Me desperté. Lo primero que hice fue mirar por la ventana. No hacía buen tiempo. No me sentía con ánimos de levantarme. Pero era precisamente en estos días cuando más me gustaba superarme, así que, con brío, salí de la cama. Me acerqué a la ventana. Desde ahí podía ver las azoteas siendo azotadas por la lluvia. Miré el cielo encapotado. No había un solo pájaro. Sabía de antemano que no encontraría ni uno, pero quería desafiar al destino.
No sé si ir a ver a Hannah con este tiempo, pero quiero verla. A ella y a Fausto... Pobre chaval. Ser seleccionado para proteger el mundo y acabar en un estado tan deplorable. No me gustaría estar en su pellejo ahora mismo. Hay tanta mala suerte para algunos y tanta fortuna para otros... El mundo no es un mal lugar. Sin embargo, hay desajustes.
Fui al baño y me duché rápidamente. Volví a la habitación, me vestí y preparé el paraguas, que dejé en la mesa de la entrada. Luego me dirigí a la cocina para prepararme un café. Nada más hacerlo, fui con él al salón. Encendí la tele y puse las noticias. No me senté. Preferí verlas de pie.
El reportero contaba que el Diezáuno había perdido misteriosamente la rama sospechosa y que se encontraba en el estado previo a su aparición. Continuó diciendo que los científicos del CSIC estaban investigando el caso. Además, informó que el Consejo Superior de Científicos había vuelto a interesarse por el origen del árbol.
El reportero, que se encontraba fuera del recinto acordonado, entrevistó a uno de los científicos.
—Buenos días, Antonio. Para los jóvenes despistados que no lo sepan, ¿qué es el Diezáuno?
—El Diezáuno es el árbol milenario de la vida. Su corteza es transparente, pero, irónicamente, se puede ver por el brillo dorado tan característico que tiene.
—¿Cuál es su origen?
—Su origen es incierto, pero tenemos la teoría de que es de procedencia extraterrestre.
—¿Por qué dicen eso? ¿Qué los lleva a pensar que es un árbol de origen extraterrestre?
—Porque brilla como solo una estrella puede hacerlo. Y te daré un dato curioso: cuantas más personas lo rodean, más brillante es.
Tachi no sabía ese dato tan curioso. Lo repitió incluso tras dar un sorbo al café.
—¡Oh, vaya! Eso no lo sabía. Volviendo al tema de su origen, ¿se podría decir que el Diezáuno es una estrella?
—Sí, se podría decir que es una estrella, solo que sin esas altas temperaturas.
—¿Y se sabe de qué está hecho, Antonio? Porque ningún árbol en la Tierra posee sus características.
—Es cierto, ningún árbol terrestre las tiene. Antes de responderte, debo aclarar que los árboles que vemos, todos, son raíces del Diezáuno. Ahora sí: el árbol tiene una composición semejante a la de una estrella, pues presenta helio e hidrógeno. Suponemos que nació tras que una pequeña estrella del tamaño de una nuez impactara en la Tierra. Sin embargo, aún no sabemos cómo produce ese brillo, que, al fin y al cabo, es lo de menos. Lo que nos importa por ahora es saber cómo se formó.
—¿Y qué hay de la rama que se desprendió? ¿Hay alguna explicación?
—No. Por ahora, ninguna. Pero he oído por ahí que podría ser un mecanismo de defensa para no pudrirse.
—Y... —decía justo cuando apagué el televisor.
No quería escuchar más. Nada más oír “he oído”, comprendí que se refería a ODAD. Además, por mucho que se supiera del árbol, nunca se sabría de dónde surge el ser humano. Ese era el auténtico misterio. Como ocurre con los adeles. En ese momento resonaron las palabras de Destrucción en nuestro primer encuentro: “¿Por qué podéis crear vidas tan especiales?”
¿Se refería a los animales, a la especie humana o a ambas? Tras recordar esas palabras, Tachi se cuestionó si debía contar esa información al comandante. Pero, como no iba a obtener ni una palmada en la espalda, decidió guardársela para sí mismo.
Se dirigió a la cocina, dejó la taza en el lavavajillas y fue a la entrada, donde cogió el paraguas. Pero se sentía raro, como si le faltara algo. Entonces lo recordó: debía coger el cactus y el clavel, al cual decidió la noche anterior no cortarlo. Según él, era más bello tal como estaba.
Dejó el paraguas, tomó el cactus y el clavel, y los metió en una bolsa. Ya preparado, abrió la puerta y se dirigió a la organización.
Cuando llegó, no se cambió. Fue directamente a la planta médica. Sacó las plantas y guardó la bolsa de plástico en uno de los bolsillos del pantalón. Se dirigió primero a ver a Fausto. Pasó delante de la habitación de Hannah, quien lo vio incrédula desde su cama.
Entonces Tachi se detuvo frente a la habitación de Fausto y pensó con melancolía:
—¿Qué tal estará? Espero que mejor que ayer, por lo menos.
—Tachi —dijo Hannah.
Miré a esa bella persona que me llamaba y respondí:
—¿Sí?
—¿Qué haces ahí? Mi habitación es esta.
—Lo sé, Hannah. Ven.
Me agaché y dejé el cactus en el suelo. Mis manos estaban cansadas. Ella se acercó y preguntó qué era lo que tenía. Le dije que nada, que no era para ella. Sin pensárselo, Hannah dijo que mentía. Tenía razón. Pero, como no quería caer en ese bucle, no ahora, le dije que luego lo hablaríamos, pues ahora quería ver el estado de Fausto.
Al oír eso, se sorprendió.
—¿Él es Fausto? ¿El piloto de la unidad tres?
Asentí.
—Está... moribundo —dijo con voz quebrada—. ¿Qué le habrá pasado...?
—No lo sé. Pero seguro que se recupera, Hannah. ODAD dispone de la última tecnología para curar estos casos.
—Menos mal que lo conseguí sacar a tiempo de la unidad tres. ¡Qué suerte!
—Lo hiciste muy bien. Combatiste muy bien. Así que no te preocupes por él; se recuperará.
Un doctor apareció por el pasillo. Era Max, que venía a ver a Fausto.
—¡Hola, Tachi! ¡Buenos días! —dijo el doctor-científico.
—¡Buenos días, doctor Max! —respondí—. ¿Vienes a verle?
—Sí, así es —replicó, con una mano en el bolsillo de la bata. Luego se dirigió a Hannah—: Hannah, ¿qué haces fuera de la cama? Debes descansar.