El Disfraz De La Realidad

XIV

Los días fueron pasando, pero la verdad era que a pesar de ser la señora del castillo oficialmente, mi vida no había cambiado en lo más mínimo. Seguía acudiendo todas las mañanas a entrenar, después ayudaba en las cocinas, más tarde jugaba con John y terminaba el día con un buen baño, eso sí, casi siempre compartida. Tampoco el Laird había cambiado ni un ápice de puertas para afuera, continuaba siendo gruñón, bruto y despreocupado conmigo, no obstante, en el interior de nuestras habitaciones parecía no existir nada más que yo. No podía quejarme de nada, la verdad yo tampoco le prestaba mucha atención durante el día, pero se me hacía extraño compartir tanta intimidad con un hombre del que apenas sabía nada.

-¿Qué te parecería si mañana te ayudo con los asuntos del clan?- pregunté una noche mientras el Laird besaba mi cuello.

-¿Si te digo que no podré seguir besándote?- preguntó levantando una ceja.

-Jamás rompería mi palabra.- dije fríamente.- Dije que cumpliría con mis deberes conyugales y lo hare.- La verdad con mi respuesta había dado a entender que lo que pasaba entre nosotros no era más que una obligación para mí, cuando la realidad era que lo disfrutaba como la que más. No obstante, con el Laird tenía que mostrarme firme si deseaba hacerme respetar.- Al igual que yo cumplo, espero que usted también lo haga, no sé si recuerda el apartado en el que prometía que ambos tendríamos el mismo poder.

-Puede hacer lo que le venga en gana.- dijo malhumorado girándose sobre el colchón y dándome la espalda. Sabía que él se había enfadado, pero yo estaba satisfecha con su respuesta.

-Gracias.- respondí inclinándome y besando su mejilla. Él respondió a mi acto con un gruñido, y yo me sentí doblemente satisfecha. – Que descanses esposo.

Tras aquella conversación el Laird comenzó a hacerme llegar todos los asuntos del Clan, yo estaba convencida de que él lo hacía con la intención de que me sintiera abrumada y desistiera, pero aquello era fascinante para mí. Jamás nadie me había dado tanto poder ni tanta responsabilidad.

......

Aunque el trabajo parecía nunca llegar a su fin, yo estaba más que satisfecha de ser partícipe de las decisiones, conocer las finanzas, discutir los términos de los acuerdos... aquello que siempre consideré trabajo de hombres era ahora una de las cosas que más me gustaban de mi nueva vida. Llevar un clan era mucho más complicado de lo que jamás habría podido imaginarme, pero la verdad es que el señor MacMin era un excelente maestro. Aunque muy a regañadientes, o eso quería dar a entender, me había ido enseñando cómo debía realizar las diferentes tareas.

-¡Lo tengo!- No pude evitar gritar de la emoción. Llevaba toda la tarde con las cuentas de esa semana. Sabía que al igual que todo señor, el Laird contaba con personal cualificado para realizarle aquella tarea, no obstante yo quería aprender a hacerlo todo.

-No estamos en el mercado- Dijo malhumorado.

La grotesca voz de mi marido no menguó la sonrisa de mi rostro. Sigilosamente me acerqué a su escritorio y le puse delante las correcciones que había hecho y volví a mi sitio. Fingí continuar con mi trabajo, pero de reojo vi el orgullo aparecer en el rostro del Laird. Me estaba acostumbrando a su rígido y cambiante comportamiento, pero eso no hacía disminuir mis ganas de fastidiarlo.

-No está mal- Dijo levantándose y devolviendo el libro de cuentas a su lugar.

-Está muy bien y lo sabes...- respondí presumida.

-Para qué voy a alagarle si ya te tienes a ti misma....- su comentario vino acompañado por una sonrisa burlona.

-Eres mi marido.- contesté poniéndome en pie y llevando mis manos a mi cintura.- Se supone que uno de tus deberes es ese...

-MMM.... No recuerdo que firmásemos nada de eso....- dijo acercándose a mí.- No obstante Señora MacMin... sí que recuerdo algo sobre.... ¿deberes conyugales?

-¡Oh no!- me indigné e intenté frenarlo poniéndole una mano en su pecho.- No aquí, no así y no con sus pintas.- Añadí poniendo cara de asco.

-¿A qué se refiere con mis pintas?- Preguntó mirándose.

-¿Enserio me lo está preguntando?- él pareció no comprender.- Si estuviéramos en Inglaterra seguro le confundían con un mendigo.

-¡No estamos en Inglaterra!

-Lo sé, créame que lo sé, pero eso no quita que su aspecto sea de lo más desagradable... - El Laird era realmente atractivo, para mi gusto solo debía recortarse la barba y el pelo y sería todo un seductor.

-¿A sí? Pues nunca he tenido quejas... –Intentó sonar presumido, pero solo consiguió recordarme que cualquier mujer del clan podía haber pasado por su lecho.

-¡Estupendo!- le grité aplaudiendo.- Pues espero que sigas sin tenerlas...

-¿Pero qué le pasa?

-¿A mí? ¿Qué le pasa a usted? Yo solo he dicho que podrías mejorar su aspecto y usted me sale con esas...- a pesar de haber prosperado mucho en muchos aspectos, continuaba siendo incapaz de hablar de ciertas cosas y las mujeres con las que hubiera retozado mi esposo era uno de esos temas vetados.

-¡No he dicho nada para que se ponga así! –Exclamó malhumorado.

-¡Por supuesto que no! El Laird nunca dice ni hace nada mal.

-Ahora sí que ya no sé por dónde vamos.

-¡Ajjj! Me tiene harta.- Me senté en uno de los sillones y lo ignoré mientras intentaba volver a concentrarme en mis tareas, pero me fue imposible.

-Oye...- El Laird se sentó junto a mí e intentó llamar mi atención.

-No me distraigas que todavía tengo mucho trabajo mediocre que realizar ¡Qué hace!- Exclamé al sentir el cosquilleo de su barba en mi moflete.- Picas y mucho.- dije rascándome el moflete.

-Pues no me pienso quitar la barba.- dijo dejando de besarme pero sin separarse de mí.

-Pues yo no pienso dejar que se me acerque.

-Siento decirte querida esposa que tenemos un contrato.

-Te encanta recordármelo ¿verdad? Se ha dado cuenta que sin el contrato, que por cierto YO hice que firmáramos, no tendría nada contra mí.



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En el texto hay: escocia, epoca victoriana, amor

Editado: 22.01.2021

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