La unidad tres comenzó a gritar. Parecía descontrolado, como si sus intestinos hubieran aflorado. Puso sus manos sobre la cabeza. Como si estuviera teniendo una batalla interna por el control. Entonces, cuando vio a la unidad dos, paró.
El depósito era un espacio enorme, ocupado por pilas de chatarra colosales de todos los colores y tamaños. Hannah, nada más llegar, vio a Destrucción reconvertido en una unidad de combate. Su aspecto había cambiado desde la última ocasión. Una armadura de titanio cubría todo su cuerpo, a excepción de la cabeza —me preguntaba dónde estaba el piloto—. En su pecho tenía un ventilador circular de color rojo que giraba en torno a una piedra morada, posiblemente una amatista, que latía con un resplandor inquietante. Todo el mecanismo estaba envuelto por un generador blanco, alimentado, seguramente, por energía nuclear.
—Espero órdenes, comandante —se oyó la voz de Hannah por toda la sala.
—Saca de la unidad tres al piloto que se encuentra en la columna —replicó el comandante. Se atendió a través de la pantalla.
—¿Y qué hay de la unidad tres?
—Destrúyela.
—Recibido.
Hannah comenzó a correr en dirección a Destrucción, quien, sin pensárselo, lanzó un rayo de luz condensado por los ojos. La va a dar, pensé justo cuando lo esquivó. Lo celebré. Pero el combate no había hecho más que comenzar, y podía pasar cualquier cosa. Como que fuera derrotada. Pero inmediatamente quité ese pensamiento de mi cabeza. Era negativo, y mi persona rechaza cualquier clase de idea de esa naturaleza.
La unidad tres lanzó un puñetazo. Dio en el estómago de Hannah. Luego recibió una patada en la cabeza que la hizo retroceder. Pensé que iba a caer, pero de alguna manera se mantuvo en pie —ver eso me gustó—. La unidad tres salió al ataque. Ella no se movía. ¿Por qué no se movía? Entonces Destrucción intentó darle un puñetazo en la cabeza. Y otro. Pero ella, ágilmente, los esquivó. Acto seguido, la unidad dos le asestó una patada tan tremenda en el abdomen que cayó.
—¡Vamos, Hannah! —grité por la emoción.
La unidad dos trató de ponerse encima de la unidad tres, pero esta miró a Hannah y lanzó un rayo de luz condensado contra su cabeza. Ella se cubrió con el antebrazo.
—¡No te quedes quieta, Hannah! ¡Muévete!
Ella quería moverse, pero cuando se le metía algo en la cabeza, no paraba hasta conseguirlo. Por eso decidió no escapar del dolor y enfrentarlo, pese a sentir cómo su antebrazo se quemaba.
—¡Maldita sea! —gritó dentro de la unidad.
—¡Muévete, Hannah! Piensa en el fúleg —pensé.
Tachi, que estuvo mirando la pantalla de la izquierda en todo momento, se centró en la central y vio cómo el color del brazo derecho de la unidad dos cambiaba de verde a amarillo. Los operadores le comunicaron que, si continuaba protegiéndose en lugar de esquivar, perdería el brazo.
—¡Esperad! —exclamó, conteniendo el dolor.
—Aquí el comandante. Hannah, ¿qué estás haciendo?
Pero ella no respondió. La unidad dos paró de lanzar el rayo de luz y, nada más terminar, Hannah saltó, sacó el cúter del brazo derecho y trató de clavarlo en la cabeza de Destrucción. Pero este lo esquivó. La reacción de Hannah fue sacar el cúter del brazo izquierdo para clavárselo en la cabeza, pero el cúter no le hizo daño.
—¡No puede ser…! ¡Otra vez no sirve! ¿De qué están hechos los adeles? —dijo Hannah.
Miré la pantalla de la derecha. Salía la unidad dos forcejeando con la unidad tres. En algún momento del combate, la unidad tres se deshizo de la dos. Las cámaras de ambos daban vueltas: estaban girando. Cuando terminaron, se levantaron. Hannah contrajo sus cúteres, cosa opuesta a la unidad tres, que los sacó.
—Joder —dijimos al mismo tiempo.
Ella estaba en peligro, pues el metálfrio, aunque era una armadura muy compacta, podía ser traspasado por el mismo titanio. Sin dudarlo, sacó de nuevo los cúteres. Y, nada más hacerlo, Destrucción salió a la carrera. Hannah también. Intercambiaban ataques, esquivaban. Ningún golpe serio. Hasta que, en uno de esos ataques, Destrucción atravesó el pecho de Hannah con el brazo derecho. Ella gritó y soltó los mandos para apoyar su mano derecha sobre el pecho. El dolor la atenazaba, y yo estaba tremendamente preocupado; tan preocupado que no podía moverme. Destrucción le cogió el hombro izquierdo para hundirle aún más su cúter, el cual estaba lleno de sangre amarilla. Yo animaba a Hannah mentalmente para que se moviera. Y, entre gestos lentos —le costaba moverse—, cogió los mandos de nuevo. Y, como si su brazo izquierdo tuviera vida propia, empezó a echar la quijada de Destrucción hacia atrás. Él, en un ataque de furia o rabia, comenzó a lanzar rayos de luz al techo.
—¡Destrúyelo, Hannah! —me dije.
Y ella, como si me estuviera oyendo, dio un grito y le clavó el cúter desde abajo, justo en el generador, el cual dejó de brillar a diferencia del mineral. ¿Destrucción había muerto? Él se quedó atrapado en el tiempo; no podía moverse. Sin embargo, la piedra, continúaba brillando extrañamente.
—El brazo izquierdo no funciona. No soy capaz de moverlo —dijo Hannah entre dolores.
—¿Cómo que el brazo izquierdo no funciona? —preguntó el comandante.