Bajaron del tren 30 minutos después, llegaron a un pequeño pueblito, la distancia respecto a Buenos Aires era mucha. Habían andado durante 12 horas, una hora antes de llegar se habían preparado todos para bajar bien vestidos.
Llegaron a la casa, Candela se agarraba de Josefina, quien se tomaba muy en serio su trabajo. Gabriel iba en el fondo, en completo silencio, no quería estar con nadie, solo quería dormir. Dormir para siempre.
—Bueno, hoy lo haremos por su recuerdo, que no haya ninguna falta de respeto, ¿Entendido? —dijo Josefina, el resto asintió.
Ingresaron a la pequeña cabaña, era un hermoso y confortable lugar. El funeral fue un poco más concurrido de lo que pensaron, habían muchos chicos. Pronto descubrieron que eran parte de los niños rescatados del instituto.
Había dos ataúdes ahí, uno estaba vacío, el cadáver de Candy no había sido encontrado nunca. Conocieron a amigos de la infancia de los muchachos. Unas personas que se veían afectadas por lo sucedido y recordaban con mucho cariño a los muchachos. Después de convivir con ellos un rato, se reunieron para proceder al entierro privado.
— ¿Y el cura? —preguntó Mauro en un susurró.
—Ellos nunca creyeron en Dios, después de todo lo que nos falló... —Candela hizo una pausa, le costaba hablar—. Era imposible que sigamos creyendo en él.
Parte de la gente que habían contratado para el evento, comenzó a repartir unas copas con vino para los adultos y jugo de manzana para los menores. Al parecer habían arreglado simplemente hacer un brindis.
—Nunca lo olvidaré Candy —dijo Seta levantando la copa con los ojos llenos de lagrimas, los presentes voltearon a verlo—. Nunca olvidaré el día que dejaste de actuar como una chica frívola, para llenarme de sentimientos positivos... fuiste una gran persona.
—Marcos —dijo Guadalupe llorando con la copa en alto—. Hay personas que me gustaría llevar conmigo a todos lados. Tu corazón brillaba como el oro y vos decidiste tirarlo junto al mío, para que juntos latieran. No podría agradecer lo suficiente ese gesto.
Podía verse desde lejos que eran dos personas con el corazón completamente roto.
Josefina tomó la palabra, agarró con fuerza el collar que le dio su compañera, respiró hondo y se preparó para hablar.
—Ustedes son fuertes porque en algún momento fueron débiles... —levantó la copa, el resto hizo lo mismo-. Por ellos, porque su fortaleza y lo que queda de su espíritu nos guié por lo que nos queda de camino. Soy precavida porque antes era confiada, Belén es valiente porque antes tuvo miedo, Marcos es expresivo porque antes era frío, Ainara es dura porque ante fue blanda, Guadalupe inteligente porque fue tonta, Franco empatico porque antes era apatico. Nosotros cambiamos, todo cambia.
Hizo una pausa, miró a sus compañeros.
—Pero que ellos se hayan ido no será solo un cambio, atraparemos a los responsables. Así que hoy no nos rendiremos, pelearemos con todas nuestras fuerzas para seguir adelante, ¡por ellos!
Un viento muy fuerte soplo, pero no era cualquiera, era unos obrenatural, el cual indicaba un mal presajio. La caja funebre donde debía encontrarse el cuerpo de Marcos...
Estaba vacía.
Dos extrañas figuras emergieron, una del sur y otra del norte. Una era femenina, llevaba un sombrero color negro y un vestido ajustado, el cual era del mismo color y se asemejaba a un traje. Acomodó su moño, sus labios sobresaltaban demasiado por ese color tan fuerte que llevaba. Su piel era grisacea, sus ojos también. Mostraba un andar seductor y ligero.
Del otro lado, un hombre con un andar más brusco se hacía presente. Estaba vestido como un cura, con unas largas alas de ángel, unas cadenas descanzaban en sus muñecas, parecía que fueron dobladas. Su rostro denotaba astucia, pero más allá de eso, había un defecto que lo dejaba su mirada.
Locura.
Los dos se dedicaron solo una mirada. No hizo falta más que una gesto para que todo el grupo de amigos se pusiera en guardia, incluso Candela con su juicio nublado logró hacerlo. Solo Josefina, bajó la mirada y agarró con fuerza el collar que le dio su amiga.
—Tranquilos —dijo la mujer sonriendo—. Venimos a entregar nuestras codolencias. No hay nada más triste que perder a un buen rival...
—Quería ver a quienes lograron despertarme de mi tortura eterna —dijo el otro joven con una enorme sonrisa—, pero al parecer llegué tarde.
El joven se sentó cruzado de brazos entre ambas tumbas, la mujer se acercó y acarició con dulzura la madera.
—Ustedes... —se escuchó un murmulló de Josefina, quien estaba contraída mirando su pecho—. Ustedes causaron su muerte —que dijeran eso hizo que los muchachos presentes allí cambiaran por completo la cara y hagan un despligue realmente impresionante de habiliades y armamento buscando atacarlos—. Y ahora... —la joven levantó lentamente la cabeza, tenía lágrimas cristalizadas en su rostro—, ¿ahora vienen a darnos sus "respetos"? —preguntó, sus ojos se volvieron azul marino, comenzó a flotar. Un viento helado se desató—. ¡¿Se dan cuenta lo cínico que es eso?
El hombre solo bostezó y se desperezó.
—Tengo sueño.
No tolero más, unas enormes espadas de hielo se desataron, el aire se volvió seco. Se llenaron de escarcha. La mujer sonrió, se sacó el sombrero.
—Suerte —le dijo a su compañero mientras le hacía una reverencia a los presentes, para luego mirar fijamente a Seta—. No te necesitabamos para avanzar, es una pena que hayas declinado a nuestra propuesta —dicho esto desapareció, esfumandoce como niebla, el muchacho se quedó sorprendido.
Las espadas no tardaron en dirigirse a él, al principió las vio tranquilo, pero al tomar consciencia de el tamaño esquivó con desgano una, que causó una gran y helada herida. El hombre abrió los ojos como platos, sorio ampliamente.
—Oh, que suerte que la esquive. Supongo que ya no te haré enojar... me retiro —dijo el hombre extendiendo sus alas y comenzando a volar.