El Diario de un Bastardo Arrogante

Los Nueve trámites burocráticos

                Bajo el cielo estaba la cresta de una montaña, y sobre la montaña un círculo de rocas como costillas abiertas, y en medio, dejando un rastro de niebla, una roca aún mayor, y sobre la roca mayor, un pedestal rascándole el vientre a las nubes. Y allí yacía un enorme cuerpo de reptil enrollado en sí mismo, con crestas filosas y dos cuernos sobresaliendo de la silueta. Dormía, o era el sonido de la montaña roncando. O dormía.

                Cuando la joven guerrera vio todo esto en frente de ella, desenvainó una espada del cinto de piel de oso y esgrimió en alto, generando un siseo metálico a propósito. La bestia delante entendió la insinuación intrusa, porque en seguida elevó el cuello de arbotante y toda su infraestructura se estremeció para esta acción. La  quijada en alto proyectó una sombra sobre la guerrera, y la bestia parpadeó, desembarazándose de las legañas y el sopor. Miró de lado a lado hasta chocar con la mirada áspera de la intrusa. Se miraron por un espacio incómodo de tiempo innecesario, porque no había ánimos mutuos de hostilidad. El dragón abrió por entero su hocico, bostezó y soltó una exhalación de fastidio.

                La mujer hizo una rápida cabezada, espada en ristre, confirmando sus intenciones.

―¿No tienes nada mejor que hacer, verdad? ―habló el dragón con una resonancia explosiva entre la de un león y un lobo.

―Mejor hagamos esto rápido. Sólo por esta vez le doy, señor dragón, la oportunidad de ponerse en guardia, y luego, a lo nuestro.

                El dragón se sacudió como un águila, moviendo la membrana de sus alas, desplegándolas, levantándose por entero, para volverlas a plegar.

―Si has venido a matarme, lo más sensato habría sido hacerlo mientras dormía, ¿no crees?

―No hay nada de honorable en hacer eso, señor dragón. ―Y habiendo dicho esto, la guerrera hizo una maniobra giratoria con la espada en plan de intimidación―. Yo soy justa con mis oponentes.

―No, no habría sido honorable. Habría sido tener sentido común. Por si no lo has notado, te supero en tamaño, peso, envergadura y poder destructivo.

                La guerrera bajó la guardia, pero mantuvo en alto la punta de la espada.

―Escucha, sólo trato de hacer las cosas de la mejor forma, como le gustaría a la gente que sucediera. Matar a una desolación alada inmortal y guardián de eras pasadas y venideras mientras duerme no tiene chiste.

―¿Y acaso importa?

―De hecho, sí, porque nos están mirando.

―¿Quiénes?

―Los que escribirán nuestra historia.

                El dragón echó un rápido vistazo hacia el cielo, ladeó la cabeza y volvió a mirar a la guerrera.

―Ah, claro, vienes por eso ―dijo y luego hizo un bostezo ceniciento―. Por lo mismo que todo el mundo. Quieres una historia para un libro. Que sorpresa. ¿Para qué otra cosa vendrían a visitar el nido de un dragón?

―No me interesa en absoluto su desilusión, señor dragón. Yo sólo vine a pelear.

―Ni a mí tus razones.

―Entonces, si ya está claro mi propósito aquí, sería mejor ir al grano. Prepárese, que aquí…

―¡Un momento, muchacha tonta!

                Para cuando la guerrera estaba dando dos y un tercer paso, frenado en seco, en posición de envite, el dragón se posicionó de sus cuartos traseros, totalmente erguido. La guerrera, que no parecía complacida con el sedentarismo del dragón, pues sentía que éste la subestimaba, dio un pisotón en conjunto a un manotazo al aire.

―¡Lo quiera o no, hemos de desencarnar una batalla ahora mismo!

―No, no, no, así no funcionan las cosas, muchacha ingenua. Con esa espada no tendrás oportunidad.

―Maldición, ¿Y entonces qué sugiere?

―Bueno, para empezar, necesitas la llama que Ge’seus, es un fuego que todo lo que toca, lo consume al instante y nunca se apaga, un conjuro muy peligroso pero eficaz.

―¿Y yo para qué quiero algo como eso?

                Dicho eso, el dragón encajó una pata dentro de una tela escamosa y abultada de su pectoral, a modo de bolsa de canguro, y sacó de ella un enorme tabaco. Se lo puso entre los dedos e hizo ademán de que se lo fumaría.

―Si traes el fuego y logras prender mi tabaco, entraré en un estado de docilidad en el que tendrás la ventaja para vencerme.

―¡Ay, no jodas! ¿Es en serio? ―La guerrera alzó los brazos y prorrumpió en un berrinche infantil.

―Mira, muchacha ―dijo el dragón, que dejó descansar su cuerpo sobre la piedra, cruzando sus dos patas delanteras bajo el mentón―, aquí todo el mundo viene para la misma cosa. Si quieres tener tu propia historia, tendrás que entenderte con los de la fábrica de historias, hacer los trámites y volver a mí con ese conjuro. Hay muchos haciendo cola para batirse conmigo y tener un libro en el cual venderse, y si quieres tomar la delantera, adquiere tus credenciales o no habrá historia para ti.



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En el texto hay: fantasia, humor negro, amor

Editado: 07.06.2019

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