Miércoles, 15 de febrero.
Mi mochila pesaba más de lo habitual esa mañana, puesto que, por primera vez en Roma, dormiría en una cama distinta a la mía. Tras los desafortunados sucesos del día anterior y en festejo de que Luciana había superado exitosamente sus últimas dos entregas académicas, haríamos una pijamada en su casa.
La jornada en Romit fue productiva, a ese nivel sentía que lo que había aprendido realmente servía. Esa semana llegó a la clase una brasilera radicada en Buenos Aires además de dos sacerdotes, un puertorriqueño y otro colombiano, de Bogotá.
Jadna hablaba español fluidamente, incluso tenía acento argentino. Me cayó estupendamente y disfruté tenerla al lado durante la clase. El lunes y el martes nos fuimos conociendo a la hora del trabajo grupal, de tal forma que el miércoles con mayor confianza, me pidió ayuda con un asunto de trabajo.
Se dedicaba completamente a la fotografía y dado a que su novio vivía en Roma, planeaba trasladar su negocio a Italia por lo que necesitaría un par de fotos para dar a conocer su trabajo a quienes la conocieran y visitasen la ciudad eterna. Cabe agregar que, por más veintiséis años que aparentara, en realidad estaba por cumplir cuarenta y según ella, yo parecía de veinticinco, no una niña de dieciocho.
Mi outfit y semblante no daban para modelar, con todo, acordamos realizar unas tomas de prueba en la tarde, entre tanto, le enseñaba spots llamativos para ofrecer cuando la quisieran contratar y para que el viernes hiciéramos la sesión oficial a fin de que usara el material resultante a modo de publicidad.
Almorcé por mi cuenta y visité la basílica de Santa Maria Maggiore, a eso de las tres nos encontramos en Via Nicola Salvi frente al Colosseo. Tomamos un par de fotos con el ancestral anfiteatro y con el Arco di Constantino.
No soy precisamente fotogénica, por ello, las fotos no me gustaron, pese a aquello, el talento de Jadna para hallar los mejores ángulos y editar era innegable, y ni se diga del rato tan agradable que pasé mientras me hizo sonreír y posar sin pena por su contagiosa energía.
Teniendo una idea de donde tomar fotos, le propuse turistear un rato ya que a su novio habituado a la ciudad no le antojaba acompañarla a ese tipo de planes. Fuimos entonces a la Chiesa del Gesú donde se encontraba la tumba de San Ignacio, además, entramos al camerette di Sant’Ignazio di Loyola porque como graduada de colegio jesuita, no podía dejar pasar la oportunidad.
Comimos gelato en Vale frente a la fachada de la iglesia y cruzando Piazza Venezia nos abrimos paso hacia Cavour donde tomaría el metro B en dirección Jonio hasta Sant’Agnese Annibaliano.
En la estación nos encontramos con otro compañero de clase, Tilman de Alemania, recién llegado esa semana al igual que Jadna. De no ser por él, hubiese enviado a mi nueva amiga en dirección contraria a Termini por confusión. Menos mal tenía tarjeta de metro para todo el mes, pudo salir y volver a entrar de ese costado de Cavour sin costo adicional, de hecho, pagó nuestros pasajes, me sentí mal de hacerla perder el tren en que subimos nosotros cuya siguiente parada era Termini, por suerte hubo señal para avisarle que la dirección correcta era Rebbibia/Jonio.
Llegada a Trieste, no fue difícil hallar la residencia de Luciana. Saludé al portero quien me indicó el camino y una vez en la puerta, Lu me invitó a seguir tomándome de la mano. Saludé a sus roomies napolitanas con timidez y seguí a su recámara.
Si la anterior cita se consideró desastrosa, aquella velada fue la gota que derramó el vaso. Lo nuestro no pintaba para ser algo más que una amistad, Lu se la pasó en el celular la mayoría del tiempo, solo me prestó atención cuando sus amigas de Perú llamaron para conocerme.
Vimos Sherlock cuando por fin logré convencerla de desconectarse, se recostó en mis piernas en total calma hasta que su madre la llamó y empezó a quejarse de sus compañeras de piso y unas ollas que compraron sin consultarla antes.
Durante la llamada salimos a la calle a dar vueltas para que ella se calmase, entramos a McDonald's porque pensó que yo tenía hambre; como no quise nada, aún al teléfono siguió apresurada dándole la vuelta entera a la manzana sin notar que yo estaba helada y cansada.
Llegamos al apartamento donde por fin colgó. Por más que intentara hablarle no soltaba el maldito celular, intenté también ser cariñosa y noté que no se sentía a gusto con ese lenguaje.
Nos dormimos temprano y a la mañana siguiente me bañé de prisa para salir de ahí cuanto antes. Llegué a Romit exhausta y al final de clase, nos avisaron de un tour a Garbatella al cual iría solo para despejarme.
Almorcé con Jadna en La Vecchia Roma, me pidió acompañarla a conocer una colega fotógrafa que desafortunadamente para mí, no hablaba inglés ni español, solo portugués y algo de italiano. Me mantuve como un mal tercio por no fallarle a mi amiga, no obstante, conocí Palazzo Venezia, la basílica di San Marco al Campidoglio, la Chiesa di San Marcello al corso, Galleria Sciarra y otros sectores del corso.
Con suficiente antelación me separé de ambas para caminar de vuelta al Colosseo y tomar el metro hasta Garbatella. En el camino escuché el álbum Caiga la Noche de Los Mesoneros recargando la batería social y la energía que desde el día anterior parecía agotada.
Llegué a la metro de Garbatella un poco desubicada hasta que llegaron Topi, Adamo y Javier. Me uní al último notando por primera vez lo apuesto que era y lo mucho que me gustaba el acento madrileño, nos quejamos un poco de Roma y como el caos de la ciudad había arruinado toda expectativa hasta que la guía del tour nos interrumpió al llegar a Piazza Benedetto Brim.
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Editado: 20.05.2023