El Diezauno

CAPITULO DIEZ

Al día siguiente, tras darme el alta, fuimos al despacho del comandante. Estaba sentado, con las manos cruzadas sobre la mesa. Extrañamente, el subcomandante Hugo —que iba a todas partes con él— no estaba. Aun así, no se encontraba solo: el doctor y científico Max estaba con él, apoyado delante de la mesa. Tenía los brazos cruzados. Y un mando.

—¿Qué tal te encuentras, Tachi? —me preguntó el comandante.

—Bien, señor —respondí.

—Me alegro, de verdad. Porque, en un principio, tú no deberías estar despierto. Quiero decir que tu acto de quitarte el casco para destruir al adel fue muy audaz, aunque también muy temerario. ¿Sabes de qué te estoy hablando, Tachi?

—No, señor.

—Como le dije, comandante —habló el doctor Max—, tiene amnesia. No recuerda los eventos previos al enfrentamiento, como tampoco los posteriores. Solo sabe que subió al fúleg y que despertó en la planta médica.

—Ya veo —dijo el comandante tras una pausa—. Queremos que veáis algo, Tachi y Hannah. Fue grabado por los civiles.

El doctor dejó de tener los brazos cruzados y pulsó un botón. Entonces, Hannah y yo vimos cómo, a nuestra derecha, descendía una pantalla. Cuando terminó de bajar, el doctor apuntó al proyector. Este se encendió y comenzó a mostrar unas imágenes. En ellas se veía a la unidad uno enfrentándose al adel: cómo lo derrotaba, cómo perdía el control y destruía los edificios hasta la llegada de la unidad dos.

Me sentí mal por lo que vi. No creía que hubiera pasado nada de eso, aunque Hannah me lo hubiera dicho.

—Esto que habéis visto sucedió hace tres días —dijo el comandante mirándome—. Tuve que usar la unidad dos para detener a tu unidad y salvarte, Tachi. Murieron personas... Personas inocentes. Personas a las que protegemos y a las que otros quieren. Ahora el mundo se pregunta qué son los fúleg, como también qué eran esas criaturas gigantes y humanoides que nos atacaron. El mundo merece respuestas. Respuestas que ni nosotros tenemos, porque no sabemos por qué nos atacan. Debemos desmantelar ODAD y revelárselo al mundo. La gente quiere respuestas, y si no se las damos, las hallarán de un modo u otro. ODAD se revelará mañana como una organización destinada a proteger al mundo. Y será mañana.

Hubo un breve silencio, hasta que el doctor lo rompió.

—Sí, que se revele es lo mejor que puede pasar. Tal vez así los pueblos se reúnan para combatir esta amenaza. Aunque corremos el riesgo de morir en el intento —dijo.

—¿Y eso por qué? —quise saber.

—Porque, desde la llegada de los adeles, el ser humano solo experimenta desgracias, como el surgimiento de su mortalidad y la aparición de agentes patógenos —respondió.

—¿Agentes patógenos? —preguntó Hannah—. ¿Qué son los agentes patógenos?

—Son organismos vivos tan minúsculos que necesitamos microscopios para verlos —respondió.

—¿Y qué hacen? —pregunté.

—Invadir el cuerpo. Esta invasión provoca cambios en el cuerpo del afectado de tal modo que su comportamiento cambia. No sabemos mucho acerca de ellos. De hecho, debemos usar los impuestos en la creación de plantas médicas masivas para atender a los enfermos; es decir, los médicos debemos especializarnos más y ampliar nuestros estudios sobre el cuerpo humano. También debemos comentaros que el Diezáuno ha perdido otra rama. Creemos que están vinculadas a ellos. Y eso nos crea un dilema —dijo el científico Max—. Un dilema muy grande: si matarlos o no.

—Así es —añadió el comandante—. El dilema en cuestión es si matarlos o no. Pero si no los matamos, nos matarán ellos. Y, si no, moriremos nosotros. Es por esto que crearemos una nueva unidad, una que funcione como la anterior, con energía nuclear. ¿La finalidad? Crear un impacto que dé lugar a un nuevo Diezáuno.

—¿Pero cómo haremos eso? ¡Necesitaremos un piloto que lo maneje! —dije.

—No. Control remoto —respondió el científico Max—. Si desarrollamos ese robot, podremos crear un Diezáuno, aunque no estamos al cien por cien seguros de lograrlo.

—¿Cómo piensan hacer algo tan grande? —pregunté—. ¡Que yo sepa, no disponemos de nada que se asemeje a algo tan grande como un fúleg!

—Sí lo tenemos —dijo el comandante, recostándose en la silla—. El adel.

—¿El adel? —dijo Hannah—. ¡Pero eso es muy peligroso! ¡Miren lo que sucedió con Fausto!

—Lo sabemos —dijo el doctor—. Es por esto que, en esta ocasión, emplearemos el metálfrio para suprimir la voluntad del adel. En teoría, no debería pasar nada.

Oír esas palabras no les gustó ni a Tachi ni a Hannah, y sus rostros lo reflejaron. Por eso Max les dijo que no se preocuparan, porque sería una unidad independiente. El único riesgo era que todos saltaran por los aires. Pero, como eso no ocurrió con la unidad tres, no debería pasar nada, en principio. Dicho esto, el comandante dijo que podían irse.

Ellos se dieron la vuelta y comenzaron a caminar. Y cuando abrieron la puerta, añadió:

—Por cierto, no uséis más el SIC. Es una orden.

Salimos del despacho.

Al día siguiente nos encontrábamos en la Puerta de Alcalá. Las calles estaban repletas de personas. Ni siquiera con el fúleg podía verse el final. Había muchos canales de televisión y helicópteros. No estaban para proteger a la ciudadanía, como pudiera pensarse, sino para grabar el acontecimiento del día.




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