Un chico entró en contacto visual con una chica que estaba en el andén. Cuando dos personas se ven de la misma forma, cualquier situación sucediendo alrededor se magnifica, porque allá la vio, a una cercanía lejana, estando parada en una franja de sol y era como estar sobre un pedestal de luz. La vio allá, en el andén, esbozando una sonrisa que afloró en sus labios como por fotosíntesis de la luz que la rodeaba. El chico elevó la mano como quien no ve en la oscuridad, intentando alcanzarla, pero las puertas del tren se cerraron y todo lo que quedó de su imagen era un retrato acristalado que se iba desplazando hacia la izquierda, quedando sepultada por la esquina del cada vez más pequeño andén antes de avistar solo la negrura del túnel.
El chico se bajó en la siguiente estación y tomó el tren opuesto para encontrarse de nuevo con aquella chica, pero para entonces, la chica ya se había ido. Pensó que si la había hallado esperando los trenes de aquel lado, entonces iba en su misma dirección, entonces retomó el tren de la dirección inicial y se movilizó hacia la siguiente estación. Allí tampoco estaba, pero, ¿y si ella también lo estaba buscando? Entonces debía aguardar allí a la espera de que diese la vuelta tal como él lo hizo. Pero la chica seguía demorándose, y nuevas disertaciones lógicas llegaron a revolotear en su cabeza, ¿y si ella también estaba esperándolo, pero en la estación anterior? Tal como un dado que se arroja, y que lanzará un único resultado, por lo que el 1 y el 6, dos caras opuestas, nunca podrán cruzarse.
Tenía que dejar de jugar a las probabilidades y esperar, esperar y esperar un poco más. Todavía más. Alguien le tocó el hombro. Era la chica, la misma de la sonrisa fotosíntesis y pedestal de luz. Toda ella hecha una princesa, con gracia, con feminidad, le preguntó:
―¿Sos vos Ricardo?
―No, me llamo Felipe.
―¡Oh! Disculpa. Pensé que… Nada, no importa.
La chica simplemente se aleja, toma el tren a punto de cerrar sus puertas. La vería de nuevo partir en el lento desplazamiento, adquiriendo fuerzas para finalmente despegar hacia el desconocido “hasta nunca”.
No hay que desesperarse por encontrar el amor. El amor no se encuentras, sino que te encuentra a ti, y a veces es mejor solamente esperar a que suceda.
―¡Espera! ―gritaba el chico mientras corría hacia las compuertas del tren en medio del cierre―¡Me iban a llamar Ricardo cuando nací!
Pero nunca desaproveches la oportunidad. Una aventura, así como el metro en horas pico, no esperará a que te decidas.