de trampas, debes tener cuidado.

—Está bien, y ¿qué clase de trampas?

—No lo sé, por eso debes tener cuidado.

Avanzábamos en silencio, temiendo que las estalactitas del techo pudieran caer sobre nosotros, yo no era experta en geología, pero había visto muchas películas como para saber que eso podía llegar a suceder.



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En el texto hay: misterio, ciencia ficion, amor

Editado: 08.01.2022

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