Mi última semana en Romit llegó a la par de una noticia increíble. Mi hermano en su búsqueda de ser promovido dentro de la multinacional en la que trabajaba quiso ir a Londres con tal atender a tres entrevistas de manera presencial.
Para él hacer acto de presencia era fundamental, por eso, además de incluirme en su plan, convenció a mis papás de pagarme un viaje a Barcelona con tal de que conociera mi futura universidad.
Los tiquetes se compraron sin más y aunque Barcelona fuese mi destino final, conocer Londres me importaba mucho más. Desde pequeña, mis cosas favoritas tienden a involucrar esta ciudad: Harry Potter, The Beatles, Harry Styles, Sherlock Holmes, etc.
No me cabía en la cabeza como en un par de días estaría recorriendo sola las calles de semejante metrópolis, por eso, organicé un itinerario genial para poderla disfrutar. Pero bueno, ese es tema para el siguiente capítulo.
Miércoles, 1 de mayo.
Me entretuve después de clase por los alrededores del Colosseo, terminando la tarde dándole la vuelta entera a Circo Massimo, conociendo de lejos la Bocca della Verità y el curioso Tempio di Ercole Vincitore, un edificio circular que se mantiene erguido desde el siglo séptimo antes de Cristo.
Jueves, 2 de mayo.
Me di cuenta de que realmente no había estado en Trastevere, al menos no para turistear. Programé mis cosas en pos de conocer ese rinconcito infravalorado de la ciudad lo más que pudiese antes de que me tuviera que marchar.
Antes de cruzar el Tevere quise pasear por el Ghetto judío, sin duda uno de los barrios más interesantes de Roma. Mi travesía comenzó en Piazza Mattei donde se sitúa la Fontana delle Tartarughe. A continuación, tuve intención de ingresar a la sinagoga mas decidí no hacerlo puesto que además de encontrarse en restauración, los tiquetes costaban once euros y realmente, había muchos templos católicos deslumbrantes de libre acceso regados por todas partes que compensaban mi decisión de no entrar.
Me quedé un rato más por la comunidad hebraica frente al Portico d’Ottavia a un costado de Teatro Marcello para después atravesar el Ponte Fabricio hacia un mundo distinto: Isola Tiberina.
Cuenta la leyenda que este pedacito de tierra emergente del río se dio a partir de que fuera arrojado el cuerpo del Rey Tarquinio, tras abdicarle del trono. Los romanos temían acercarse a este lugar, solo los criminales eran confinados en esos 270 metros de largo y 67 metros de ancho.
En el año 293 a.C. la peste asoló a Roma y para frenar el azote epidémico honraron a Esculapio, dios griego de la medicina, edificando un hospital en Tiberina. A la vuelta de una expedición por el Tevere que pretendía encontrar una estatua de dicha deidad, vieron bajar del barco una serpiente, considerada la representación animal de aquel dios, dirigiéndose a la isla. Este suceso motivó a que se continuase el proyecto del sanatorio y cuando estuvo terminado, el ataque de la peste cesó milagrosamente lo que impulsó a los romanos a transformar la fisionomía de la isla en un barco con un obelisco en el centro asemejando un mástil y todo.
Por la situación geográfica de la isla, resultó ser también fortaleza ideal; primero para los Pierloni y posteriormente para los Caetani. Más tarde sería utilizado como convento franciscano hasta el siglo XVIII y por último como hospital.
Por su cercanía al ghetto judío, jugó un rol importante durante la segunda guerra mundial, quizá por eso hoy en día se percibe un ambiente desolado y místico desatendiendo su cercanía al centro de la ciudad.
Como sea, esta isla se convirtió en uno de mis lugares favoritos y como cereza del pastel, empezó a llover. Mi refugio frente a la tempestad fue ni más ni menos que la Basílica di San Bartolomeo all’Isola, un nuevo lugar seguro que logró hacerme llorar.
Cuando la lluvia cesó, cruzando Ponte Cestio me abrí paso a la basílica de Santa Cecilia in Trastevere cuyo patio me llamó mucho la atención para sentarme y contemplar ya que la iglesia no abriría sino hasta dentro de dos horas más.
Antes de almorzar en Supplí Roma, chequé si la Chiesa di San Giovanni Battista dei Genovesi estaba abierta, pero no lo estaba, igual que la Santa Maria dell’Orto o la de San Francesco a Ripa, a las que afortunadamente no me acerqué sin antes verificar.
Sin importar estos pequeños fracasos, me mantuve con el mejor de los ánimos, sobre todo después de recibir un cumplido acerca de mi tote bag por parte de un extraño.
Me adentré exitosamente a la maravillosa Basílica de Santa Maria in Trastevere y premiando mi intensa caminata, me senté frente a la Chiesa di Santa Maria della Scala con un gelato que compré en Gelateria Alla Scala para descansar un rato y video-llamar a mi hermana.
Cansada y aún en la llamada, visité la basílica di San Crisogono, y la ya abierta Santa Cecilia in Trastevere. Tuve que despedirme de mi hermana porque solo me quedaba 10% de batería y no tenía donde cargar el celular. Le avisé a mi hermano rápidamente que lo esperaría en el Lungotevere Ripa en diagonal a Piazza Castellani a la derecha de Ponte Palatino de frente a la Cloaca Massima que se encontraba al otro lado del río.
Pasé media hora sin hacer nada más que observar mi alrededor, el agua verdosa del Tevere, el monte Aventino y los conductores que miraban curiosos como si pensaran estuviese a punto de lanzarme al río. De haber tenido carga pude haber caminado más, estaba en una zona ideal para turistear.
Viernes, 3 de marzo.
Una Vivace vegetariana en la Piadineria pagada por Adamo dio fin a mis experiencias Romit ya tan interiorizadas. No me dolió despedirme de mis compañeros, solo me extrañó como nunca los vería de nuevo.
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Editado: 20.05.2023