La relación que tenía con mi padre, no era la mejor de todas, pero tampoco llegaba a ser la peor. Tan solo éramos dos desconocidos que lo único que tienen en común es la sangre que corre por sus venas.
Mi vida se hizo pedazos hace nueve años, cuando mamá murió en un accidente de auto en un día lluvioso. Desde entonces, lo único que obtuve de él fue su rechazo, su ausencia y su odio.
Porque a fin de cuentas, fue mi culpa que mamá muriera.
Ahora, dejando en claro cómo era nuestra convivencia, seguía pareciéndome extraño que él personalmente estuviera llevándome al lugar que sería mi nueva casa.
Hace varias horas habíamos abandonado la gran ciudad y nos dirigíamos a Luckvard, el pueblo natal de mi mamá y donde yo también había nacido.
El viaje en el auto ha resultado espantoso, me mareo con facilidad y debido a ello no he hecho otra cosa que no sea vomitar y dormir. Me hubiera encantado colocar un poco de música, pero conociendo a mi papá, no iba a aceptarlo.
Lo único que podía admirar era una larga carretera que parecía no tener fin y un bosque inmenso a nuestros alrededores. No era algo muy entretenido de mirar a menos que fuera para abocetar, pero en esos momentos no podía hacerlo.
No cuando aún trataba de recuperarme de la vomitada de hace unos minutos. Realmente quería llegar rápido para bajarme, no lo soportaba más.
Apoyé la cabeza sobre la ventana y cerré los ojos unos instantes para relajarme.
Desde que ingresamos al auto, no habíamos soltado una sola palabra, aunque el silencio que reinaba entre nosotros estaba lejos de ser incómodo. Simplemente, nos ignorábamos mutuamente y para ser sincero, lo prefería de ese modo.
Nuestra última conversación decente fue hace un mes cuando me expulsaron del instituto al que iba por violencia excesiva o eso fue lo que colocaron en mi expediente.
Ese es el motivo principal de mi mudanza. Según mi papá y su esposa, lo mejor era iniciar desde cero lejos de la ciudad. A simple vista, parece que se preocupan por mi bienestar, pero no es así.
Todo empezó un miércoles en la mañana, en el que, antes de ir a clases, tuve una fuerte discusión con él. Después de estar tanto tiempo callado y soportando las cosas, me armé de valor y le grité todo lo que traía atorado.
El problema fue que no quedé satisfecho porque continuaba reteniendo un sinfín de reclamos hacia su persona que no pude terminar de soltar, ya que, él se fue y me dejó hablando solo.
Y para empeorar el día, en mi curso me esperaba Mark. Era el típico idiota que se mete con quien sea, sin importarle nada. Era el típico imbécil que se divierte humillando y molestando a otros.
Llamé su atención cuando me metí en un asunto que no era de mi incumbencia. Lo hice cuando interferí y ayudé a un pobre chico que era acosado por él, ya que no tenía el valor suficiente para defenderse.
Desde ese momento, me convertí en su próximo objetivo. Aun así, no le tuve miedo porque en mi vida, nada me asustaba más que Adrián Voinescu, mi padre.
En primer lugar, no le tomé importancia a sus constantes intentos por fastidiarme porque no era diferente de una mosca molesta que solo tienes que aplastarla para acabar con ella.
O eso era lo que pensaba. Sin embargo, esa mosca resultó ser más que molesta cuando descubrió mi punto débil.
La enfermedad ocular que padezco es un secreto que solo conocen mis parientes y mis amigos. Nadie más. Por eso no me explicaba cómo se había enterado de ello.
Y como el imbécil que es, lo utilizó para dejarme en ridículo delante de los demás. Lo que tanto temía, se hizo realidad al convertirme en el blanco de las miradas incómodas, de los susurros confidentes y de las burlas.
Jamás en mi vida me sentí tan expuesto como en ese momento. Todas las barreras y muros que coloqué a mi alrededor para no salir herido, habían sido derrumbadas de la manera más cruel.
—Yo conozco tu secreto. Sé que eres un fenómeno que no ve el mundo igual que nosotros —Una sonrisa ladina se dibujó en su rostro.
—¿Qué dijiste? —pregunté entre dientes, hundiendo el entrecejo.
—Que yo sé que tienes un defecto en los ojos desde que naciste. Fenómeno. Dime, ¿cómo me veo? ¡¿Negro, blanco o gris?! —se echó a reír y sus amigos le siguieron la corriente.
Apreté con fuerza los puños, al igual que mis dientes. Él seguía sonriendo y haciendo comentarios con el grupo de estúpidos que lo acompañaban.
—¿En serio él ve el mundo como los animales?
—Qué locura.
—Es horrible.
—Es un fenómeno.
Verlo burlarse de mi enfermedad como si fuera un juego, como si fuera la cosa más divertida del puto mundo, me hizo explotar y todo lo que estuve reteniendo durante mucho tiempo, lo descargué sobre él al abalanzarme sobre su cuerpo.
Me cegué de furia y lo único que deseaba en esos instantes, era molerlo a golpes para que nunca más se atreviera a meterse conmigo. Y así lo hice porque durante el receso, ambos intercambiamos un sinfín de puñetazos sobre el otro.
La pelea fue tan grande que la mayoría de la escuela fue a vernos e incluso fue transmitido en vivo. Los docentes y algunos estudiantes sensatos que trataron de separarnos, terminaron recibiendo un codazo y uno que otro puñetazo de mi parte.
Estaba fuera de control.
Mark y yo nos sumergimos en un forcejeo, insultándonos sin descanso alguno. Los nudillos me ardían bastante, al igual que otras partes del cuerpo, pero en el calor de la pelea, esto quedaba en segundo plano.
Él no lucía muy distinto a mí, parecía que le saldrían chispas de los ojos y tenía la cara roja, como si estuviera por incendiarse.
Apretaba con fuerza la mandíbula y se le marcaban las venas en la frente. Sus cejas se hallaban fruncidas y sus labios apretados en una sola línea.
Dejando eso de lado, el resto de su cara era cubierta por una gran cantidad de moretones que le hice. Le sangraba el labio y la nariz al igual que a mí, podía sentir el dolor y el sabor metálico en mi boca.
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Editado: 05.01.2025