El Doctor

Parte I: El vecino de enfrente.

—Parece doctor.  
—¿Doctor? ¿Usa bata?  
—No pero, me da la sensación que es un doctor.  
—Para mi es un Papu — opinó Ale mordiéndose el labio inferior para luego romper en una carcajada.  

Pero lo cierto era que ni Ale ni Charli sabían a qué se dedicaba el vecino de enfrente. Les gustaba imaginar su profesión, su rutina y hasta sus gustos gastronómicos.  
La única información segura que tenían de él era, su itinerario, partía cada día entre las dos y las tres de la tarde y al amanecer, encontraban su auto estacionado en el lugar de siempre. También, reparaban minuciosamente en su indumentaria y vestir, zapatos de cuero, cómodos y, según la apariencia, caros. Camisas de colores neutros sin dejar pasar por alto cuando llevaba algo azul, el color preferido de ambas, además que hacía resaltar la clara piel de ese hombre sin nombre.  
Pequeñas maletas de mano y un par de mochilas de marca eran sus acompañantes en cada viaje sin olvidar las perfectas gafas de sol estilo aviador que complementaban el look urbano y moderno.  
Siempre llevaba la barba poblada y bien definida. Otro detalle que no pasaban por alto.  
Y la última pero no menos importante información acerca del susodicho era el número de placa de su automóvil. Fuera de eso, no tenían conocimiento.  
Sin embargo, no era impedimento para soñar despiertas con miles y miles de posibilidades sobre él.  
Fuera lo que fuese que estuvieran haciendo en el pequeño establecimiento donde gracias al destino y el cielo se empleaban, siempre el doctor era parte de su día.  
La infinita imaginación y mente catastrófica de ambas les hacía maquinar las situaciones más alocadas y vergonzosas que podrían pasar con él presente.  
Era suficiente como para reír sin parar por horas.  
Y cada vez que ese auto arrancaba hacia la salida, era el motor de los suspiros perdidos.  

—¿Y si un día de estos viene? — Cantó alegre Ale.  

Siempre optimista. Guardaba la esperanza de que un hombre como ese, sofisticado y elegante, bajara de su reluciente auto recién sacado de agencia, y comprara uno de los productos que vendían.  

—Na — respondió Charli con enorme escepticismo —. Ese hombre no compra en lugares como estos.  

Negativas y totalmente incrédulas eran las palabras que borboteaban de sus labios cuando del Doctor se trataba y su milagrosa visita al pequeño chalet de Frozzen, batidos y helados naturales.  
No. Claro que no. Charli lo sabía bien. Ese tipo de hombres sólo se detenían en establecimientos de marcas conocidas y qué decir de su gusto de café.  
Podía imaginárselo comprando un café negro con dos de azúcar de cinco dólares la taza y saliendo con el exquisito aroma de expreso por la mañana llamando la atención de cualquier mujer a su paso. O almorzando en un lujoso restaurante con vista al lago.  
Así que, con esperanzas recónditas, Charli también imaginaba que un día estacionaría su brillante y encerado auto y pediría ser atendido.  

—Y nos encuentra como  Cenicienta limpiando el piso.  
—Y todas sudadas y apestosas.  
—Despeinadas y sucias.  
—Y las moscas por todos lados.  
—Y si pide algo, se nos cae.  
—Le damos lo que no es.  
—Nos equivocamos en el cambio.  
—Nos quedamos mudas.  
—O nos da un ataque de risa.  
—Y él solo pensará: Pobres niñas.  
—Y se reirá de nosotras.  
—Y le diremos: Usted tiene la culpa.  
—¿Por qué tiene que ser tan guapo?  
—Y se muda al día siguiente.  
—Todo porque sabe que lo espiamos.  
—Pero solo cuando viene o se va.  
—Que vergüenza.  

Y las posibilidades crecían atómicamente sin freno alguno al igual que la risas.  
No importaba que sólo una de ellas tuviera el gusto y placer de verlo partir o llegar. Era un dato suficiente e imprescindible de transmitir.  

—Ya se fue el doctor — anunció Charli cuando Ale asomó minutos antes del cambio de turno.  

Un respingo acompañado de un suspiro ahogado acompañó su rostro de tristeza.  

—Ay. El Doc. ¿A qué hora?  
—Como a las once. Y hoy metió las maletas en un solo viaje. Llevaba el maletín café y una camisa gris.  
—A mi me gusta la mochila roja. ¿Ya la has visto?  
—No. Esa no.  
—Es súper. Y él se  ve….  

Ale levantó el pulgar en señal de aprobación y el chasquido de su lengua resaltó su aceptación.  
Ambas rieron y Charli negaba con la cabeza. Era increíble la minuciosa atención que le ponían.  

—¿Y el Doc? — preguntó Ale en otra ocasión al no ver el auto.  
—Se fue temprano. No eran ni las nueve — dijo meditando para dar los datos exactos —. Yo estaba todavía limpiando enfrente cuando salió y arrancó.  
—¿Y lo viste? — inquirió con emoción y expectación.  

La risa nerviosa de Charli la delató.  

—No. Me dio pena. Sólo me puse a repasar la refrigeradora con la franela.  

Las dos de carcajeaban repitiéndose: Si él tan sólo supiera.  
La felicidad era esa. Ver a “el doctor” salir de su casa y dirigirse a donde sea que trabajara.  
Y aún si no tenían tanta suerte como para verlo, saber que él estaba en casa porque el auto permanecía estacionado, les brindaba esperanza. Esperanza de que lo verían esa mañana o tarde.  
Pero un día, el auto no volvió.  

 

^_^ Gracias. Mañana subiré más. 

Un abrazo. ❤ 




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