El Diario de una Vida Agridulce.

Capítulo 1: Cerrando ciclos.  

Dos semanas después de haberme graduado del colegio seguía sin aceptar que aquella etapa había terminado. Se sentía como si nada más fueran las vacaciones de fin de año y que a finales de enero tuviese que regresar a clase.  

 

Como todas las vacaciones, me imaginé siendo productiva, explorando actividades que potenciarán mis capacidades o algunas nuevas como hacer ejercicio y salir a caminar al parque. No hice nada de ello, como era de esperarse.  

 

El 11 de noviembre comenzó la despedida tras presentar mi última acumulativa de ciencias sociales. Lloré horas después, ya en mi casa, cuando me di cuenta de que era el último día de colegio y por eso mi camiseta de deportes estaba llena de mensajes escritos con Sharpie.  

 

Realmente no me importó dejar atrás a mis compañeros o a las clases, pero dejar ir a mi mejor amigo, Santiago, me dolía sobremanera y también, como a cualquier otro ser humano, me aterraba tener que salir de mi zona de confort, cambiar la rutina, dejar de ver caras conocidas y enfrentarme al mundo real como el adulto en que pronto me convertiría.  

 

La semana siguiente viajé a Cartagena con gran parte de mi familia materna, la idea no me agradaba porque significaba socializar e ir a la playa donde esperarían me uniese a ellos en vestido de baño cuando ni siquiera yo me sentía cómoda viendo mi cuerpo semidesnudo.  

 

Resultó ser una experiencia memorable, la pasé de maravilla. Terminé de leer All The Young Dudes, almorcé comida típica preparada por una local en uno de los apartamentos que rentaron, cené en la ciudad amurallada, me bronceé junto a mis primas en Islas del Rosario y Barú; en fin, fui feliz.  

 

Me acerqué mucho a mi tía Tatiana, una belleza de ser humano. Le pedí el favor de que me hiciera en crochet dos estuches para guardar libros y lo hizo más que encantada. Cuando volvimos a Bucaramanga compramos lana y durante las siguientes semanas me iba enviando por WhatsApp fotos de su avance, siempre contenta de que me estuviera encantando.  

 

Desafortunadamente, el viaje no pudo ser perfecto porque un día antes de irnos me enteré de que había reprobado matemáticas y física así que tenía que asistir otra semana al colegio para nivelar. La noticia me hizo llorar todo el día; de matemáticas lo esperaba, pero creía haber aprobado física por lo cual me frustré y cuestioné mi inteligencia.   

 

No obstante, mi desempeño en las actividades especiales de nivelación superó las expectativas, casi me terminan gustando los números. El 28 de diciembre, sabiendo que me iba a graduar, fui a cortarme el cabello, a arreglarme las uñas y las cejas para estar regia el día de la ceremonia. 

 

 Ese lunes llegaron a visitarnos Angela y Francesco, una queridísima pareja del sur de Italia que conocimos en 2015 cuando mis papás se casaron en el Vaticano. Angela se ganó mi corazón acompañándome a recoger la toga y el birrete, tratando a mi mejor amigo como un hijo y regalándome dos libros (The Simarillion y una autobiografía no autorizada de Harry Styles) para celebrar que me graduaba y que estaba próxima a cumplir dieciocho.  

 

Francesco por su parte nos consintió a todos a través de su pasión culinaria. El 2 de diciembre, tras la ceremonia de graduación, deleitó a toda la familia y a uno de mis mejores amigos, Juan Daniel, con una cena al estilo italiano.  

 

Sobre aquel viernes no hay mucho que contar, pero sí que recordar. Mi buena amiga Sofía McCormick, me maquilló sutilmente para la ocasión antes de que afanados saliéramos de Don David (conjunto residencial donde vive la mayoría de mi familia materna) con mis papás, hermana, abuela y Angela.  

 

Durante la ceremonia hablé mucho con mi compañero Daniel Parra y me resigné a recibir nada más mi diploma y medalla sin ningún otro reconocimiento especial. A la salida, en la recepción, lloré a cántaros al despedirme de Santiago, creyendo sería la última vez que nos veríamos porque se mudaría a Bogotá y precisamente no era fan de mantenerse en contacto a través del celular.  

 

Sin embargo, no lo fue. El lunes siguiente cumplí años y ahí estuvo él, Sofía y Juan Daniel. Ellos no eran amigos entre sí, pero la pasamos genial a pesar de ello; pedimos pizza, caminamos por Cabecera porque Dani quiso comprar Smirnoff, hablamos de todo un poco y nos emborrachamos, bueno, me emborraché después de tres tragos porque no estaba acostumbrada a tomar alcohol. Fue patético, me despedí de Sofía y de Santiago e igual que el viernes anterior, lloré como si no hubiera mañana, Dani tuvo que cuidarme lo que terminó por unirnos más.  

 

Las siguientes dos semanas se centraron en la expedición de mi cédula de ciudadanía y la renovación de mi pasaporte, no recuerdo más, creo que por esas fechas llevé a mi abuela a una cita médica y comencé a leer El Hobbit, nada relevante hasta que el primer domingo de novenas llegó.  

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.