Estábamos en el túnel regresando al Área de Mantenimiento.
La misión había concluido. Sin embargo, aún me encontraba raro: notaba mi sangre caliente recorriendo mis venas, así como mi corazón palpitante bombeando sangre. Era extraño, pues me sentía como si un hechizo se hubiera roto.
Miraba mis manos dentro de la cabina, absorto.
—Tachi, ¿aún notas tu corazón? —preguntó Hannah.
No le respondí.
—¡Tachi! —repitió.
—Sí, todavía lo noto. Esto es muy raro. No deberíamos notar el corazón. Nuestro corazón no es como el de los animales, que late. Si así son las cosas, quiere decir que somos mortales —respondí.
—¿De verdad piensas eso, que somos mortales, Tachi? —preguntó ella.
Nuevamente, Tachi estaba absorto. Miraba al infinito.
Si nuestro corazón late al igual que ocurre con el de los animales, ¿quiere decir que hemos perdido nuestro estado natural, el estado divino? ¿Qué somos nosotros, los seres humanos, ahora que tenemos un corazón latiendo? No lo comprendo.
—¡Tachi, responde!
—Sí, Hannah. Lo pienso. Pero, en realidad, no lo sé. Tan solo sé que, cuando matamos a aquel adel, nuestros corazones comenzaron a bombear.
—¿Tú crees que es causa del adel?
—No lo sé. Pero tiene sentido.
—Yo creo también que es eso: el adel que matamos. No hay otra razón.
Tachi no quería decir nada. Prefería guardar silencio antes que dar una afirmación. Una parte de él pensaba que, si no contestaba, todo volvería a la normalidad. Pero solo se estaba engañando a sí mismo, porque ya habían pasado horas desde el suceso.
Finalmente, llegaron al Área de Mantenimiento y sus fúlegs fueron anclados. No hubo agitamiento. Por lo menos, no uno violento.
Tras estar un par de segundos sin notar movimiento, Tachi decidió salir de la cápsula de control. Pero no podía; debía esperar a que lo sacaran del interior de la cabeza del fúleg. Entonces atendió unas indicaciones por los megáfonos:
—Vamos a proceder a sacar la cápsula de control de la unidad uno y dos.
Un brazo mecánico se ancló y, acto seguido, comencé a notar cómo la cápsula se movía lentamente hacia atrás, con cierto sonido hidráulico.
Me movía.
Para cuando estuve sobre la superficie de una estructura, me estaban despresurizando. Pulsé el botón de liberación para que la sangre saliera por los canales de drenaje. Entonces, cuando todo terminó, atendí en los interiores de la cápsula de titanio algo que me preocupaba: los latidos de mi corazón. Estuve atendiéndolo durante varios segundos, y eso que quería salir. Sin embargo, ese retumbar era mágico e hipnótico. Aun siendo así, prefería ser inmortal.
Abrí la escotilla de la cápsula y salí al exterior para reunirme con Hannah en uno de los puentes. Temíamos a los fúlegs delante de nosotros.
—¡Voy a ir a la sala médica ahora, Tachi! Quiero que me digan qué está pasando, porque esto debe tener alguna solución.
—Yo creo que no hace falta, Hannah.
—¿Por qué?
—Porque no somos los únicos en sentir los latidos. Mira a tu alrededor.
Y miró.
Se encontró con algunos operarios que tenían la mano sobre el pecho.
En ese mismo instante, Hannah se dio cuenta de que no era la única que sentía su corazón. Eso la tranquilizó lo suficiente como para no querer ir a la sala médica. Sin embargo, ya sea por precaución o por miedo, decidió ir. Y se lo comunicó a Tachi, a quien le dijo que ya no sentía el cerebro como antes, que algo había cambiado.
—¿Cómo sientes tu cerebro, como menos pesado?
—No me había parado a pensarlo. ¿Nos movemos?
—Sí.
Y caminaron en dirección al ascensor cuando atendieron por los megáfonos la voz grave del subcomandante Hugo:
—Aquí el subcomandante Hugo. Este mensaje es para Tachi y Hannah: id al ascensor y esperad a ser llamados.
Ella y yo nos miramos, y luego dije:
—Quieren hablar con nosotros.
—Sí. Vayamos a ver qué quieren.
Espero que este evento sea algo puntual y que en cualquier momento se revierta, porque no quería morir... Mi plan era vivir para siempre, no hasta la muerte. Y ahora que lo pienso, ¿cuántos años podía vivir un humano? Y ahora que lo pienso, ¿a qué despachos se refiere el subcomandante Hugo?
Los dos subimos al ascensor, pero no pulsé ningún botón y esperé a que fuéramos llamados. Hannah y yo nos preguntábamos a qué despachos se refería el subcomandante Hugo mientras mirábamos la cámara de vigilancia en señal de estar preparados. Entonces, las compuertas del ascensor se cerraron y comenzamos a descender.
Durante el viaje no hablamos mucho, aunque ciertamente nos preguntamos si nos estábamos dirigiendo al Área Experimental, que se encontraba en la cuarta planta. Pero, para nuestra sorpresa, cuando llegamos, no nos detuvimos, y el marcador de plantas seguía descendiendo como si estuviéramos siendo conducidos al centro de la Tierra. Sin embargo, no lo comentamos y continuamos descendiendo en silencio. Lo agradecí, pues quería pensar en el impacto que iba a tener sobre la vida tal catástrofe.