La idea estaba fija en su cabeza, al menos desde que se despertó, debía llamar a Mauro.
Lilim le había dicho que fue a la casa y ella lo confundió con integrantes de Los Caballeros del Horizonte. No podía culparla, después de todo reclutaban chicos de su edad y no sería algo raro que vinieran, al menos no después de todo ese desastre.
Optó por dejarle un mensaje de voz, su enfermedad le había dado una pequeña tregua. El peor de los casos se estaba dando y ahora debía preparar todo. Una gran parte de sus problemas había sido arreglado con muchísima antelación, pero ahora debía prepara muchos otros.
Salió de la casa, era bastante de noche, todos estaban durmiendo. Había escapado con relativa facilidad.
Llegó a una plaza, estaba muy bien iluminada, no pasaba un alma, pero estaba tranquila, después de todo ningún ser humano común le podría hacer daño.
—Dame todo —le dijo la voz de un hombre a sus espaldas.
Suspiró, incorporándose tranquilamente, podía sentir la mirada de sus espectadores. Supuso que debía de mostrarle que las cosas iban en serio.
—Te recomendaría que huyeras —le dijo ella tranquila.
Se notaba que el hombre estaba drogado, apenas disparó el arma con su pulso tembloroso. Instantáneamente el escudo de El diario de secretos se levantó e hizo rebotar la bala, hiriendo a su atacante. Quien no dudó en huir bastante asustado.
Decidió fingir que no había visto a sus espectadores, se quedó sentada, esperaba a que llegaran rápido. No le gustaba que la hicieran esperar, estaba muy nerviosa por tener que hablar.
Sus compañeros hicieron notar sus pasos, como queriendo avisarle que estaban allí.
—Vinimos —habló Mauro seguro de si mismo, su voz era lo contrario a su comportamiento. Estaba asustado.
A su lado, Rodrigo, llevaba su cabello oscuro despeinado y unas grandes ojeras. Detrás de ellos dos se ocultaba Franco, se veía asustado de la joven, no los culpaba. No era algo normal ver a una niña repeler una bala.
—Tomen asiento por favor —los tres obedecieron mientras ella se incorporaba.
Inhaló hondo, preparándose mentalmente para decir todo lo que ensayó durante esa tarde.
— ¿Por qué decidiste mostrar quien eres? —le preguntó Mauro.
—Porque creo que están capacitados para saberlo —hablaba relajada.
La noche era oscura, los faroles de la plaza iluminaban muy bien el lugar, la luna era redonda y se veía roja, estaba hermosa.
—Desearía no tener que involucrar a nadie más en este desastre, pero si les estoy hablando es porque quiero saber que necesitan para que sean un subgrupo de mi equipo. —Iba a serles completamente sincera. No quería problemas a largo plazo.
Se quedaron mirando sorprendidos, digiriendo la noticia, meditando lo que había pasado.
—Tengo muchas preguntas, dudas —Mauro parecía en el éxtasis más puro, lleno de deseos por conocimiento.
Franco entendió lo que sucedía, la colorada no se iría con una negativa bajo ninguna circunstancia. No tenía eso en sus planes, ahí estaban negociando cuales eran sus términos para ingresar con ellos.
—Lo mío es sencillo corazón —dijo el rubio sonriendo—. Quiero ver si son fuertes, cuals era nuestra preparación, nuestra misión y enemigos.
Lo pensó durante unos segundos, sonrió y suspiró. Cerró sus ojos, contó hasta diez y comenzó a elevarse bastante alto. Les sonrió con alegría.
—Imaginense que yo soy la más débil —declaró la joven segura de si misma. Bajó lentamente—. Su misión lo sabrán si aceptan y nuestros enemigos son un conjunto de seres malvados que quieren destruir el mundo humano y dominar a la luz. Serán entrenados por dos caballeros bastante fuertes y capacitados. ¿Entonces?
— ¿Y mis dudas? —preguntó Mauro—. ¿Quién las resolverá?
—El entrenamiento, el tiempo y la experiencia. Todo eso me causaron más intrigas y resolvieron muchas de mis dudas —dijo la colorada tranquila.
Rodrigo lo pensó durante unos segundos. ¿Qué motivo tenía para ir directo al peligro? Franco había sido su amigo desde que tenían dos años. No podían dejarlos, quizás no tenía tanta curiosidad como Mauro, ni tantos deseos de aventura como Franco.
No se iba a olvidar de que sus amigos eran unos inconscientes y que se meterían en problemas por distraerlos. Él debía de ser el sensato. Debía estar con ellos.
—Me sumo. Creo que los términos que impuso Franco son muy buenos —aprobó el español.
—Okey, me alegra. Está todo listo, Mateo está preparado para llevaselos mañana a primera hora. —Habló firmemente con los brazos entrelazados a su espalda—. Se les tramitará unos falsos permisos para que sus padres que obtuvieron una especie de beca en un colegio de programación. Todo quedará perfecto, podrán entrenar libremente y si desconfían de alguien les pasaré el contacto de mis abuelos. ¿Si? —preguntó.