El Diezauno

CAPITULO DIECISIETE

Hannah y yo estábamos sentados en una de las terrazas de la Plaza Mayor —quedamos en Sol—.

Vino un camarero. Le pedimos dos refrescos. Él se marchó. Entonces, le expresé a Hannah lo cansado que estaba del calor veraniego. Ella dijo que no hacía mucho calor. Incluso se rió, alegando que debía ir más ligero.

Yo le pregunté qué cambiaría de la ropa que llevaba. Ella se retiró de la mesa y dijo que mis botines.

Le dije que ni hablar, que no cambiaría mis botas por nada del mundo.

Ella dijo:

—¿Ni por mí?

Entonces, resoplé y dije que eso no valía decirlo, que era chantaje emocional.

—No es chantaje emocional. Simplemente, no ves que te quiero cuidar —dijo.

—¡Venga ya! —exclamé, abriendo los brazos—. ¿Cómo me dices eso?

—¿Decir el qué? —interrogó ella, enarcando una ceja.

—Que no quiero que me cuides —contesté.

—¿Te ha molestado? —preguntó, tras quitarse la chancla para acariciarme la pierna.

—No, no me ha molestado —respondí, algo nervioso; me estaba calentando—. Solo me ha dolido.

—¿Te ha dolido el qué? —preguntó ella con una sonrisita.

—Me estás calentando, Hannah. Párate —dije sin responder a su pregunta.

—¿De verdad te estoy calentando? —dijo ella, parando de tocarme.

—Solo un poquito —dije, haciendo un gesto con las manos—. Bueno, lo suficiente como para hacerte algo.

—¿Qué es ese algo?

—Tú lo sabes muy bien.

—No, no lo sé —dijo ella justo cuando llegó el camarero con los refrescos.

—Gracias —dijimos ambos.

Los dos dimos un trago a nuestros refrescos.

—Por cierto, tengo algo para ti —dije.

—¿Qué es? ¿La carta?

—Sí, es la carta. Mira —dije, sacándola del bolsillo trasero.

—¡Dámela, dámela, dámela!

—No, por lo que has dicho antes.

—¿En serio? Pues me enfado —dijo ella, cruzándose de brazos contra el respaldo.

—Ahora me encantas más que antes. Te haría tantas cosas para que estuvieras contenta.

Ella puso ojos de leona.

—Ahora ya no —dije.

—¡Eres malo! ¡Ya no me quieres hacer nada!

Relajé los hombros y dije bruscamente:

—Me dan ganas de hincharte la tripa.

—¿Cómo?

—No sé.

Ella apartó el vaso, se apoyó sobre la mesa y dijo:

—No te atreves.

Y se distanció.

—No me pongas a prueba, monada.

—Te pondré a prueba tantas veces como yo quiera. Y dame la carta, quiero leerla —dijo, mostrándome la palma.

—Te la daré si me lo pides con educación —dije, chinchándola.

—Vale. Me das la carta, por favor.

—Vale. Pero no te rías de mí, que no sé escribir —proferí, acercándole la carta. Pero cuando fue a cogerla, la levanté y dije con una sonrisa—: Si te gusta, es mi culpa.

—¡Dámela, dámela! Quiero leerla.

Y se la entregué. Estaba nervioso, pero el corazón latía con calma. Ella abrió la carta y comenzó a leer en voz alta, al principio:

«¡Ardiente sentimiento que invoca la magia!

¡Fuerza inconmensurable que aviva el espíritu!

¡Inextinguible llama que busca corazones en los que anidar!

Eres la causa del florecer y del rebrotar de bellos pastos que algún día dejarán de ser campos transitables para nuestro amor.

Eres el motivo por el cual nuestros hilos rojos, guiados por alfileres rutilantes ungidos en fuego, no dejarán de tejer historias, pese a que las desdichas del presente nos corrompan.

Eres el suceso que provoca que múltiples caminos con un mismo destino encuentren refugio dentro de tu constante tránsito.

Y, dado esto, quiero jugar solo contigo a los dados. Pero no dados de incertidumbre, sino dados de azar. Aunque, ciertamente, he de decir que albergo alguna que otra duda.

Si sale uno, quiero que me cuentes cuántos amores verdaderos hay.

Si salen dos, quiero que me digas si volveré a amar.

Si salen tres, quiero que me digas cuántas clases de amor hay.

Si salen cuatro, quiero que me digas si el arte nace del amor.

Si salen cinco, quiero que me digas a quién deseas.

Y si salen seis, querré devorarte (y lo digo macabramente sonriente).

Pero antes de que digas nada, siento la imperiosa necesidad de decirte, amor, que sin duda tus ígneas agujas pinchan a los hombres y a las mujeres, y los llenan de una enfermedad tan febril que no solo matarían por ti, sino que también darían la vida por ti.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.