— ¿Por qué me llamas Seta? —preguntó el nuevo de manera fría, al parecer no tenía otra manera de actuar que esa.
Después del ataque había permanecido despierto, cosa extraña y bastante sorprendente.
Estuvo media hora esperando de forma ansiosa a Candela, estaba muy preocupada por ella, estaba horrible el clima, venía del hospital y podía caer enferma.
—Es que no sé tu nombre... —dijo ella.
—Y yo no lo recuerdo —añadió molesto.
Se quedó en silencio, no se arrepentía de haberlo salvado, se lo debía, pero estaba decepcionada. Quería saber de dónde la conocía y por qué se metió en esa pelea.
—Ojalá recordaras algo... —pensó en voz alta, él seguía inexpresivo—. ¿Por qué eres tanta frialdad? —preguntó acomodándose en el sofá, todos eran ajenos a esa conversación que mantenían ambos.
— ¿Frío? —preguntó— no... entiendo.
— ¿No estás feliz de estar despierto? ¿O asustado por no recordar nada? —le llamaba la atención su tranquilidad y su único anhelo, dormir.
Negó con la cabeza. Suspiró, no estaba segura de que ese muchacho sea un humano. Sus habilidades no eran humana, quizás sea alguien como Ainara o Belén. No estaba segura.
Si había olvidado todo sobre él, no sería extraño que desconociera como sentir o como procesar sus emociones.
—No entiendo...
—Ya entenderás, prometo enseñarte —dijo sonriendo y desviando su mirada hacia la ventana, miraba el oscuro paisaje.
— ¿Por qué haces esa mueca? —preguntó mirándola con mucha intensidad.
Iba a responder, pero la presencia de Candela la dejó sin habla, a su vez sus abuelos y su tío llegaron a la casa. Se veían molestos, pero los gemelos lo ignoraron y se fueron en busca de abrigo y ropa para su hermana.
— ¿Qué pasó? —preguntó María, se veía preocupada.
—Nos atacaron —respondió Guadalupe terminando de tratar el brazo de Candy, su herida era superficial, pero no desinfectarla podría traerle malas consecuencias.
— ¿Quienes? —preguntó José sentándose en el sofá.
—No sé, me olvidé preguntarles mientras me trataban de clavar una espada, para la próxima lo hago —habló sarcástica Candy mientras le tendía una toalla a su hermana y sus hermanos le traían un abrigo.
Sabía que si no se los sacaban de encima a los adultos, entonces no podrían tener la tan ansiada charla.
—Cuide su tono, jovencita —le habló seria María, ella se encogió de hombros y le sonrió con algo de malicia. Sus amenazas eran en vano, no podían hacerle nada.
Esa no era su casa, ellos no eran su familia. No había razones para mantenerlos allí, no necesitaban de su dinero o de su guía.
—Eran palomas blancas —dijo Candela en un tono de voz suave.
El rostro de terror de los abuelos no fue para nada disimulado, su hijo se encontraba bastante perdido. No entendía porque esa reacción.
—Luis, ve a buscar tus trampas, quiero que rodees con un escudo de luna azul la casa —'le ordenó su madre con claridad.
Los presentes se vieron confundidos. ¿Qué tanto peso tenía ese nombre como para ponerlos tan nerviosos?
— ¿Qué está pasando, ma? —preguntó, ella solo se dio vuelta y se fue a su habitación.
Luis no dijo nada y salió de ahí, por primera vez se sentía tan confundido como sus nietos.
La tensión del lugar no disminuía, la vista de todos se dirigió a José, quien no abrió la boca. Era extraño que un ejército tan grande los fuera a atacar. Candy consideraba hablar sobre eso con su maestra.
Una vez Candela se encontraba seca los gemelos la miraron en busca de respuestas, pero antes de que pudiera abrir la boca tocaron la puerta. No sabía si su hermana mayor fue a abrir porque nadie más iría o porque deseaba escapar del interrogatorio.
En la entrada se encontraba una figura masculina con una sonrisa, miró a Candela algo preocupado, le dio un sobre de color madera con algo grueso en él. Al tocarlo sintió un escalofrío. Lo entendió al instante, el guardián del Diario de el Agua había muerto.
Debía de ser la más cercana para que se lo estuvieran dando.
¿Por qué ahora todo esto debía pasar? ¿No podía pasar otro milenio antes de que eso sucediera?
—Entiendo, lo cuidaré. ¿Cuánto tiempo debe pasar hasta que vuelva? —preguntó. El joven estaba sorprendido, lo normal, era la guardiana más jóven de todos..
—Para la primavera, esa es su época. Debo irme, no sé si me están siguiendo —el chico se acomodó la capucha y salió corriendo hacía un auto con vidrios polarizados.
Candela entró a la casa sin esconder el sobre. No serviría de nada, sus hermanos la buscaría mucho más que si lo traía con tranquilidad.