El Diario de una Vida Agridulce.

Capítulo 15: Hasta el final.

Jueves, 16 de marzo.

Tras dos días de vagancia, decidí hacer una lista de todos los lugares que debía visitar y de las personas con las que debía salir antes del inminente regreso a Colombia.

Le pregunté a Charlotte si quería hacerme compañía esa tarde a lo cual aceptó sin confirmar la hora, por esta razón, llegó a nuestro punto de encuentro mientras yo seguía en casa.

Apurada le pedí a mi hermano que me llevara a Cornelia donde tomé el metro hasta Ottaviano; una vez llegué, encontré a mi amiga almorzando en la acera frente Pizzeria rustica al 187, por Viale Giulio Cesare.

Saludé apenada, esperé almorzara para después atravesar Piazza San Pietro por última vez en mi travesía hacia Caput Mundi Mall, centro comercial que justo abrieron ese día. Sugerí comprar un gelato, el primero de Charlotte en mucho tiempo ya que no le gustaba comer helado durante el invierno y los primeros conos vendidos por esa gelateria. De igual manera, aprovechamos la apertura para probar quesos y sodas de cortesía.

Nuestro paseo continuó hacia Campo de Fiori donde decepcionada encontré Palazzo Farnese en restauración, sin el mural que tanto me había llamado la atención.

Nuestra imprevista despedida se dio tras comprar un postre en Mr.100 Tiramisù, frente a la Chiesa di Sant'Ivo alla Sapienza por corso del Rinascimento. Ella regresó a casa para dar una lección online de redacción mientras que yo tenía planeado encontrarme una última vez con Luciana, ¿por qué no?

Antes del encuentro, visité la Chiesa Santa Maria in Monticelli cuyo interior lucía prometedor. Caminé cruzando Piazza Benedetto Cairoli hacia Largo di Torre Argentina para tomar un bus en el que aconteció mi primer encuentro con un acosador.

Durante la hora pico, el bus estaba lleno como era de esperarse, por lo cual no me extrañó sentir que me tocaban por detrás, seguro lo hacían sin intención. Lo que comenzó como un roce escaló al que me siguieran tocando por más que cambiase de posición. Seguí atribuyendo el hecho a un malentendido, no fue hasta bajarme que me acepté como víctima de un abusador. Incluso descendiendo del vehículo, sentí una mano aferrada a mis nalgas.

Frente al Colosseo encontré a Luciana, le narré el anterior suceso sin verme necesariamente afectada. Caminamos como si nada por Via dei Fori Imperiali, hicimos una parada en la Chiesa del Gesú y por alguna razón, terminamos en la Chiesa di Sant'Ignazio.

Si mi situación con Lu se había visto afectada por lo incómodas que resultaron nuestras salidas, esa última noche logró compensarlo. Dentro de la iglesia discutimos temas polémicos de relevancia mundial como la legalización del aborto o el rol de la mujer en la sociedad; todo esperando a que iluminaran el techo, cuando las luces se encendían, juzgábamos la posible nacionalidad de quien pagó la tarifa para la iluminación, acto seguido, detallamos el fresco con suprema dedicación.

Frente al panteón decidimos cenar en La Piadineria, haciéndole honor a nuestra primera cita. Camino al local de comida, escuchamos salsa, merengue y rock, bailando y cantando a todo pulmón. Enhorabuena, no había muerto la conexión.

Seguimos en las mismas tras compartir una Vivace vegeteriana, agregando al repertorio un poco de reggaetón y música típica colombiana o peruana, según el turno indicara. El epítome de la velada se dio en Via di San Gregorio, entre el Arco de Constantino y Circo Massimo. Esta vez fui yo quien se descargó socialmente, de modo que me despedí pronto y regresé a casa.

No planeaba ver a mis amigas por última vez aquel jueves, no obstante, así lo dispuso la vida. Agradezco mantener contacto con ellas esperando reencontrarnos algún día.

Viernes, 17 de marzo.

Estrené un vestido negro de satín aprovechando la mejora en el clima, tomamos un aperò con mi hermano y Silvia cerca de Navona y un Tiramisú en Mr.100 Tiramisù a petición mía. No recuerdo mucho, ni siquiera si buscamos verdadera comida. Solo sé que se caminó bastante y se conversó acerca de la salud mental referente al espectro autista.

Sábado, 18 de marzo.

Ojalá mi madre nunca lea esto porque, señoras y señores: me drogué. Uy no, eso suena muy feo, rebobino... tomé medicina dispuesta por la madre naturaleza para conectar con mi ser.

¿Y cómo llegué a eso? Nunca he estado de acuerdo con los psicodélicos, no en mi caso al menos. Pues bien, mi hermano insistió en que probara un gramaje mínimo de hongos que él mismo cultivó en casa para aliviar mi ansiedad y ver si lograba recordar mi infancia. Sacó el tema por intervalos durante semanas hasta que accedí sin rechistar aquella mañana.

Tomé 0.85g antes de ir a la playa, una pésima idea porque mi sugestión o el verdadero efecto, comenzó a surtir mientras íbamos en la carretera. Primero, un ataque de bostezos, luego, manos frías y sudorosas, mayor percepción de los ruidos a mi alrededor y un desfile angustioso de pensamientos sin relación.

Callada tuve un ataque de pánico durante media hora hasta que por fin llegamos a Zion Beach en Torvaianica. Una vez mis pies tocaron la arena, todo fue diversión y absoluta relajación.

Los hongos me abrieron el apetito así que cuando no estaba comiendo por montón, apreciando con mayor intensidad cada sabor, me acostaba a ver las nubes pasar en el cielo azul brillante, todos los colores parecían más radiantes.

A la par de las nubes, vi pasar en mi mente una cantidad importante de recuerdos; los abracé en calma, analizándolos como si yo fuera un ente externo.

De ese día nunca olvidaré lo mucho que disfruté las frambuesas, las nueces de Brasil, las tostadas de arroz, o la focaccia untada de stracciatella y adornada con acciuga europea para el almuerzo.

Aún más, no podré olvidar la textura de la arena que en ciertas partes parecía una galleta delgada que se quebraba al pisar, y en otras, una almohada a causa del agua acumulada.




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