Gabriel tocó la puerta con algo de pena, los chicos temblaban del frío, Lilim y él habían sido entrenados para aguantar todo tipo de climas aunque el frío nunca se le dio muy bien. La puerta color carmesí comenzó a abrirse, del otro lado había un joven con rasgos Ingleses, su pelo era pelirrojo y tenía pecas. Llevaba ropa blanca que lo hacía verse delgado.
— ¿Si? —preguntó nervioso.
—Es urgente mi señor, —habló con voz militar— necesitamos ayuda, adentro le daré el informe de la situación —transmitía poca confianza. El hombre se vio algo sorprendido y nervioso, se corrió para dejarlos pasar, uno por uno entraron temblando de frío.
Después de que el joven los ayudó se fueron de vuelta a Argentina, él con sus cálidas alas curó la hipotermia de Guadalupe, consiguió ropa para todos y los acompañó al aeropuerto. Por alguna razón trataba como mucho respeto a Gabriel y con demasiado cariño a Lilim.
—Gracias por todo —dijo Marcos.
—Un placer —respondió Leo, el extraño ángel—. ¿Lilim, ni le gustaría venir en algún momento de vuelta? —preguntó con una sonrisa.
—Es una posibilidad —le respondió algo cortante.
Gabriel los miró a ambos de lejos y subió al avión.
Se sentó junto a Marcos y miró por la ventana distraídamente mientras escuchaba música muy alta. No tenía ganas de nada, se sentía mal, había una opresión en su pecho que no dejaba de molestarlo, un severo malestar.
Tocaron su hombro y volteó para ver a Lilim a su lado, tenía una hermosa y enorme sonrisa en su rostro, temblaba un poco, bueno, temblaba mucho.
— ¿Qué te sucedió? —preguntó.
Le sonrió, acarició su mano con ternura y luego se fue a su asiento, dejándolo con un gran deseo de poder sentir de vuelta su mano acariciando la suya.
—Wow, ya la enamoraste —se burló Uriel mientras codeaba a Seta.
—Ya deja de molestarme —bufó el chico mientras se acomodaba en la silla, el chico bufó, quería seguir molestando al albino.
~Y~
Candy salió sin permiso de su casa, se había pasado el límite y ahora estaba con Leaf caminando, faltaba poco para llegar a su destino y eso la estaba poniendo muy ansiosa. Leaf estaba muy callado, la miraba de reojo cada tanto para ver si lo seguía o si alguien los vigilaba.
—Es acá, yo tengo cosas que hacer. Avísame cuando necesites volver —le dijo revolviendo su pelo mientras ella sonreía.
Asintió y se acercó, miró alegre el agua bailar, solo cuando estuvo en la orilla se quedaron completamente quieta. Leaf sobrevoló el estanque.
—Josephine, sal ahora, alguien quiere hablar contigo —la náyade apareció sobre el agua con un semblante serio.
Leaf la saludó con su mano y se fue a gran velocidad.
Su corazón golpeaba su pecho con fuerza, la última vez que se vieron causaron una pelea entre ella y sus hermanas, no quería que otro revuelo hiciera que su amiga prefiriera quedarse con esas criaturas y no con ellas.
—Hola, Josephine —la saludó con su voz suavizada mientras se acercaba lentamente a la orilla de la laguna—. Te traje un regalo —dijo entregando el sobre de papel de regalo que venía arrugando en sus manos desde que salió. Ella la vio y se acercó a la orilla para tomarla.
No pudo alcanzarla porque las demás náyades tomaron el pantalón largo de Candy y comenzaron a tirar de ella. Intentó aferrarse a la tierra, pero no pudo resistirse. La arrastraron hacia el fondo.
Josefina se tiró de cabeza al agua, parecía menos honda de lo que era y por primera vez sintió que el camino hacia el fondo era eterno.
La colorada se estaba ahogando, intentaba retener el aire lo más posible hasta que se pudiera soltar. Veía a la que fue su compañera dirigirse a ella lo más rápido posible.
Sentía que no llegaría, en su cuerpo se trazaron líneas violentas y celestes. Al mover sus manos el agua a su alrededor se congeló, apresando a sus hermanas y soltando a su amiga, quien ya estaba tragando agua.
Subió lo más rápido que pudo, sacó el cuerpo de la chica, parecía no respirar. Hizo una presión mínima con su pulgar en sus pulmones, comenzó a toser y escupir agua. Tenía que hacer eso con mucho cuidado, su fuerza podría lastimarla.
Por un segundo se quedó pensando. ¿Por qué la protegía? Era solo una simple humana.
Escuchó los chapoteos a sus espaldas.
—Debe tener unos diez mil años, podría ser como nosotras... —susurró mientras la cargaba en brazos—. ¿Y si la hacemos nuestra hermana menor? —preguntó.
Lara se acercó a ella mientras las demás tomaban distancia, era la única que tenía branquias... Por eso decían que sería alguien importante, ninguna de las presentes poseía esa distinción.
—Es una humana... Debe tener unos 14 o 13 años —dijo Rita.