Jueves.
Pedir perdón al cielo cada hora no era suficiente. La conciencia les acusaba y por si fuera poco, él estaba en casa.
Entonces ocurrió.
Estaba ahí cerrando con llave mientras Charli deseaba que la tierra se la tragara. No tenía el valor para mirarlo y decirle adiós sin sentir la vergüenza.
—Hola. Buenos días — saludó una vos masculina.
“Dios mío. No puede ser”.
Sin saber cuántos segundos después, sucedió:
—Entonces, mucho gusto.
—Igualmente. Soy Mario — agregó con un firme apretón de manos.
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Editado: 28.08.2019