—¡YA VINO! — Cantó alegre Ale.
El Nisan sentra gris quemado estaba ahí, en su lugar de siempre frente a la casa blanca.
—¿Acaba de llegar?
—No. Cuando vine ya estaba ahí.
—Uf. Que bueno. Al menos ya volvió.
—Sí. Ya estaba preocupada.
—Yo igual. Quizás si vino y tenía el carro en el taller.
—Quizás.
Fuera cual fuera la razón de su ausencia, tenerlo de vuelta en casa era la mejor noticia de la semana aunque en el empleo no todo fuera del color del helado de fresa.
De momento eso era motivo suficiente como para ser feliz otra vez y mirar con anhelo esa casa en todo momento del día imaginando que él podría estar del otro lado mirando hacia el pequeño chalet.
Un local hecho básicamente de lata que lo volvía más caluroso, pintado de verde y con una enorme sombrilla de playa al frente. Acompañado de las enormes máquinas de Frozzen que pasaban congelando los coloridos sabores.
Un negocio pequeño y que por supuesto no está a la altura de los gustos exclusivos de un paladar excelso como el suyo pero era el pequeño rincón donde, un par de muchachas con uniformes demasiado llamativos como para detener el tránsito en plena carreta, se permitían soñar despiertas con un caballero, en su imaginación, era médico.
Pero lo que no esperaban, fue lo que ocurrió un jueves por la tarde.
#26656 en Otros
#8218 en Relatos cortos
humor amor odio, humor romance platonico, relato corto romantico
Editado: 28.08.2019