Nos encontramos dentro de un cuarto en el que hay una televisión con las noticias del clima como música de fondo. Desperdigadas, en plan travieso, prendas, zapatos y calzones sueltos y fugitivos en torno a una cama sin funda, y sobre ella, un chico y una chica vestidos aunque no tengan la ropa puesta. Entre ellos hay una almohada de distancia, y más allá una ventana donde ya no se asoma la luna, ni el sol, ni la coincidencia entre sus miradas. Hace mucho que no se miran ni se preguntan si quieren el café solo o con un poco de azúcar. El brillo se les apagó hace mucho en las pupilas, y ahora solo se alumbran el rostro respectivamente con la luz blanca de sus celulares por las noches.
No se hablan porque ya no funciona la complicidad en pareja, pero no son capaces de decirlo, porque por eso mismo ya no se hablan. Ni siquiera se piden la hora, porque sus relojes están desincronizados. El mejor plan que tienen es buscar cada cual por su lado alguien del mismo huso horario, alguien en el mismo espacio y el mismo mundo. El chico, por ejemplo, entra a un chat de citas durante sus ratos libres fuera del trabajo paseándose entre muchos “hola, cómo estás?”, “bien, ¿y tú?”, “bien…”. Todo lo que encontraba era una marea interminable de conversaciones cortas y triviales, frases quizá escritas con brío pero esterilizadas por el procesador de palabras. El chico no es la excepción, se siente terrible y no parece lograr digitalizar sus emociones como se digitalizan los caracteres. Resignado, atrapado en la soledad de su compañía insípida, no halla qué hacer con sus sentimientos.
Una noche, husmeando en la misma aplicación de citas, y cuando ya empieza a creer perdida su suerte, una ventana anónima de nombre MuffinGirl19 ocupa todo su campo de visión con un “¿has tenido suerte?”. La reacción automática del chico fue de enarcar una ceja, mirar de izquierda a derecha para asegurarse de que su novia no lo estaba viendo, y esperar cinco segundos. Seis. Quizá unos siete por regla social intrínseca en el acto del apareamiento cibernético: “No tanto, aquí la gente es aburrida o… rara” respondió el chico bautizado por el anonimato como PizzaBoy21. La conversación sigue y sigue y el chico en la vida real decidió que aquella chica estaba tocando una hebra en su interior hace mucho tiempo escondida. “¿Y si me llega a gustar esta nueva chica?” Se preguntó PizzaBoy21, que en el fondo su yo real, el chico, no quería serle infiel a su novia, así que empezó a contarle a MuffinGirl19 cosas que creyó que nadie le gustaría escuchar siendo uno mismo, como su gusto por los videojuegos o el cine independiente, y para su sorpresa, a ella también le interesaban esos temas.
Las noches que siguieron transitaron por corriente de aguas desconocidas. A PizzaBoy21 no le importaba a dónde iría a desembocar aquella nueva relación, sino que disfrutaba la temperatura del agua que lo arrastraba lentamente hacia un horizonte desconocido, uno en el que no hizo falta nombres, descripciones físicas o superficialidades.
Y de nuevo, mientras que en el rabillo del ojo se encontraba su novia al otro lado de la cama, enfrascada en trabajos de su laptop, el chico disertaba con su corazón. “pero no quiero serle infiel a mi novia” se decía, y de nuevo intentó hablar de cosas aburridas para espantar a MuffinGirl19. Cuando empezaban su tertulia nocturna, la hora en la que acordaron hablar siempre, coincidían en todo lo de siempre: el gusto por el arte vanguardista, Japón, libros, los lugares que querían visitar, lugares favoritos para salir, ¡frecuentaban el cine del mismo centro comercial! Coincidirían incontables veces en aquella oscuridad sin saber de la existencia del otro.
Pero aunque tuviera una conexión de banda ancha amorosa con MuffinGirl19, en la vida real el chico seguía teniendo novia. ¿Quién sabe? Interesante y elocuente, pero a lo mejor la chica era fea, pensaba. Y rondando en torno a razones para romper el encanto, una noche furtiva bajo sábanas le pidió una foto a MuffinGirl19. Al principio creyó que en efecto, era fea, porque estaba dándole muchas vueltas al asunto, pero al final logró convencerla de que lo hiciera. Estuvo en espera unos minutos hasta que por fin.
3…
2…
1…
PizzaBoy21 hizo clic en el la foto y... No recordaba haber visto una piel tan fina, elegante, casi aterciopelada a través de los pixeles, un lienzo en blanco con un cardumen de pecas marrones, accidentadas y asimétricas, como si el arista encargado de ensamblarla estuviera largo rato pensando en cómo enamorarlos a todos, terminando él enamorado delante del lienzo con el pincel chorreando las pecas.
No recordaba haberse enamorado así antes. “¿Qué ocurre?, ¿soy fea, verdad? :(” Preguntó MuffinGirl19, que seguía en línea. El chico le respondió con una foto suya y cerró su cuenta de chat.
No recordaba que su novia fuera tan espectacular como la primera vez que se consagraron al amor. Ella, que estaba su lado, se giró para verlo, y él hizo lo mismo. Se unieron en un efusivo abrazo y dejaron de ser desconocidos de chat.