El Doctor

Epílogo.

Jueves.  
Pedir perdón al cielo cada hora no era suficiente. La conciencia les acusaba y por si fuera poco, él estaba en casa.  
Entonces ocurrió.  
Estaba ahí cerrando con llave mientras Charli deseaba que la tierra se la tragara. No tenía el valor para mirarlo y decirle adiós sin sentir la vergüenza.  

—Hola. Buenos días — saludó una vos masculina.  

“Dios mío. No puede ser”.  

Sin saber cuántos segundos después, sucedió:  

—Entonces, mucho gusto.  
—Igualmente. Soy Mario — agregó con un firme apretón de manos.  
 




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