Se levantó muy temprano esa mañana, habían pasado toda la noche recordando lindos momentos con su familia, diferentes anécdotas.
Tenía que ir a encargarse de la reserva, esa era la carga que sus padres le dejaron y no le disgustaba en lo absoluto. Agradecía que ellos hubieran confiado en ella. Salió de la casa, estaba bastante silenciosa. Desde el ataque tenía mucho trabajo. Debía encontrar al D. I. que rondaba la zona antes de que lo mataran.
Vio las nubes encapotadas, eran como las de ese día. Aún recordaba cuando la encontraron.
Llovía a cántaros, estaba muriendo de hambre, llevaba cuatro meses sin conseguir plata para comer bien, la vida en la calle no era para nada fácil. La única razón por la que se mantenía viva era por ese odio que sentía hacia su hermana.
Estaba debajo de un puente para salvaguardarse de la lluvia, un auto pasó por al lado y continuo. Frenó de golpe y puso marcha atrás, asustada se alejó. Tenía miedo de que sean secuestradores, hasta que bajaron la ventana y los vio...
Un hombre con pelo entre castaño y pelirrojo, sus ojos eran color verdes y tenía pecas en su clara piel, parecía tener unos 25 años, le sonreía ampliamente.
A su lado había una mujer alta, con ojos color miel, su pelo de color rubio que estaba cuidadosamente atado en una coleta alta, era también muy pálida, tomaba la mano del hombre. Parecían dos jóvenes enamorados.
— ¿Necesitas que te lleven? —preguntó cordialmente.
Volvió a la realidad, estaba recorriendo todas las ruinas con Analía a su lado, verificaban que todo esté bien, mientras seguían las pistas que le dejaron el demonio, se rumoreaba, estaba recorriendo el lugar. Él debía de ser el guardián de su santuario. Si volvía significa que la magia inactiva estaba por ser reactivada, en esa crisis por la que pasaban era una gran idea tener una conexión entre el resto de los mundos y el de los humanos.
La lluvia se desató, comenzó a empaparla. Escuchaba constantemente un pitido agudo. Miró a Analía, le estaba hablando, pero no lograba escucharla, solo veía a sus labios, no decían nada coherente. Cerró sus ojos, respiró profundo mientras se embriagaba con esa sensación de nostalgia.
—Anda a la casa, iré apenas termine todo —necesitaba estar sola.
La chica obedeció y se fue caminando, los árboles se movían hacía ella para protegerla de las gotas de agua que mojarían su hermoso pelo negro y lacio.
Avanzó tranquilamente, se acercaba a las ruinas del santuario de las hadas, ese lugar era el que tuvo mayor actividad mágica desde que llegaron. Respiro hondo y entró por el arco de maleza enredada que rodeaba el lugar, pequeñas hadas danzaban entre capullo y capullo cambiándole el color.
Tocó con cuidado lo que quedaba de la pequeña estatua, sintió como algo de energía completamente pura entraba en contacto con su cuerpo. Su corazón se inundó de paz, una que no sentía hace mucho.
— ¡Mamá, papá! —escuchó dos vocecitas de niños, una chica y un chico completamente iguales llegaron corriendo para aferrarse de la pierna de ambos adultos. La única manera de saber que uno de ellos era chica eran por sus aritos—. ¡Cande! —exclamaron para abrazarla.
Hace dos meses la habían encontrado debajo del puente, al fin era parte de esa familia tan anormal y hermosa. Marcos y Candy eran sus nuevos hermanitos, sólo tenían tres años. Hasta el momento había descubierto que ambos eran muy unidos y que siempre para salirse con la suya se cubrían entre ellos. Sus padres eran muy jóvenes y alegres, su mamá era cantante y su papá un arqueólogo y ávido lector.
Todo de ellos le había gustado de inmediato, lo único que la puso en guardia en su momento fue un día en el que ella se quedó dormida. La familia cenaba afuera, se levantó a verlos por la ventana y lo que ocurrió la espantó. Podía haber jurado que cuando Marcos tocó las flores, estás habían comenzado a brillar.
Aunque la mantuvo inquieta por mucho tiempo descubrió que era un sueño. Era imposible que alguien haga eso, ¿no?
—Ingenua —se dijo a si misma. Eran una familia hermosa, pero no normal.
Salió del santuario, se dirigió directamente a la casa. No había mucho tiempo que perder, dejó a sus hermanos en la casa... Sólos, sin un adulto responsable que los detenga si se les da por hacer alguna estupidez.
Apuró el paso. Por mucho tiempo había odiado el día que vio a Candy y Marcos hacer eso y el día que sus segundos padres murieron, pero ahora sabía que era lo mejor para ella y para sus hermanos.
— ¡Mamá! —Candela escuchó el grito desde su habitación, la cual pintaba con su padre.
La vio mirando por la ventana el patio con aparentes deseos de salir a jugar, no podía decirle que no.
—Anda a jugar un rato, luego seguimos pintando —dijo y le puso un poco de pintura en la nariz, luego se rió, ella lo abrazó y bajó corriendo, saltó el último escalón y fue directo a jugar con sus hermanos.