El Dilema Del Erizo

capitulo 1 : Oda a la vida

Capítulo 1: Oda a la vida

Dentro de la amplitud del ser humano, nos encontramos con diversas ramas del pensamiento, tanto filosófico como conductual, que determinan nuestras acciones presentes y futuras. Estas ramas, si no son un reflejo de nuestras experiencias vividas, lo son de la parte más consciente de nosotros mismos, que actúa como narrador de nuestras vidas. Esta parte consciente es la que, en gran medida, determina qué caminos seguir o qué decisiones tomar.

Es así como surgen los humanos que caminan por el sendero de la bondad más pura e iluminada del ser, o aquellos que son considerados genios en sus respectivas disciplinas. Sin embargo, estas personas no se ajustan al concepto del "superhombre" propuesto por ciertos principios filosóficos; no son individuos modelo, destacados en todos los ámbitos. La dualidad e individualidad dentro del desarrollo de cada ser humano es lo que forja a estos genios o personas excepcionales dentro de la sociedad. El desarrollo de solo algunas de sus habilidades, o de varias, responde a una sucesión de experiencias y percepciones personales que forman un molde a partir del cual emergen estos ejemplos de genialidad.

A menudo, estos genios son representados como individuos aislados socialmente, mientras que otros, no necesariamente iluminados intelectualmente, destacan por sus habilidades sociales y carisma. Es este desarrollo, o la falta de ciertas habilidades, lo que lleva al cerebro a crear una estrategia de supervivencia, adaptándose y perfeccionando las habilidades que mejor se le dan. Aunque esto suene como un proceso evolutivo, hay algo impalpable en ello, algo ligado a lo espiritual dentro de la conciencia misma del ser humano. Así, la curiosidad y el instinto de supervivencia se entrelazan, dando lugar a la búsqueda de un propósito.

Cuando se habla del sentido de la vida, algunos lo interpretan como una búsqueda constante de conocimiento, una búsqueda que, en muchos casos, se considera perdida o carente de un significado concreto. Según esta visión, pasamos toda nuestra vida buscando ese sentido, para finalmente encontrarlo en nuestro lecho de muerte, tras una vida de búsqueda e iluminación. ¿Pero qué pasaría si pudiéramos encontrarlo en el amanecer mismo de nuestra existencia, disfrutándolo a lo largo de los años? Estas preguntas, que parecen no tener respuesta concreta, surgen cuando nos vemos como individuos separados, como protagonistas de nuestras propias historias. Sin embargo, la respuesta parece ser clara: un solo individuo no puede enardecer ni elevar a su especie.

Este guerrero utópico, considerado el pináculo de la evolución, siempre será multiplicado por cero si no tuviera a otros seres humanos a su alrededor. Son ellos quienes transmiten sus acciones, quienes escriben su leyenda, quienes aprecian su arte o utilizan sus invenciones. Solo así se alcanza una trascendencia, ya sea en el mundo de las ideas, como propone Platón, existiendo entonces en el consciente colectivo de la humanidad. Así, este humano regresa a la vida cada vez que alguien utiliza su invento, aprecia su arte o enseña sus lecciones. Y de esta manera, las ideas, como frutos del conocimiento humano, perduran a través de los siglos.

Es como si las ideas de grandes genios vivieran en la mente colectiva, recordando al inventor del papel y el lápiz cada vez que tomamos nota de una idea filosófica o psicológica. Estas ideas ayudan a otros a entender el mundo y a los individuos que lo habitan, como granos de arena dentro de un reloj de arena que gira una y otra vez. Cada grano, al quedar atrapado en la mitad del reloj, detiene el tiempo para él, pero no para los demás. Este grano, cuando emerge, pasa a formar parte de un teseracto, siendo observado desde cualquier parte del reloj. Así, ese grano se convierte en parte de una cuarta dimensión metafísica que formamos mediante la conciencia generalizada de las ideas y conceptos.

Sin embargo, muchos de estos humanos no son conscientes de que lograron salir del reloj. Hay artistas que, a pesar de ser considerados influyentes, vivieron en la pobreza y la sensación de fracaso. Esta interpretación, tan apegada a la percepción personal, depende de la visión del espectador y de la dualidad entre lo que el protagonista vivió y lo que los demás percibieron. Estos individuos, al no haber alcanzado la trascendencia espiritual que esperaban, no se dieron cuenta de que ya la habían logrado. A pesar de su búsqueda de la trascendencia, no la reconocieron, pues la esperaban ligada a un concepto religioso o espiritual.

Lo cierto es que, sin saberlo, estos individuos sembraron semillas que brotaron como conceptos presentes en la continua búsqueda del ser humano: la preservación de la vida, las ideas y el conocimiento, la humanidad misma como un banco de saberes y progreso. Así, la evolución humana no es solo el resultado de los seres más privilegiados o mejor moldeados, sino también de aquellos que, sin pretenderlo, hicieron avanzar a la humanidad.

Nos encontramos, como meros espectadores, ante un mundo que se ha desarrollado a través de nuestras acciones. Este mundo parece seguir buscando la figura del "superhombre", un modelo a seguir, una guía para las nuevas generaciones que, con entusiasmo, sueñan con dejar su huella en la dimensión metafísica. Ya sea curando lo incurable, inventando lo que hará la vida más fácil, o destacando en algún campo para ser recordados como genios o artistas. Es entonces cuando nos preguntamos, con determinación en el alma, si queremos vivir la vida como espectadores de este mundo o, en cambio, ser protagonistas en un mundo hambriento de mentes brillantes y seres humanos capaces de comprender lo incomprensible.

Aunque esta visión puede parecer utópica, no deja de ser el resumen de los últimos trescientos años de la humanidad. Sin embargo, esta no es la única realidad. Los seres humanos no solo son capaces de alcanzar un estado de progreso y positivismo; también existe aquella parte de la humanidad que no desea evolucionar y que no se plantea ningún objetivo. Estos individuos parecen condenados a repetir sus errores, sin lograr ascender ni en su mente ni en su alma, dañando el progreso y la humanidad misma. Sin sentido de empatía o de las consecuencias de sus acciones, esta parte de la humanidad es el reflejo de un ciclo negativo.




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