El Doctor

Parte IV: La sonrisa.

Esa mañana el doctor no estaba. Fue lo primero que Charli notó justo al llegar del trabajo.  
“Vendrá más tarde” se consoló preparándose para el caluroso día.  
Cada auto que asomaba en la curva de retorno hacía que apretara el estómago antes de asomarse y cerciorarse de que fuese él.  Sin embargo, al dar las doce, supo que no le verían hasta mañana. O con suerte, Ale lo vería en su turno.  
Ya ni siquiera hizo el esfuerzo por estar al pendiente de cada vez que alguien se estacionaba en su lugar, cosa que de un tiempo a acá, les hacía arrugar la frente y decir:  

—Ese es el parqueo del Doc.  

De manera que, como cada Jueves, Sara, una amiga que trabajaba al lado, llegó para almorzar.  
Cuando Ale llegó cerca de su hora de turno recibió la mala noticia:  

—No está.  
—¿El Doc? ¿A qué hora se fue?  
—No estaba en la mañana. Aún no ha venido.  
—Ay no — dijo haciendo un puchero.  
—Tal vez lo vez en la tarde — añadió Charli con la punzada de esperanza pensando: “Ojalá y lo viera también”.  
Sara sólo puso los ojos en blanco. “Locas” masculló entre dientes creyendo que nadie le escuchaba aunque su rostro delatara su desaprobación.  
Las otras dos sólo reían. Eran culpables y lo admitían. Ese señor era una visión.  
Entre charla de chicas sobre maquillaje y la ironía de la vida como el ser experta en ello y no ponerse más que delineador, Ale se percató de un gran detalle.  

—¡El carro! Ya vino.  
—¡¿Ah?!  
—Ahí está — decía alzando la voz y señalándolo.  

Enseguida, las tres se asomaron por la puerta aún sin que Sara misma se diera cuenta de que eso hacía. Pero la señal para entrar a su trabajo la hizo despedirse de prisa.  
Mientras Ale se acomodaba el uniforme, Charli se acomodó por la puerta haciendo las cuentas. Miraban de reojo la brillante carrocería gris diciendo que se perdieron la oportunidad de verlo salir.  
Con la súper habilidad de escribir mientras ponía atención a cualquier posible movimiento en la casa de enfrente, Charli sufrió un ataque.  
Muda por dos segundos enteros, contempló como “El doctor” salía del auto.  

—Ale. Ale. Ale. El doctor. Ahí está. Estaba en el carro.  

Un salto fue suficiente con para que la aludida se moviera en su dirección para seguirlo con la mirada mientras que Charli sacaba la cabeza por la puerta.  

—Me gusta su camisa.  
—Es azul — dijo Ale casi con un suspiro.  

Con pasos seguros y elegantes sin querer serlo, aquel hombre digno de contemplar todo el día hizo lo que menos esperaban.  
Estaba aún a tres pasos de la puerta cuando giró en seco mirando hacia el chalet.  
Un pequeño grito las hizo volver a su lugar y esconderse para intentar recuperar el aliento. Había sido demasiado.  

—Dios mío. Ya nos vio. Ya nos vio — repetían con gran preocupación.  
—Pero, entonces…. Ya sabe.  
—Claro que ya sabe. Las dos estamos viéndolo.  
—Sí pero él estaba en el carro y yo hasta lo señalé y dije que me sabía su placa.  

Las carcajadas de su amiga la hicieron reír.  

—Ahora si se va a mudar — decían riendo.  
—¿Y qué crees que haga? ¿Crees que venga, que nos hable?  
—No. Peor. Debe estar  riéndose de nosotras.  

Y quizás era así pero mientras tanto, había suficiente como para gozar imaginando con la reacción del doctor.  
Casi se llegaban las dos de la tarde cuando Charli anunció que no tardaría en volver para hacer una pequeña diligencia.  
Menos de quince minutos después, su auto favorito no estaba.  
“Vaya. Ya se fue” pensó. Pero la risa nerviosa de Ale la asustó un poco. Parecía un ataque de psicosis. De no ser porque estaba atendiendo a un cliente hubiera creído que le daría algo ahí mismo.  

—¡Vi! Dios mío. Te tengo que contar. Te tengo que decir.  
—¿Qué cosa?  
—Es que no puede ser. Te tengo que decir — repetía con la sonrisa más grande que la del Wason.  

Charli se sentó en el pequeño banco de plástico para esperar los detalles y que a Ale se le bajara un poco la adrenalina.  
Comenzó a decir que, luego que ella partió, tomó todos los galones vacíos que usaban para almacenar agua, y los llevó a llenar.  

—Y mientras tanto — decía escenificado todo —, yo no perdía de vista la casa. Cuando entonces, salió — dijo más sonriente si es que era posible.  
—¿Y te vio?  

La risa maléfica de la chica y sus enormes ojos abiertos daban escalofríos pero a Charli le provocaba más curiosidad. ¡¿Qué ocurrió?!  

—Mirá. Él siempre, sale, cierra y se mete al carro sin mirar para ningún lado. Pero hoy…. — Comenzó a sacudir a Charli por los hombros y reír de nuevo. Estaba claro. Seguía en shock.  
<<Hoy, salió y, en lugar de moverse hacia la derecha para cruzar, bueno, si lo hizo, pero al instante, se giró hacia la izquierda. Y mientras cruzaba la cale no dejaba de mirar hacia el chalet.>>  
—Pero, y cómo sabes que miraba hacía acá.  
—Se quitó los lentes Vi. ¡Se los quitó! — gritaba eufórica.  

Charli comenzó a reírse con ella. La emoción era contagiosa.  

—¿Y después?  
—Y después. Ay. Es que no puede ser — decía saltando —. Cuando llegó al carro, al mirar hacia acá, me encontró viéndolo. Y yo ahí, congelada. Y..  Y…..   
—¡¿Y!?  
—¡Y me sonrió! Vi. Me sonrió.  

Comenzó a saltar y reír sin freno para luego parar en seco y hacer la demostración de la escena.  

—Pero yo me reí y entonces me quedé mirando los galones pero no podía dejar de reírme. Temblaba y hasta se me llenó y me mojé los pies — decía sin poder creerlo aún.  
—Wow.  
—Si tan sólo te hubieras quedado otro rato. Sólo un ratito. Dios mío. Ya sabe Vi. Ya sabe. Ya lo sabe.  

Ahora la del ataque de risa era Charli o, “Vi” como la llamaba Ale.  
Seguramente las carcajadas llegaban hasta la luna y “El Doctor” las tendría como un zumbido en los oídos.  
Era un acontecimiento histórico.  

—Esto es épico. Hay que hacer algo — dijo Ale riendo.  
—Hoy es cuatro de Julio. Hay que escribirlo — añadió entre las risas.  

Aquello era un progreso. Un pequeño avance que significaba un gran salto para las circunstancias.  
Al día siguiente, Ale hizo un pequeño rótulo que dejó pegado en la refrigeradora:  

“Hoy el Doc nos descubrió espiándolo”.  
 




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