El sueño no me deja dormir
Apuntes extraídos del diario de Elisa:
6 de mayo:
Uno nunca se siente tan solo como cuando vive con sus padres, y no es sino hasta el irónico momento en que te vas a vivir sola y te percatas de tu propia presencia, tu respiración, el hormigueo sanguíneo zumbándote en los oídos por el silencio absoluto, y es cuando recuerdas que existes, que eres algo más que solo el reflejo que te devuelve el espejo por las mañanas cuando vas al lavabo a cepillarte. Despedirme de mis padres no fue tan doloroso como despedirme de Horacio, mi viejo y taciturno gato. Puede que me permita más adelante la compañía de otro ser peludo, pero por ahora de mi bolígrafo sale tinta que se desperdiga como cables negros por las páginas, y me conecta a este diario, compañía suficiente para esta nueva vida de trabajar desde casa. Lo único que no me termina de convencer es… (la siguiente línea no alcanza a leerse bien por tachaduras de bolígrafo).
7 de mayo:
Ahora que vivo sola tengo tiempo de sobra para pensar y replantearme ciertos paradigmas inherentes en mi nuevo ritmo de vida. Para los que tienen pensado hacerlo algún día, el primer día de mudanza te crecen brazos y piernas. Sí, porque tenía a mi madre para cocinarme y lavarme la ropa, o a mi padre para comprar los útiles escolares. Cuando hay otros haciendo esto y aquello por ti, velando por tu comodidad, estás en desconocimiento. Cuando te toca hacer todo eso por ti mismo, te percatas de tu propia existencia.
Te das cuenta que tienes que vivir contigo misma…
22 de mayo:
Los diseños no me han dejado escribirte con regularidad, y no creo que eso cambie en el futuro, pero por ahora, te adelanto mis impresiones:
A las siete de la mañana el espejo del baño me devolvió una sonrisa. Yo sonrío al mismo tiempo, e incluso se me escapa un pequeño estupor de buen ánimo. Este iba a ser el día en que estuviera en período de prueba en miras de un contrato por un año con una prestigiosa casa productora de la capital. Los primeros meses serán desde casa, al amparo del brillo de mi laptop y el privilegio de no tener que lidiar con odiosos compañeros de trabajo. Suelo rendir mejor en las tardes cuando hace mucho calor, pero últimamente el plenilunio estrellado me reclama lentamente. No suelo desconfigurar mi cuerpo a un noctambulismo análogo, pero los pedidos se acumular y ya empiezo a quedarme sin tiempo en el día, y me toca mendigar limosnas de segundos… y horas, a la luna.
1 de julio:
Esta vez no ha habido tanta novedad. Sí, me estoy disculpando porque mi vida no sea tan interesante para escribirte con la frecuencia de una adolescente calenturienta.
Bueno, de hecho sí hay algo que me gustaría contarte, en primer lugar… (texto tachado con bolígrafo)… y el silencio que embarga el apartamento. No sé cómo explicar este silencio hueco… ¿Sabes? Siento que faltan pisadas a la distancia, o televisores sintonizando el canal de deportes, o el gorgoteo gutural de la lavadora o el fregador abierto. Cuando compartes habitación asocias todo rumor o ruidillo con alguien o algo con lo que convives todos los días. Pero no tengo compañeros de cuarto ni mascota alguna, y esos ruidos de hace unos minutos, esos crujidos repentinos, ¿a qué se lo puedo atribuir si no hay nadie más, salvo yo y nadie más que yo? Mi soledad, esa que me acompaña y me mira con mis propios ojos, es mucho más ruidosa. A veces me miro en el espejo y me pregunto con la mirada a qué se debe tanto estrés. ¿Será que estoy trabajando demasiado?, ¡pero si estoy acostumbrada a trabajar bajo presión! Pero el espejo, como se supone, no me responde nada.
Creo que me empieza a hacer falta Horacio.
10 de agosto:
Como si alguien me hubiera escuchado, esta mañana Horacio apareció en el pasillo de mi piso. ¿Cómo describir el encontronazo de mis emociones? En primer lugar, porque… ¿Cómo llegó Horacio allí? A lo mejor escapó de casa y dio conmigo. Quizá sea cierto eso del vínculo animal entre mascota y dueño. Quién sabe. Llamé a mamá pero no contestó. Supongo que verá las llamadas perdidas y me marcará de vuelta. Por el momento, tengo mucho trabajo que hacer, así que me disculpo si no me quedo aquí a explayarte las maravillas de tener a Horacio entre mis brazos.