El Diezauno

CAPITULO CATORCE

Pasaron un par de días. No vi a Hannah, pero hablé con ella cada día. Y escribí un poema de amor un poco fuerte pensando en ella—no sé si se lo enseñaré—. Estuve con Fausto. El primer día lo pasamos jugando en mi casa y el segundo nos dimos una vuelta por Madrid.

Me confesó que era huérfano de nacimiento, a diferencia de mí, y que una parte de él estaba muerta. Tan muerta que vivía por inercia. Me dolió. Tras decir eso, le pregunté si no quería formar una familia para que sus hijos tuvieran lo que él no pudo tener: un padre. Pero me respondió que no quería a nadie. No pude comprender cómo no podía querer a nadie, así que le pregunté si nunca se había enamorado.

Él me dijo que sí, pero que, debido a su timidez, nunca se atrevió a confesar su amor. Enseguida le pregunté por qué aceptó ser piloto de fúlegs, para que dijera algo positivo de sí mismo. Contestó que se hizo piloto porque le gustaba ayudar y proteger. Aunque, más que eso, le gustaba hacer lo que otros no se atrevían a hacer: sacrificarse por otros.

No comprendí qué quería decir con “sacrificarse por otros” y le pregunté. Me contó que, antes de hacerse piloto de fúlegs, fue voluntario en una organización. Y que cobraba, aunque destinaba anónimamente gran parte del dinero al orfanato en el que creció, porque le dieron algo que sus padres no le dieron: cariño, más que amor, aclaró.

Al día siguiente, Hannah, Fausto y yo nos encontramos en el área de mantenimiento observando la unidad cuatro. Los ingenieros habían trabajado toda la noche para ponerle el metal frietzchio. Nos preguntamos cómo habían sido tan rápidos en colocárselo. Era como si lo tuvieran todo preparado, incluso planeado.

—¿Cómo lo han montado tan rápido? —preguntó Fausto.

—No tengo ni idea. Pero deberíamos decirle al comandante que no es necesario todo esto —respondí.

—¿Por qué no es necesario? —cuestionó Hannah.

—Porque la especie no está vinculada al Diezáuno.

—Ya, pero según lo hablado ayer, los adeles están vinculados al árbol, ¿no? —preguntó.

—Sí —dije—, pero el miedo que tiene el comandante, supongo, es que una de las ramas esté vinculada a la especie.

—Deberíamos comunicarle al comandante las visiones que tuvimos —dijo Fausto.

—¡Quitadle el clavo! —gritó un ingeniero.

La unidad cuatro, que tenía en el cuello un clavo gigante para evitar que se regenerara, estaba siendo extraída.

—¿Creéis que os va a creer? —preguntó Hannah.

—No sé. Tendremos que explicárselo bien, bien —respondí.

—¿Vamos a verlo? —preguntó Fausto.

—Debemos subir a la planta menos uno.

—Pues subamos.

—Vale.

Nos dirigimos al ascensor para llamarlo. Mientras esperábamos, Fausto preguntó dónde guardaban las unidades. Hannah le dijo que las unidades eran almacenadas según su número de serie en el túnel uno o dos. El ascensor llegó y subimos.

Durante el ascenso, Fausto siguió haciendo preguntas, como por ejemplo cuál puente era cuál. Le respondí que el de la izquierda era el uno y el de la derecha el dos. Él asintió.

Cuando llegamos a la zona de operaciones, descendimos las escaleras y encontramos al comandante y al subcomandante. Le dijimos que queríamos hablar con él de algo muy serio.

—¿De qué se trata? —dijo el subcomandante.

—No sé cómo expresarlo, señor —contesté.

—Habla y sé claro —ordenó el comandante.

—Ayer recuperé la memoria. Y durante el tiempo en el que tuve el casco fuera, tuve una visión sobre los adeles. Vi a Sueño, así como a los derrotados y no derrotados. Eran nueve, si bien cuento. Aunque uno era una esfera de luz. Mis compañeros y yo tenemos la teoría de que las ramas son el número de adeles con vida. Pero, como digo, la esfera me confunde.

—Pero hay ocho en tu visión, no nueve o diez. Porque la esfera de luz no parece ser un adel —dijo el subcomandante—. ¿O era un adel según tú?

—No lo sé. Pero estaba con otros adeles.

—Si contamos la esfera de luz y a Sueño, son diez —dijo el comandante—.

—Debo decir, señor, que yo también vi adeles antes de desmayarme. Pero vi una criatura que no tenía aspecto de adel. Sin embargo, vi siete, y tenían cascos de animales.

—¿Solo viste siete? ¿No estaban ni Luz ni Sueño?—cuestionó el subcomandante.

—No. También vi una criatura cuyo nombre era Disonancia.

—¿Disonancia? —repitió el subcomandante.

—Sí, Disonancia. Tenía cráneo de ciervo y estaba envuelta en llamas.

—Ese no es un adel.

—¿Qué es, señor?

—Lo desconocemos. Pero antes la duda continuaremos con el Plan de Reprogramación Humana.

—Espero que ESTERA no sea necesaria —comentó el subcomandante.

—Yo también.

Hubo silencio. Hasta que uno de los subordinados dijo:

—Señor, nos informan los técnicos del área de mantenimiento que la unidad cuatro está operativa.




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