Día uno de su suspensión de misiones. Ese día había sido ligeramente tolerable, tenía clases y eso la distraía un poco.
Estaba en su cama, tirada mirando el techo, había muchas cosas en su cabeza, pero no podía atenderlas ese día. No podía hacer nada en todo el día, Mina la tenía realmente controlada, no le permitía hacer nada.
Miró a un lado, Lilim permanecía en silencio, parada en la puerta. Su demonio estaba un poco más encima suyo de lo normal. No encontraba alguna explicación para su comportamiento, a esas horas, normalmente, lo único que hacía era comer pizza y burlarse de los leprechuzahum.
—Gabriel me contó que te diste un porrazo cuando estaban ocultando a todos —le dijo incorporándose para mirarla—. ¿Sabes? Cuando estaba metida en esa camioneta te llamé, me preocupé porque no me respondiste —confesó.
La demonio procedió a tomar asiento a su lado.
—Esos humanos, aunque estúpidos, querían ayudarlos y no tratarían de dañarlos —comentó relajada—. Por eso intenté priorizar los problemas y tratar de resolverlos.
Ella asintió y volvió a dejarse caer.
Lilim se calmó, al parecer su compañera se había tragado la mentira. Suspiró y volvió a pararse para apoyarse contra la pared. Estaba muy nerviosa.
Trató de ingresar en la mente de su protegida, pero no lo logró. Esperaba que sea algo temporal. Le asustaba tener esos problemas, no sabría a quien acudir para solucionarlo. No podía meterse en la cabeza de nadie y, para peor, le estaba costando volar.
No sabía por qué se había producido todo eso. Nunca un golpe en la cabeza la atontó tanto. Quizás estaba perdiendo resistencia, no estaba segura.
—Hey, deberías descansar un poco —le dijo Candy incorporándose—. Has tenido días muy duros por mi culpa, aprovecha que estoy fuera de juego y relájate. Yo iré a hablar con Seta, al fin entiende los sentimientos positivos, pero no sabe cómo manejar los negativos —comentó divertida y se fue caminando demasiado alegre por el pasillo.
Se quedó sentada unos instantes en la cama. Oyó los pasos de su protegida regresar muy apurada.
—Avísame si necesitas algo —volvió a irse, tarareaba una canción que nunca había oído, pero sonaba muy bonita.
Miró el reloj, eran las 13:30. Se asomó a la ventana y vio a Candy salir al patio completamente sola. Se quedó observando el cielo, no estaba segura si dejarla ir o no, pero no quería que sospechara de su incapacidad. Supuso que no estaría mal darle algo de libertad.
~Y~
Día dos de su suspensión, se encontraba en clases, mirando el pizarrón. Eso era una tortura, no le molestaba tener una vida normal, pero si tener una vida normal teniendo la posibilidad de tener una llena de aventura y tener que negarse a seguirla.
No podía creer que la chica que conoció en la biblioteca, la cual odió desde el minuto cero, y que luego encontró en Alaska sea ahora su supervisora. Le molestaba lo jodida y rencorosa que podía llegar a ser la vida.
Anoche se había tenido que despedir de la mitad de su grupo, a su gemelo y a su hermana mayor. Aún no sabía cómo hacían sus abuelos para convencer a los padres de sus amigas de irse, pero tampoco le tomaba mucha importancia.
Salió al recreo, Guadalupe y Josefina no habían sido llamadas para la misión, por lo que seguían asistiendo a clases. Se dirigía hacia ellos, antes de llegar sintió como alguien tiraba de su brazo, hacía demasiada presión. Volteó y se topó con los ojos marrones de Mauro, quien la trataba de intimidar con la mirada.
— ¿Dónde está Marcos? —cuestionó molesto, ella le sonrió de lado, cosa que lo hizo enfurecer—. ¿Qué le hiciste a tu hermano ahora? Candy, sé que ustedes ocultan algo, no sé qué tan grave es y no importa, pero quiero saber como está.
La chica sonreía ampliamente, no la intimidaba en lo absoluto. Vio a la muerte a los ojos, ¿Cómo podría temerle a un niño?
— ¡Suéltala! —gritó Josefina, estaba preparada para romperle la cara, Guadalupe era quien evitaba que se lanzara sobre él.
El chico, de mala gana, aceptó la orden y soltó el brazo de la colorada. Seguía molesto, se sentía un inútil, quería saber que le sucedía a Marcos. Él lo ayudó demasiado y ahora quería devolverle el favor.
Lo había hecho sentir bien, querido, con ganas de seguir adelante. Si había dejado de ser una mala persona fue por él y cuando no estaba volvía a ser el mismo.
Ella estaba ligeramente al tanto de lo que sucedió entre Marcos y Mauro, por esa razón decidió tener algo de consideración con él y su amistad.
Lentamente se acercó a su oído, para susurrarle la situación.
—Él se está encargando de mantener nuestro mundo a salvo y pronto yo lo ayudaré —le dijo con seguridad. El chico asintió, no creía que ella le fuera a mentir con eso.