El Diezauno

CAPITULO NUEVE

—Liberad a la unidad uno —ordenó el comandante.

Los potentes imanes fueron desinhibidos: podía moverme.

El Adel enemigo estaba a solo unos metros y de espaldas. Pero, en cuanto di el primer paso y luego el segundo, se volvió. Su aspecto recordaba al Adel Destrucción, solo que este tenía la cabeza de un oso dorado y rugiente; entre las fauces se distinguía su rostro frío y enmascarado.

—Pestilencia —dijo una voz sorda en mi cabeza.

—Pestilencia... —repetí—. Te voy a matar, Pestilencia.

Lo dije bajo la lluvia. Pestilencia comenzó a caminar hacia mí y yo hacia él. El suelo temblaba. Mi corazón iba a mil. Habría salido corriendo al ataque, pero su inexpresiva cara me infundía tal desconfianza que no me quedó más remedio que ser lo más prudente posible. Él se detuvo. Yo me detuve con él.

—Sueño, continúas con vida —habló Pestilencia, con esos ojos que brillaban a cada palabra. Miré su boca: estaba sellada; y, sin embargo, era capaz de hablar—. ¿No vas a contestar? —preguntó tras un breve silencio—. No importa. Serás destruido junto con la especie humana.

Y empezó a correr. No me quedé atrás. Mientras avanzaba pensaba en darle en su núcleo, pero no sería fácil. Nada en esta vida lo es. Ya cerca, comenzamos a atacar.

Tachi le dio el primer y el segundo puñetazo a Pestilencia, pero este se defendió con facilidad. El Adel contraatacó: intentó tres golpes en la cabeza que nunca llegaron. Entonces, con una fuerza maquinal, le metió el hombro en el estómago. Tachi se dobló por el dolor y cayó al suelo.

—¡Maldito monstruo! —gruñí entre dolores—. ¡Me las vas a pagar!

El Adel agarró a la unidad uno por las muñecas; ambos forcejearon varios minutos, hasta que Pestilencia le propinó un cabezazo tan tremendo que la unidad no se movió.

—De verdad, Sueño, no sé qué haces con una armadura. Es inútil. Tu carne es blanda como la de un bebé —dijo Pestilencia al levantarse.

—¡Tachi, levántate! —ordenó el comandante.

No respondió. A Tachi le dolía mucho la nariz; tanto que había soltado los mandos para cubrirse. Pasaron unos minutos hasta que se quitó las manos y comprobó si tenía sangre: no había. Empezó a moverse y a preguntarse qué pasaba. Cogió los mandos y miró a sus pies: estaba siendo arrastrado por el Adel. Le dio una patada en el brazo derecho con la pierna derecha y se liberó. Extrañamente notó la piel más blanda de lo habitual. No entendió por qué, pero se levantó rodando hacia atrás.

—¡Así que quieres seguir peleando, Sueño! Se nota que eres obstinado. Tan obstinado que no moriste aquel día. Dime dónde se encuentra el Diezáuno y te dejaré vivir.

—¿Este Adel se piensa que le voy a decir dónde está el árbol así porque sí? ¿En serio? —pensé.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué no contestas, Sueño? La caída del cielo te dejó mudo.

Tachi salió corriendo y atacó; no soportaba a este Adel parlante. Intentó un puñetazo con el brazo izquierdo, que fue bloqueado por el brazo derecho de Pestilencia. Este le dio una patada en el costado derecho. Tachi se resintió, pero no se rindió: se mantuvo firme. Sin embargo, la unidad uno se movió por sí sola y le sujetó bien la pierna.

—Córtalo por detrás —dijo una voz sorda.

—De acuerdo —respondí.

Tachi, manteniendo la pierna del Adel con el brazo izquierdo, sacó el cúter derecho. Pero sucedió algo increíble: Pestilencia empleó su brazo izquierdo como punto de apoyo y le asestó tal patada que su cabeza impactó contra los edificios. El fúleg habría perdido la cabeza si no estuviera cubierto por el metálfrio.

—Ya es hora de que te arranque tu núcleo, Sueño. Luz te debe estar esperando —comentó el Adel.

—Luz... Hannah... —murmuré al ver sangre a través de los ojos del fúleg. Eran de la unidad.

Tachi quiso recomponerse, pero no pudo: la unidad uno estaba malherida por la última patada.

—¡Vamos, Sueño! Levántate —ordenó mientras hacía esfuerzos por recomponerse—. Ver estado del cuerpo —ordenó a la inteligencia artificial.

En la pantalla de su casco apareció, entre líneas horizontales y verticales, la representación del cuerpo de la unidad dos. Tenía la cabeza en rojo.

—La cabeza está en rojo...

Pestilencia, quieto, volvió a preguntar por qué no me levantaba. Tachi intentó ponerse de pie, pero la unidad dos estaba en peor estado.

—Esa armadura te impide hablar, ¿no es así, Sueño?

Tachi miró a Pestilencia; los ojos huecos del Adel comenzaron a iluminarse.

—¡Vamos, Sueño, muévete o nos va a dar con su rayo! —grité.

—No puedo... —llegué a oír en mi cabeza.

—¡Cómo que no puedes, maldita sea! —exclamé, tratando de levantar la unidad.

Entonces los huecos ojos de Pestilencia dejaron de parpadear. En lugar del rayo, vino corriendo y nos dio un brutal rodillazo en la cabeza. La armadura de Sueño quedó más rota; sangraba mucho. Tachi preguntó al asistente del fúleg por el estado del cuerpo y se fijó en la cabeza: no había cabeza. Había de todo menos cabeza. Mientras Pestilencia iluminaba sus ojos para cortarles tal vez la cabeza, Tachi dijo:




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