Martes, 14 de febrero.
Si bien es cierto que esa semana tuve gripe por un virus adquirido en el salón de clase, no fue esa la razón por la que me ausenté a las lecciones del martes.
Luciana advirtió tener un examen y que era muy complicado nos viéramos sin que fuera un desastre. Hice caso omiso con tal de pasar San Valentín a su lado, por lo cual, en lugar de terminar mi trayecto desde Eur Magliana en Cavour, seguí hasta Castro Pretorio para encontrarme con ella y colarme a La Sapienza.
Caminamos hablando de todo un poco, no negaré se sintió distinto al viernes, mas era consciente se debía a la ansiedad previa al examen. Visitamos una sede de la universidad cercana a Castro Pretorio simplemente por visitarla, allí Lu no pudo negarse a unos estudiantes buscando quien se les uniera para un voluntariado, aunque a ella no le interesaba.
Caminamos unos minutos más, de prisa sin razón verdadera, llegamos a La Sapienza de Policlinico, sede en la cual ocurriría la estimada tragedia. Dimos vueltas sin sentido, deteniéndonos para comprar un yogurt que me antojaba, no se pudo en la primera máquina expendedora que vimos entonces buscamos la siguiente más cercana, en aquella no había el sabor que quería por lo que me resigné a cualquiera, lo positivo fue que además de la bebida, la máquina decidió regalarme un paquete de galletas que terminé compartiendo con Luciana.
Escalera tras escalera, no encontramos espacio para sentarnos en la terraza, bajamos para sentarnos al pie de la máquina que negó darme el yogurt de banana. Allí Lu encendió su laptop, leyó de rapidez un documento que necesitaba conocer a profundidad para su examen, repasó unas diapositivas para la exposición que debía sustentar al día siguiente y cuando el estrés alcanzó su cúspide, se detuvo para acompañarme a la estación de metro después de que me comprase un sándwich de atún en la máquina que esta vez se dignó a funcionar.
En el camino encontramos una tienda repleta de artículos relacionados al Pride, siendo las banderas de las distintas identidades el atractivo principal. Entramos sin pensarlo dos veces, dada mi emoción por encontrar una tienda de ese estilo y tras debatirme entre una bandera arcoíris y una lésbica, opté por la segunda llevando también un pin con esa denominación.
Luciana aun evidentemente ansiosa se despidió de mí quince minutos antes de llegar a la estación con otro fugaz beso en los labios, se disculpó por su actitud esperando la entendiese, intentó orientarme, pero opté por confiar en Citymapper.
Después de esa cita a las carreras no me quedó de otra que irme a algún lugar a estar por mi cuenta. Tuve que esperar a que mi hermano saliera del trabajo así que caminé un cuarto de hora hasta Policlinico a tomar la línea B dirección Laurentina y bajar en Colosseo para almorzar el sándwich de atún que compré en la máquina expendedora de La Sapienza sentada en una banca con vista al Colosseo en el Giardino dei Platani.
Era un lindo día, el clima no fue necesariamente frío, el cielo azul dejó al sol brillar sin barrera. Aun así, sentía que faltaba algo, era de esas coyunturas en las que socializar se volvía necesidad, sobre todo después de socializar a medias. Por esta razón video-llamé a mi hermana y “recorrimos juntas” los alrededores, como la supuesta Gay Street de Roma que solo tenía un Bar y un restaurante llamado Coming Out, luego por un flanco del Colosseo me crucé con el arco de Constantino y continué mi monumental Passeggiata hasta llegar a Circo Massimo y tener que colgar la llamada para buscar alguna gelateria donde cargar mi teléfono y de paso hacer la tarea de italiano.
Posteriormente me desvíe para encontrar el Giardino degli Aranci y por primera vez en más de dos años tener la intención de escribir a manera de ejercicio creativo, fue imposible, a ese momento solo le agradezco el primer párrafo de este libro. Simplemente no flui por más que me encontrase en uno de los miradores más bellos de Roma, con música en vivo gracias a un buen guitarrista buscando recompensa por su arte. Nada salió de mí, quizá era lo incómodo de estar entre tantas parejas melosas gozando su san Valentín y yo, queriendo ser romántica después de mi cita, pero no sintiendo nada en lo más mínimo.
Por fin acepté la derrota y le escribí a mi hermano, que estaba en una cita médica por Monteverde bastante cerca de Villa Sciarra, sin más, seguí la ruta que arrojó Citymapper para encontrarlo. Bajando del jardín juré ver ratas que resultaron ser nutrias y si mi día fue malo en algún sentido, ver animalitos adorables lo remedió en un segundo.
Luego, atravesé el río por Ponte Sublicio, crucé Porta Portese que sin el mercado era un poco aterradora debido al descuido de la zona y atravesando (o escalando en su defecto) Trastevere encontré el Fortino della Madonnina donde pude descansar después de semejante subida apreciando una buena panorámica de Roma para dirigirme a Villa Sciarra a literalmente ver Tiktok porque mis pies no querían turistear más a causa de mis amadas y a la vez incómodas Doctor Martens. Y así terminó mi día, con los pies destruidos y un yo no sé qué en el pecho generando inconformidad.
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Editado: 20.05.2023