Belén miró a sus compañeros, tenía miedo de verlos por última vez. Tenía una conexión que nunca jamás podría tener con otras personas. Los abrazó a ambos, no quería despedirse, pero no podría explicar que haya un lobizón y una ninfa en su habitación.
—Volveremos a visitarte —dijeron sus compañeros con un fuerte abrazo. Ambos se fueron fundiéndose entre las sombras hasta salir de allí sin problema alguno.
—Deben salir de acá, yo me encargaré de arreglar esto —le dijo a los presentes. Tenía miedo de que descubran todo el mundo que trataban de proteger.
—No te hagas problema —dijo María tranquila—. Yo lo arreglaré, sacaré a la policía de aquí y calmaré a tus padres. Ve a dormir, y ustedes niñas —dijo mirando a Uriel y Ainara—, llamen a la Luis por el celular de Candy y vayan a casa.
Obedecieron, Luis llegó rápidamente. Candy comenzó a despertar en el camino, su hermano y su amiga le contaron todo lo que sucedió. Lo que más le sorprendió fue que su aliada transformara a Uriel en espada, habilidad que solo ella poseía.
Llegaron a la casa, al hacerlo se encontraron con el desastre reinante, Lilim tomaba una cerveza divertida, mientras fumaba un cigarrillos. Estaba sentada en el sofá, a pesar del enojo de la colorada y el rostro sorprendido de sus compañeros, no se detuvo ni para saludar. Solo se carcajeaba.
— ¡Lilim! —exclamó—. ¿Vos sos la responsable de este desastre? —preguntó molesta.
—Decir que no sería mentirte —le comentó sonriendo.
Suspiró, estaba exhausta, todo era un caos que no quería que Candela limpiara cuando volviera del hospital.
Uriel buscó con la mirada el títere de Gabriel, pero no lo encontró. Subió a la habitación atemorizado, él tenía que decirles dónde se encontraban.
Al subir a la habitación solo se encontró un muñeco pequeño, no se parecía en nada a Gabriel, pero debía ser él. Sobre él descansaba una hoja con un montón de números raros. Desesperado, temiendo que algo malo les haya pasado a él y su hermano. Sabía que Candy debía de estar peleando con la demonio por haber estado tomando y fumando en la casa.
Se sentó en la computadora y comenzó a buscar entre muchas páginas de Internet, el significado de esos números. Así descubrió que en realidad eran algo llamado coordenadas. Tomó el papel, sacó un mapa y llamó a Flama y Golden.
—Vámonos —les dijo—, ya sé dónde están el menorcito y Gabi.
Los animales, como si que le hubieran entendido se acercaron a ellos. Uriel sacó una croqueta y los tres bajaron al primer piso.
—Menorcita, voy a buscar a Marcos —dijo el peli plateado y salió disparado al patio, apenas escuchó el "okey" de Candy.
Sabía que la situación en la casa estaba bastante tensa, no quería saber nada. Ver a su hermana molesta era de las peores cosas que podría encontrarse.
Tomó a Golden mientras Flama comenzaba a crecer y a transformarse en una versión gigantesca de si mismo. Subió de un salto a él y surcaron los cielos nocturnos. Querían llegar rápido, quería tenerlos con él, solo así podría estar tranquilo, era horrible no saber el estado mental y físico de sus seres queridos.
~Y~
— ¿Queres pelear Candy? —la provocó Lilim con una enorme sonrisa.
—Solo si dejas la maldita botella —respondió a las provocación de su guardiana. ¿Por qué se estaba comportando así?
Lilim tiró el recipiente de vidrio, que se hizo añicos en el piso, caminó tranquilamente hasta la salida. La colorada volteó y miró a Ainara, quien seguía bastante sorprendida.
—Ve a dormir, yo le pondré un punto final a esto.
—No puedes, estuviste mucho tiempo sin dormir, tus capacidades físicas no van a ser las mejo... —con una mirada Candy logró callarla.
Le sonrió intentando transmitirle tranquilidad.
—No te preocupes, yo puedo con esto, confía en mi —volteó para dirigirse hacia la puerta.
Confianza... ¿cuanto problemas habían tenido por eso? Demasiados. ¿Por qué seguir dudando?
—Candy, confío en ti —dijo en un arrebato de valor, la joven se quedó estática en su lugar. Ainara bajó la mirada atemorizada—. Por eso quiero decirte que soy un demonio —se sinceró.
Escuchó sus pasos acercarse a ella. Una mano acarició su rostro, estaba de forma tal que solo podía ver de su cuello para bajo.
—Me alegra mucho de que sepas tu verdad ahora, nunca te averguences de lo que eres —podía sentir su sonrisa.
Se fue dejandola sola, no pudo evitar comenzar a llorar. Estaba realmente avergonzada, se preguntó cuantas cosas tuvo que pensar su amiga en ese momento. Que era una mentirosa, que las engañó, que podía ser una infiltrada.