El diario de Vicent

III. Sus labios

Los días pasaron en solitario. Ni una vez esos rizos rebeldes se cruzaron en mi camino, como si los dos estuviésemos a millas de distancia. Como si algo además de un par de edificios nos separase.

La tristeza que me invadió por ello fue terrible.

¿Para qué negarlo? ¿Para qué engañarme a mí mismo frente al espejo, cuando mis labios se negaban a forzar una sonrisa? Lo extrañaba. Extrañaba tenerlo ahí con sus palabras vulgares y su grosera forma de ser, con su agridulce impaciencia, con su energía brotando a través de mi violín.

Lo quería de nuevo, aunque no pudiese tocarlo.

Tal vez era eso. Tal vez se me había negado la dicha de estar a su lado porque no supe apreciarlo, porque le negué a mi cariño la oportunidad de ser demostrado y mi corazón se enfureció conmigo por no permitirle amarlo. Toda mi alma se había desprendido, porque se negaba a dejarme vivir en paz si no estaba junto a él.

Sé que nunca esperé que volviera, pero la esperanza de que así fuera nunca se desvaneció. A veces, y solo a veces, deseaba convertirme en uno de sus caprichos. Como un nuevo juguete. Quería que me amara por sobre todas las cosas, que jamás me apartase de su lado y, cuando mi amor ya no alcanzara para satisfacerlo, que se deshiciera de mí. Tal vez de forma cruel, tal vez con el olvido, pero tendría un precioso recuerdo junto a él.

Y eso era suficiente.

Pero un día, cuando me dirigía a la oficina de Rogers para preguntar por mi rebelde príncipe, encontré al director emanando un enojo increíble. Y por alguna razón, me pidió que lo acompañara a un desconocido lugar.

Aún recuerdo los sonidos de nuestros apresurados pasos por el pasillo, acompasando el latir de mi corazón hasta que un nuevo ritmo lo acompañó. Golpes. Se escuchaban los golpes contra el suelo, de las manos y la piel. Los jadeos y los gritos cuando nos acercamos.

Recuerdo el dolor que me provocó ver a Jeremy sobre un estudiante, golpeándolo con una malicia que superaba lo que yo era capaz de soportar.

¿Qué había hecho mal? ¿Todo este tiempo compartido no significó nada para él? ¿Es que acaso estaba bien al suponer que era el único extrañando su presencia? Me enojé. Como jamás lo había hecho, con una rabia que no recuerdo haber sentido antes, me enojé.

Rogers me pidió quedarme con él, pero no pude, y con la más fría de las miradas me negué. Preferí acompañar al chico herido, al que necesitaba de urgente ayuda por la posible nariz rota. Pero a pesar de todo, en secreto, le pedí que me permitiera hablar con Jeremy una última vez. Solo una, cuando todo terminase, en el salón de música.

¿Habré sido bendecido para no haberme arrepentido de ninguna de mis decisiones? Tal vez, aunque a un precio que en ese momento desconocía.

Cuando nos encontramos, él estaba esperándome. De espaldas, tocando de forma improvisada para drenar su rabia y, aún con toda su inexperiencia, me pareció muy bello, porque salía de lo más puro de su alma.

Así que lo acompañé. Me uní al envolverlo entre mis brazos como las primeras veces para enseñarle a tocar. Cambié la melodía solo para desquitar mi propia rabia, controlando mis ganas de decirle todo ahí mismo.

Pero no lo soporté por mucho tiempo. Peleamos. Si antes no lo habíamos hecho, es porque jamás le había respondido, jamás me había enojado, pero esta vez drenamos todo entre palabras y casi gritos. Le reclamé todo lo que me había contenido y entonces, en medio de la cólera y la frustración...

—¡Estoy tratando de entenderte! —le aseguré mientras lo miraba de frente—. Quiero saber de dónde viene esa necesidad de ser violento. ¿Por qué te veías tan indiferente golpeando a ese chico? ¡Le atravesabas la cara como si tu objetivo no fuera él!

—¡Eso es porque lo eras tú! —manifestó dejándome sin aliento—. ¡Porque tú mismo lo dijiste, era la única forma de regresar aquí! Y creías que estaba bien abandonando las clases, ¡pero no sabes nada! En toda mi vida jamás me interesé por algo y la única vez que se me ocurre hacerlo, resultas estar en el medio.

Me había dejado en blanco. Me nublé. A mí, a quien palabras nunca le faltaban para expresar lo que sentía, que hablaba hasta que las cosas cobrasen vida y escucharan.

No había forma, ni humano capaz de describirla, que explicara lo que me ocurrió en ese instante en el que todos mis sueños se hicieron realidad.

—Jeremy... ¿en qué estás interesado exactamente? —musité suavemente, incrédulo con lo que ocurría.

—Me gustaría decir que en el violín...

Y me acerqué a él para probarlo. Para saber que no era mentira. A pesar de que retrocedió al principio, se quedó quieto ante una cercanía inevitable.

—¿Te arriesgaste a ser expulsado por Rogers... solo por regresar aquí?

—No sería la primera vez... pero ésta es la única que ha valido la pena —dijo bajando el rostro con una dulce vergüenza que se notó en sus mejillas.

El famoso demonio mitad bestia, frente a mí con unas mejillas rosas de ensueño.

—Tienes un enorme moretón en la mejilla —murmuré como pretexto al alzar su mentón. Solo quería que me mirase.

—No se defendía tan mal ese tipo...



#3888 en Novela romántica
#1504 en Otros
#328 en Relatos cortos

En el texto hay: homosexual, gay, lgbt

Editado: 20.05.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.