Prossima fermata: Flaminio, uscita lato destro (próxima parada: Flaminio.
Salida por el lado derecho). Al escuchar este aviso en los altoparlantes del metro
de Roma, un hombre que se encontraba sentado en una de las sillas del vagón, se
levantó, tomó su maletín negro y se dirigió a la salida del vehículo que lo había
transportado desde la estación Termini, hasta la estación del metro Flaminio, en la
capital italiana.
Alto, fornido, ojos azules, piel bronceada y cabello negro ondulado.
Caminaba con paso firme, sin mirar a su alrededor, urgido por el afán de encontrar
la salida de la estación. Finalmente logró llegar a la calle principal, siguiendo los
letreros que decían USCITA (salida).
Su traje negro de lujo, contrastaba con el par de zapatos que cubrían sus
pies y brillaban con el sol. Con la mirada fija en el horizonte, sacó de su bolsillo un
mapa de la ciudad. Explorando entre las avenidas que allí se dibujaban, logró
identificar algunas rutas que había estudiado previamente; así que empezó a
caminar con paso firme como quien sabe a ciencia cierta hacia dónde se dirige.
Cruzando la calle, encontró una entrada majestuosa que le llevaba a la
Piazza del Popolo (plaza del pueblo); atravesó una de las tres enormes puertas de
las murallas aurelianas y a su lado izquierdo, vio el museo Leonardo Davinci; un
espacio cultural donde se reconstruye la memoria de este gran pintor, arquitecto,
escultor, ingeniero y filósofo. Entró sin apuro, desacelerando el paso y dando poca
importancia a las personas que estaban a su alrededor. Enfocado en observar las
obras y deleitarse en cada minucioso detalle, se topó de frente con una las
empleadas del museo; a quien entre susurros preguntó dónde podía ubicar el
baño.
Sentado sobre el lavabo, abrió lentamente la cremallera de su maletín,
como queriendo no irrumpir en el silencio sórdido del baño. Sacó un pantalón y
una camisa color petróleo de material impermeable; un par de zapatos livianos de
plástico y una Browning GP-35 gris semiautomática. Tan pronto comprobó que
estuviera cargada, reemplazó su traje de lujo por este nuevo atuendo; guardó la
ropa, cerró el maletín y lo dejó abandonado en una esquina del baño.
Mientras caminaba hacia la salida, la empleada que le había dado las
indicaciones para ir al baño, le preguntó curiosa dónde había dejado la ropa que
traía puesta minutos antes. El hombre, con una sonrisa fría contestó: «Se quemó
en el baño». Segundos después, saltó la alarma de incendios. La humareda que
empañó hasta el último rincón del museo, obligó la evacuación de los visitantes
que estaban de paso por el museo. Entre gritos y sirenas de bomberos, el hombre
desapareció del lugar. Ágilmente logró escabullirse entre el humo y ahora
caminaba tranquilo, entre los árboles que rodeaban la plaza del pueblo. No
parecía estar turisteando; al contrario, sus pasos decididos le llevaban en la
dirección que había marcado con color rojo en el mapa.
La Piazza del Popolo tiene forma elíptica y es bastante reconocida en la
ciudad de Roma. En su centro se encuentra el gran obelisco Flaminio de 36
metros de altura dedicado a Ramsés II, desde 1589 d. C. El monumento tiene
varias figuras egipcias que se dibujan en sus cuatro caras; está ubicado sobre un
pedestal cuadrado y sobre su base reposan varios escalones, que los turistas
aprovechan para sentarse a disfrutar las tardes romanas. En las cuatro esquinas
de la base, sendas esculturas de leones y a sus pies, cuatro fuentes que reciben
el agua que cae de la boca de cada felino.
Eran las 3:00 de la tarde y el sol del verano calentaba la ciudad con todo su
esplendor. Allí, pasaba aquel hombre misterioso muy cerca de una las cuatro
fuentes de la plaza; en su mano el mapa ya arrugado; y en su rostro, la prisa por
llegar a tiempo a su destino.
Llegó al restaurante Rosati a las 3:03 p.m., limpió las gotas de sudor que
bajaban por sus sienes y se sentó en una de las mesas que bordeaban el lugar.
Con buen acento italiano, pidió al mesero un vaso de vodka doble con hielo. Miró