Pasó el tiempo frente a nosotros, las estaciones cambiaron mientras nosotros permanecíamos varados en nuestro propio paraíso. Las discusiones comenzaron a disminuir, sus notas aumentaron, y en el transcurso de unos meses, Jeremy comenzó a mostrar frutos de las prácticas con el violín.
—¡Vicent, enséñame a tocar "danza macabra"! —llegó corriendo una vez, con los ojos brillantes al hacerme tal petición.
Reí en mientras dejaba el violín a un lado, era de noche y ambos nos encontrábamos en el salón de música. Estos encuentros se convirtieron en una rutina que ninguno estaba dispuesto a romper.
—¿Por qué el interés repentino por esa melodía? —cuestioné cuando se acercó a saludarme con un beso que fue felizmente correspondido.
—¡Jamás la había escuchado! Ayer la pude escuchar por primera vez y me agradó... ¿me enseñarás a tocarla? —pidió con un infantil gesto en los labios.
—Probablemente sea más complicada de lo que piensas, no es como lo que habías tocado antes... ¿estás seguro?
—¡No importa! —dijo muy seguro, incluso tendiéndome el violín antes de que pudiese retractarme— Tócala para mí, ¿sí?
Supongo que le sonreí derrotado, porque su rostro se veía completamente feliz y satisfecho.
Recuerdo que comencé a tocar teniendo en mente que lo hacía para él, tratando de no pensar completamente en la melodía. Porque en realidad... no me gustaba mucho. Las notas eran macabras y preciosas, pero el significado tras ellas abría puertas en mi mente que no estaba dispuesto a perdonar. Sé que Jeremy se dio cuenta, porque no volvió a insistir en escucharla, pero siguió practicando.
Danza macabra era un poema sinfónico que nació de una superstición: La danza de la muerte. La describía tocando el violín a media noche mientras las almas bailaban a su alrededor. Una interpretación preciosa para algo siniestro.
No me agradaba el papel de la muerte, no desde que me arrebató parte del alma después de bailar conmigo.
Tengo muy presente esa noche de septiembre, tan clara como si aún pudiese verla. Una noche en la que creí que estaría completamente solo, por alguna razón supuse que Jeremy no iría.
Esa noche el Stradivarius vio la luz de la sala de música por primera vez.
Se conservaba tan bien que me encantaba mirarlo por horas, acariciar su brillo y el fino grabado oculto: "Stradivarius Lebrant". Brillante como solo él mismo. Nunca me atreví a tocarlo desde que entré a la universidad. Era débil a los recuerdos que llevaba consigo.
Pertenecía a mi hermano mayor. El mejor violinista que he conocido, sin presunciones de sangre ni alardeo, él en verdad era un erudito para el violín. Quienes lo habían escuchado, llegaron a compararlo con los mismos ángeles. No actuaba como tal, pero podía fingir perfectamente ser uno.
Era muy vanidoso, tanto que pocas personas lo escuchaban tocar de verdad. Desde niño fue muy celoso conmigo y con la música, decía que me amaba pero a su violín más. Nunca supe si fue verdad o mentira, pero en mi caso fue al revés.
Hubiese dado mi violín por tenerlo a mi lado una vez más.
¿Y qué hizo el desgraciado? Su violín, el amor de su vida, el amor con el que yo siempre competí, lo dejó en mis manos. Solo así. Cuando la vida le fue arrancada en su mejor momento y nadie lo esperó, hizo lo que siempre creí imposible.
Lo abandonó a mi lado. No eligió a ninguno de los dos, simplemente nos dejó el uno al otro para consolarnos.
El aniversario de su muerte era hoy. Y me dolía, como si me desgarraran el corazón, recordar los preciosos momentos a su lado.
Como esa última navidad en su casa, después de una de mis mejores giras por el reino unido. Nadie era más feliz que yo al entrar en esa casa, por un motivo muy especial.
—¡Adivinen quién está en casa! —vociferaba mi hermano cuando cruzaba el umbral. Dichoso de tenerme ahí para compartir la cena, pues nuestra familia solo consistía en nosotros dos.
Su esposa me saludaba con un fuerte abrazo y una enorme sonrisa, era preciosa y una gran cocinera, el olor en toda la casa daba fe de ello. Una florista de lo más dulce. Ambos eran una pareja muy tonta y romántica, a la vieja escuela después de escaparse de casa para vivir su vida cual adolescentes enamorados. La locura más grande que había cometido mi hermano, y lo hizo por amor. Siempre lo envidié por ello.
Y como fruto de su asfixiante cariño, nació ese pequeño que venía corriendo con la cara sucia por estar jugando con el perro.
—¡Tío Levi! —gritaba antes de tirarse en un abrazo.
Crecía a una velocidad que asustaba, pero siempre había sido mi pequeño. Se parecía mucho a su madre y estoy seguro de que todos lo agradecimos, pues en su padre no había tanta belleza. Lo que tenía de él era su mentón y su perfil, perfectamente varonil.
Pero a pesar de quererlo tanto, esa era la única demostración de afecto que recibía en toda la noche, porque comenzaba una especie de batalla indirecta conmigo.
—¡Te he traído algo especial! —revelaba con una sonrisa.
—¿¡Qué es!?
—Te lo diré... ¡Solo si sonríes!