Las alarmas seguían sonando.
—No pienso irme de esta habitación hasta que me dé una garantía de que no se quitará la vida —dije.
—El comandante Isidris te va a expulsar si haces eso —contestó el doctor Max.
—¡Maldita sea!
—No me importa.
—Pues debería importarte. Si alguno de ellos muere, todo se irá a pique: ODAD y ESTERA. Te lo digo yo, que estoy en ambas organizaciones.
«Se solicita que Tachi, piloto de la unidad uno, acuda al hangar de Fúleg», anunciaron por los megáfonos mientras las alarmas continuaban.
—No puedo permitir que se quite la vida. Tiene que vivir un día más. El mundo la espera.
—Eso no lo sabes. Además, mi mundo ya se ha acabado.
—Siempre hay un mañana.
—¿Me estás diciendo que vuelva a empezar? ¿Acaso entiendes lo que estás diciendo, Tachi?
Tragué saliva.
—¿Estás diciendo que, además de mi vida, pierda a la única mujer que me ha podido dar un hijo? ¿Una casa? ¿Un hogar? ¿Sabes lo que estás diciendo, Tachi?
—Sí. Estoy diciendo que no te estanques.
—¿Que no me estanque? Escucha esto: uno de los grandes problemas del ser humano es que la inteligencia emocional no es racional, sino profundamente irracional. Si fuéramos racionales, todos seríamos conscientes, plenamente despiertos y nos respetaríamos los unos a los otros. Y, por tanto, tendríamos autoconciencia; esa capacidad que nos permite empatizar a partir del dolor emocional que hemos recibido.
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que, cuando falta inteligencia emocional, buscas evitar que el otro sufra por empatía. Pero no todos lo comprenden, porque les falta conciencia. Una es emocional; la otra, racional. Cuando te pones en el lugar del otro sin razonar, eres empático, porque no razonas: sientes. Cuando juzgas desde tu propia herida, eres autoconsciente. Y solo al razonar sobre lo irracional, si logras un equilibrio que te lleva a estar entre lo racional o lo irracional, puedes decidir lo más conveniente para él sin hacerle daño, porque la conciencia pertenece al ámbito de la razón, mientras que la emoción es otra cosa. Pero no hiere. No debería.
No supe qué responder.
—¿Qué quiso decir con eso de que nuestra conciencia es irracional? —me pregunté en voz baja—. Porque ya no estoy seguro de que todos seamos racionales—No entiendo —dije finalmente.
—Tranquilo. Solo debes saber que puedes hacer daño si no controlas tu irracionalidad. Pero si logras ser racional —y no muchos lo son—, usas tu sentido común. Y si además coincides con otro en un pensamiento racional, una idea compartida, entonces puedes acercarte a lo correcto... aunque eso tampoco garantiza nada. Dos no son quién para decidir qué es lo correcto porque hacen piña.
Guardé silencio.
—Aun así, hay algo bueno en todo esto —continuó el doctor—. Hay personas con un autoconocimiento muy desarrollado, como los artistas. Ellos logran crear, proyectar y transformar la empatía. Pero nunca serán completamente racionales. Son solo parcialmente racionales: la cara oculta de la conciencia. La conciencia le pertenece a alguien —no sé a quién, pero es uno—. Si tú fueras racional por ti mismo, sin ayuda de nadie, habrías comprendido que este dolor me pertenece, y que solo yo debo decidir cómo afrontarlo. Pero como eres irracional, y además egoísta, piensas que debo hacer lo que tú consideras mejor. Y no: solo yo sé lo que es mejor para mí.
—No lo sabe porque quiere matarse. Quiere derramar su sangre. Y yo, ni con todo el vacío del mundo, he tomado esa decisión —repliqué.
—Eso es porque no te han matado simbólicamente —dijo el doctor—. Si hubieran destruido aquello en lo que depositaste tus ilusiones, lo entenderías. Tengo cuarenta años, Tachi. Tú, treinta. Y puedo asegurarte que vivirás, porque tienes la vida por delante. Si no la tuvieras, ya estarías muerto desde hace tiempo. Eres un huérfano. Los niños nunca pierden la ilusión, pero los huérfanos sí: mueren en ella. Han perdido a sus padres, y con ellos la esperanza. Tú has muerto muchas veces en la ilusión, Tachi. Y aun así has sobrevivido. Por eso estás tan fortalecido. O eso quiero creer.
—Solo sé que debo vivir. La vida da vueltas, y cada uno la construye. No somos estáticos. Con ayuda, claro, todo es más rápido. Quiero creer que esa ilusión perdida no lo detendrá. Usted tuvo padres. Se nota. Pero yo no. Y aun así, puedo decirme que mañana será un nuevo día.
—Tonterías. Ya no hay nuevos días. Solo nuevas torturas. Dejamos de ser inmortales con el Primer Latido. Y ahora los virus y las bacterias nos afectan. Luego vino la sed de sangre: nos volvimos violentos. Y al empeorar, matamos. Sentimos el vacío que deja cada muerte. ¿Qué vendrá ahora, Tachi? Porque al matar, encontramos la maldad. Por eso el Plan de Reprogramación Humana debe continuar. Y solo tú puedes lograrlo. Los mejores —aunque no me entiendas ahora— son los que más sufren. Los artistas. Ellos son el reflejo del daño que estamos viviendo.
—Haga lo que quiera, doctor. Solo espero que viva un día más por aquellos que ya no están.
El doctor gruñó.
—«La unidad dos ha salido» —anunciaron los megáfonos.