El Doctor

Parte VII: La respuesta.

Luego del último acontecimiento digno de ponerse en la Historia Nacional y acuñarlo como día feriado en su honor, todo seguía su curso, bueno, relativamente considerando que se había saltado la barrera del silencio y timidez.  
A pesar de eso, habían cuestiones que permanecían en constante hervidero en mente de aquel par de jóvenes. ¿Cuál es su profesión? ¿Tiene pareja? Una pregunta cuya respuesta temían al mismo tiempo.  
Ya que le veían irse pero no regresar, asumían que volvía a casa de noche o madrugada. Entonces: ¿Qué hace ahí dentro?  

—Dormir. 
—Sí, pero, nunca lo hemos visto que saque la basura.  
—Es verdad — meditó Ale sosteniendo su barbilla mientras miraban la casa del frente.  
—¿Y qué hay de la limpieza? No hemos visto a nadie entrar.  
—Además de la rubia, no.  
—Él la hace — concluyó Charli.  

Ale emitió un sonido con la boca que se asemejaba a una llanta desinflándose. Por su expresión picaresca y risueña, Ale imaginaba al vecino en aquella domésticas tan simples como barrer y trapear.  

—¿Y la ropa?  
—Tiene lavadora.  
—Obvio. O la deja en una lavandería.  
—A veces sale con maletas. Puede ser.  

Pero en otras ocasiones, surgían un tipo de dudas más …  detallistas. 
¿Cómo será su voz? ¿Hace ejercicio? ¿Cuál es su nombre? ¿Dónde pasa la noche cuando se ausenta? La respuesta a todas se resumía en una sola: ¿A qué se dedica?  
La lista de posibles empleos era reducida. ¿Qué clase de empleos existían en el país como para mantener a una persona con tales horarios?  
La primera de disputaba el primer lugar con la segunda opción; médico o empleado de un Call Center. Pero la primera terminaba siendo la más factible y explicaría las maletas y horarios ajetreados.  

—¿Y si trabaja en el aeropuerto?  
—Quizás es piloto — opinó Ale imaginándole con el uniforme.  
—O en algo del gobierno y debe pasar supervisando cosas por todas partes.  
—¿Y si es chef?  
—Puede ser.  

Pero luego de casi cinco días de ausencia, la preocupación fue creciendo al igual que la ansiedad.  

—Me dan ganas de dejar una nota — soltó Charli ese día.  

La sola ideas las hizo reír. Era vergonzosamente arriesgado. Pero eran cinco días. Por Dios que debían hacer algo y pronto.  

Lunes.  
La primera idea de una nota al bien vecino de enfrente, fue bastante ....  arcaica.  

—No. Eso no. ¿Qué va a decir? ¿Cuántos años tienen esas niñas?  

Así que luego de pensarlo bien, comprar papel y dejar pasar el día Lunes por los nervios, escribieron:  

“Querido y apreciado vecino sin nombre.  
Con los  sinceros  deseos, esperamos tener el gusto de verle pronto. 
Su ausencia nos causa preocupación. Esperamos y el motivo que le hace permanecer fuera por tanto tiempo no sea debido a algún suceso desastroso. 
Atentamente: Sus vecinas sin nombre.”  

—Me tiemblan las manos — decía Charli mientras realizaba el primer intento.  
Pero el resultado fue fatal. Por suerte había papel para la prueba.  
El dolor de tripas, cabeza y espalda no ayudaba a la caligrafía. Sin embargo, esfuerzo solícito valió la pena.  

—¿Y ahora?  
—Hay que entregarla.  

¿Recibirían respuesta? ¿Cuál sería su reacción?  

—Seguro se reirá — decían aún con la adrenalina alta luego de dejar ir el pequeño sobre blanco bajo la puerta.  

Con el estómago hecho un nudo y el corazón acelerado, apenas y si durmieron esa noche. Sólo se podía esperar.  

Fin. 

 




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