El Diezauno

CAPITULO TRECE

Hannah y Tachi salieron de las cápsulas de control. Él cruzó el puente y se reunió con ella.

—Hemos completado la misión —dijo Hannah.

—Así es —dije.

—¿Vamos a cambiarnos?

—Sí.

Comenzamos a caminar. Y, cuando salimos del puente corredizo, este comenzó a abrirse para guardar los fúleg. Hannah y yo nos detuvimos para verlo. Y, nada más ser guardados, salió el adel con el cuello roto.

Tachi y Hannah tenían dudas sobre qué iban a hacer con Corrupción, así que, cuando Tachi vio a un ingeniero, le preguntó qué iban a hacer con el adel. Y este dijo:

—Vamos a ponerle unos tornillos en el cuello para evitar que se regenere.

—¿Y después? —interrogó Hannah.

—Es confidencial —respondió. (Ponerle frietzchio y generadores nucleares.)

Y continuó su camino.

—Bueno, al menos sabes algo de lo que van a hacer —dijo Hannah.

—Subamos a cambiarnos —dije.

Ambos se dirigieron al ascensor. Pulsaron el botón y, cuando llegó, vieron a un hombre de pelo rojo —tenía un traje de piloto como ellos—. Tachi y Hannah se quedaron boquiabiertos, más Tachi que Hannah. Aquel chico que estaban viendo era el piloto de la unidad tres.

—¡Fausto! —exclamó Tachi.

—Hola —saludó él tras salir del ascensor.

—Hola —saludó Hannah.

—¿Qué tal te encuentras? —preguntó—. Me alegro de verte despierto, Fausto.

—Gracias.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Hannah.

—Bien —respondió—. Estoy consciente, y eso no es poco.

—Y que lo digas.

—Por cierto, mi nombre es Tachi.

—Y el mío es Hannah.

—Encantado de conoceros. Tengo una pregunta: ¿eso que hay detrás de vosotros es un fúleg?

Ellos se dieron la vuelta y Tachi dijo:

—No, no es un fúleg. Es un adel.

—¿Eso con el cuello roto es un adel? ¿Y qué hace aquí dentro?

—Quieren ponerle frietzchio.

—¿Frietzchio? ¿Para qué? —cuestionó Fausto.

—Para crear un nuevo Diezáuno.

—Intentar crear un nuevo Diezáuno —corrigió Hannah.

—¿Y solo con eso van a crear uno?

—No —contestó Hannah—. Le pondrán un reactor nuclear.

—¿Quién lo manejará? —quiso saber Fausto.

—Nadie.

—¿Cómo que nadie? Eso no es posible.

—Control remoto.

—¡Ah, vale! Por cierto, ¿qué vais a hacer ahora?

—Teníamos pensado ir a cambiarnos. Hemos terminado por hoy —contestó Hannah.

—¿Y luego?

—No habíamos pensado en nada, la verdad —repliqué.

—Podríamos ir a una cafetería y conocernos —dijo Hannah, mirándome.

—No es mala idea. Subamos y vayamos a una cafetería —dije.

—Vale —dijo Fausto.

Y llamaron al ascensor. Las puertas se abrieron y subieron. Durante el ascenso, Fausto le dijo a Tachi que su voz le resultaba curiosamente familiar.

—No sé a qué se deberá. Tal vez mi voz sea genérica, cosa que dudo mucho.

—Tu voz no es genérica. Es única, como toda voz —habló Hannah.

—Tal vez te suene mi voz porque, durante el tiempo que estuviste en coma, fui a visitarte —comentó Tachi.

—Ahora entiendo por qué me suena tu voz.

Cuando llegaron a la planta menos uno y salieron, Fausto les preguntó si llevaban mucho tiempo siendo compañeros. Hannah habló. Dijo que más o menos. Esa respuesta tan imprecisa hizo que Fausto preguntara cuánto era “más o menos” en tiempo, y obtuvo por respuesta: dos años.

—No son pocos dos años —dijo Fausto.

—No —dijo Hannah—. En dos años pueden pasar un montón de cosas.

—Y que lo digas... —dijo Tachi caminando.

Los tres se dirigieron a los vestuarios. Y ahí se separaron.

Mientras Tachi y Fausto se cambiaban, este le preguntó cuánto tiempo llevaba en la organización.

—Llevo más de diez años —respondí.

—¿Diez años? —exclamó Fausto, sorprendido.

—Sí, diez años.

—¡Joder! ¿Y cómo es que no te fuiste? Yo no sé si hubiera soportado estar tanto tiempo en la organización. ¿Por qué aguantaste tanto?

—Aguanté porque alguien debe hacerlo.

—Ya veo.

—¿Qué hay de ti, Fausto? —le pregunté—. ¿Cómo y por qué te uniste a la organización?

—Me uní porque el subcomandante Hugo me localizó. No sé cómo, pero lo hizo. Me dijo que estaban buscando nuevos pilotos para proteger el mundo. No lo creí al principio; de hecho, pensé que estaba de guasa, hasta que me enseñó los fúleg. Ahí comprendí que quería apoyar su causa.

Fausto y yo salimos de los vestuarios. Hannah nos estuvo esperando un rato y nos preguntó por qué tardamos tanto. Me disculpé y le dije que fue mi culpa. Ella hizo una mueca. No comprendí nada, pero le pedí disculpas.

Los tres nos dirigimos al ascensor de salida. Pero, antes de llegar, sonó la voz del comandante por toda la sala. Dijo que quería vernos en su despacho. Nosotros tres nos miramos con cara de duda y, en lugar de coger el ascensor de la izquierda, cogimos el de la derecha. Estuvimos esperando a ser llamados tres minutos y descendimos.

—¿Por qué no tiene botón la zona de los despachos?

—Lo desconocemos, pero creemos que es por seguridad —replicó Hannah—. ¿Ves esa cámara? Nos ven. ¿Ves esa ranura bajo la tercera planta? Solo pueden usarla el comandante y el subcomandante.

—Ya veo.

Al llegar a la cuarta planta, caminaron hasta el final del pasillo y entraron al despacho.

El comandante estaba sentado y el subcomandante, detrás de él, con los brazos atrás.

—Hola, comandante —dijimos los tres.

—Hola. Veo que ya os conocéis. Quería presentaros a Fausto, pero es innecesario. Ya está hecho. Os hemos llamado para felicitaros por vuestro trabajo. Sin embargo, quiero haceros una pregunta: ¿cómo es posible que perdierais el control de vuestros fúleg?

—No sé. Yo pienso que están indudablemente vivos, señor —dije.

—Sí, eso ya lo sabemos —habló el subcomandante.

—Nuestra pregunta es si usasteis el SIC.

—No, no lo usamos, señor —contestó Hannah.

—¿Entonces cómo es posible que perdierais el control? —preguntó el comandante.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.