El día de ayer se nos pasó volando. Hannah y yo estuvimos bajo el Diezáuno, fuimos a la organización, entrenamos, salimos y luego dimos un paseo por la Gran Vía. Probamos ropa que al final no compramos y cenamos juntos. El peor momento de todos fue la despedida.
Me levanté mejor que el día anterior. Dormí bien. La nariz no me molestó y, aunque aún tenía algo de frío, ya no estornudaba. Lo primero en lo que pensé al abrir los ojos fue en Hannah. Quise llamarla, pero era demasiado temprano. Aún estaba soñoliento.
Fui al baño y me duché. Tardé media hora entre asearme, ponerme la crema y vestirme. En ningún momento dejé de pensar en ella. Después fui a la cocina y me preparé unas tostadas con aceite de oliva y tomate. Mientras lo hacía, recordé el cálido y delicioso café camerunés que ella me había preparado. Por ella decidí hacerme un café, aunque yo no era tan meticuloso: ponía café en el vaso y le echaba agua caliente con azúcar. Lo hacía así porque no tenía leche —ni me gustaba tomarla—.
Mientras mordía la tostada, llamé a Hannah. Al contestar, saludó con tanta energía y brío que mi corazón se alegró. Sabía que era así por mí, y por eso decidí responderle con la misma motivación.
—¡Muy buenos días!
—Gracias.
—¿Qué tal has dormido?
—Súper bien. ¿Y tú? ¿Sigues enfermo?
—Un poco, pero ya me noto mejor. No tengo la nariz taponada, solo un poco de frío.
—Eso lo puedo solucionar yo.
—¿Cómo?
—Dándote calor.
—Lo quiero. Seguro que me hace mucho bien —dije tras darle otro mordisco a la tostada.
—¿Estás desayunando?
—Sí, ¿por qué?
—He escuchado algo crujir. ¿Qué estás comiendo?
—Tostadas con tomate y aceite de oliva. Adivina qué...
—¿Solo eso? ¿No tomas café?
—¡Qué cosas! Has adivinado la adivinanza que iba a hacerte.
—¡Toma! —exclamó, riendo por el acierto.
—¿Tú estás desayunando? —pregunté.
—Terminé hace cinco minutos. Tomé café.
—¿Solo eso? —pregunté imitando su tono.
—Sí, solo eso.
—Deberías comer algo más, pero no te voy a decir qué hacer. Principalmente porque no quiero.
—¿Y por qué no quieres? Deberías decirme que desayune algo más. ¿Por qué no lo haces?
—No sé, la verdad. Supongo que no quiero que cambies por mí. Aunque, bueno… yo me hice un café exprés (le puse agua caliente al café) —dije, riendo ligeramente, con un aire de falsa prepotencia.
—¿Le echaste agua al café? ¡Qué asco! ¿Cómo puedes tomar eso? ¡Eso no es café!
—¿Pero qué…?
Ella se rió dulcemente.
—Me encanta. ¡Repítelo!
—¡Demonios! No.
—¡Joe! ¿Por qué no?
—Porque no. Es mejor así. Bueno, Hannah, cariño, hablamos luego. Nos…
—¡No cuelgues!
—Vale.
—Di que me quieres.
—Uy… te quiero.
—Yo también te quiero.
Y colgué.
Salí de casa y me dirigí a la organización. En el camino me encontré con varios fans y tuve que detenerme: me pidieron autógrafos y fotos. No fue tan caótico como el día anterior; la gente se comportó con educación, y no podía rechazarles. Algunas chicas me llamaron desde la acera. Me dijeron de todo: desde “guapo” hasta “¿me das tu número?” e incluso si quería salir con alguna de ellas. Las rechacé a todas. Algunas insistieron, y tuve que decirles que Hannah era mi novia. Se lo tomaron bien, incluso me dijeron que la cuidara. Agradecí sus palabras.
Al llegar al CSIC y entrar, me dirigí al ascensor, justo cuando recibí una llamada. Era Hannah. Me dijo que estaba llegando.
—Yo estoy a punto de bajar. Te estaré esperando en la sala de práctica.
—Vale.
Colgué.
Llamé al ascensor y subí. Pulsé la planta menos uno, pasé la tarjeta y comencé a descender. Nada más llegar a la zona de operaciones, bajé las escaleras, crucé el puente y fui directo a los vestuarios. Me quité la ropa, me puse el equipo y luego me quedé un momento frente al espejo, observándome.
Tachi se quedó reflexionando. No podía creer que tuviera novia desde el día anterior. Tampoco que fuera alguien famoso. No le gustaba ser el centro de atención; lo detestaba. Se preguntaba cómo había personas que disfrutaban de estar frente a los focos. Como no lo entendía, concluyó que simplemente habían nacido para eso. De pronto, escuchó su nombre por megafonía: lo llamaban al área científica, en la cuarta planta. La doctora Alba lo esperaba.
Antes de ir, le dejó un mensaje a Hannah diciéndole que estaba en la organización y que lo habían llamado.
Cuando llegó al área científica, se encontró con un lugar completamente blanco y lleno de cristales. Tras ellos, varias personas trabajaban con microscopios, vasos y probetas. Se preguntó qué demonios investigarían día y noche. La doctora Alba apareció al final del pasillo, con su bata blanca y una tabla en la mano: traía los resultados del análisis. Le hizo una seña para que se acercara. Tachi obedeció.