Tuvieron que pasar unas cuantas horas para que Candela saliera del estado de shock que se encontraba. Los doctores se encontraban averiguando que le había sucedido para que perdiera el conocimiento tan repentinamente. Era consciente de que no encontrarían nada y eso la tranquilizaba.
Al sentirse mejor pidió su teléfono, el problema era que en cuidados intensivos no le permitían utilizarlo. Siendo "mayor de edad", no tenía necesidad de llamar a ningún adulto.
El doctor ingresó con el entrecejo fruncido, llevaba una planilla en su mano. Les insistió que se encontraba bien, pero no le hacían caso. Hace unos minutos había salido una doctora bastante charlatana y se quedó varias horas con ella, le resultaba extraño ese cambio de personal. Supuso que era por un cambio de turno.
—Bueno, señorita —dijo el doctor dejando la planilla y sentándose en el borde de la cama—. Vamos a poner las cartas sobre la mesa.
No entendía a qué se refería, o quizás sí, pero debía fingir que no.
—La doctora que estuvo contigo en realidad era una psicóloga intentando averiguar si tu paro fue por alguna emoción fuerte —asintió—. Se ha presentado un problema severo. O usted tiene retraso mental o nos mintió que su edad.
Se quedó en silencio, negarlo sería en vano. La historia detrás de ese accionar era bastante compleja.
—Tengo 17 años —respondió.
—Y estás en la universidad —su rostro parecía más calmo—. ¿Falsificaste tus papeles para poder ingresar con esa edad? —preguntó, ella negó con la cabeza.
—A mis hermanos y a mi nos quisieron adoptar unas personas muy malas, así que me emancipé, al hacerlo me pusieron otra fecha de nacimiento. Para todos tengo 19 años, hasta mis hermanos dicen que tengo esa edad, pero soy un poco más joven —se explicó.
El doctor asintió más relajado, temía que fuera una falsificación o sea un problema legal.
—Está bien, seguiremos buscando la razón por la que le dio ese extraño ataque.
Con algo de vergüenza lo miró.
—Necesito un teléfono, quiero hablar con mis hermanos —sus ojos denotaban miedo, miedo por cómo se encontraban sus hermanos menores.
—Tranquila, te conseguiré uno lo más rápido posible. Duerme un poco, cuando despiertes te lo daré.
~Y~
Iban camino a la universidad de Candela, la conductora conducía como solo un demonio del inframundo puede hacerlo. Las cosas a su alrededor parecían manchones en la realidad, no eran capaces de enfocar
— ¡Creo que acabas de atropellar a alguien! —gritó Uriel nervioso, por temor recurrió a taparse los ojos.
—¡Esto es peligrosamente genial! —exclamó Candy viendo como Lilim alcanzaba velocidades que eran una locura.
— ¿Por qué no fuimos volando? —preguntó el chico espada. No quería tener un cuerpo solo para que cuando chocaran pudiera procesar el dolor.
—Vos y yo si podemos, pero Candy no, además pensé que sería más divertido aprender a conducir —comentó Lilim relajada como si que de una caminata se tratara.
Entre toda esa adrenalina el celular de Candy comenzó a sonar, con las manos temblorosas atendió, la voz de Candela hizo que se calmara considerablemente.
— ¡Cande! —exclamó.
Estar en esa situación, habiendo perdido el rastro de su hermano y su hermana, perdió el control de sus emociones. Recuperaba uno de sus soportes tres soportes, ahora necesitaba al otro, la balanza debía volver a estar equilibrada.
—Hola hermanita... espero que estés bien. —La voz de la castaña sonaba cansada y suave, cosa que le preocupaba.
— ¿Dónde estás? Estoy en el auto, ¿estás bien? Te iremos a buscar ya mismo. ¿Por qué no respondiste todas mis llamadas? —Muchas preguntas y pocas formas de mentirles para mantenerla lejos de todo ese embrollo.
—He tenido un accidente y me ha dado un paro cardíaco o eso creen... —intentó hacerse la desentendida—. Je, casi no la cuento, pero estoy mucho mejor ahora. Te pasaré la dirección, ¿si?
—Está bien, vamos para allá
— ¿Marcos y Uriel están bien? —preguntó
Miró al chico espada, se veía mucho mejor respecto al día del eclipse. Pensó en Marcos, no sabía como estaba y necesitaba ir a buscarlo, pero no podía decírselo, si tuvo un paro cardíaco podía tener otro producto de la noticia.
Necesitaba dividirse, por un lado buscar a su hermano y por el otro cuidar a su hermana y estar para él.
—Sí —le mintió.
Era una pelea de mentirosas, ninguna sospechaba de la otra, al menos por el momento. Ambas creían tener buenas razones para hacerlo.
Proteger a la otra.
—Bueno, nos vemos en el hospital. Tercer piso, terapia intensiva, habitación 21. —Dicho esto decidió cortar la llamada.