El Dominio de Darius

Capítulo 4: El Silencio que aprisiona

El amanecer llegó al castillo de la Luna Plateada, pero su luz parecía incapaz de atravesar la sombra que Darius había dejado la noche anterior. La fortaleza, que alguna vez había sido el centro de la esperanza y la tradición del clan, ahora era un recordatorio de su sometimiento. Los lobos de la Sombra Carmesí dominaban los pasillos, y la presencia de Darius se sentía en cada rincón.

En la habitación principal, Lyanna se despertó con los primeros rayos de la mañana, aún en el mismo lugar donde había pasado la noche: junto a la ventana. Había permanecido despierta, temblando bajo la presión invisible, pero abrumadora de Darius, quien no había hecho más que ocupar la cama sin dirigirle una palabra después de su breve conversación.

El silencio de Darius había sido más inquietante que cualquier amenaza verbal. Incluso mientras dormía, parecía un depredador acechando, y Lyanna no había podido bajar la guardia ni un instante. Su mente estaba atrapada en una maraña de pensamientos, preguntándose qué esperaba de ella y cuánto tiempo duraría este juego de control.

Cuando finalmente escuchó movimiento detrás de ella, giró lentamente la cabeza para verlo levantarse. Darius, a pesar de la informalidad de la situación, mantenía una presencia imponente. Su cabello oscuro estaba ligeramente desordenado, pero no disminuía su intensidad. Se estiró con una lentitud deliberada, como si el peso de su crueldad no le afectara, y luego se giró hacia Lyanna, estudiándola con sus ojos dorados como si evaluara a una presa cautiva.

—Supongo que no dormiste. No esperaba que lo hicieras —dijo Darius, su voz baja, pero cortante, desprovista de cualquier tono de preocupación.

Lyanna no respondió. No tenía palabras para expresar el cúmulo de emociones que sentía: miedo helado, enojo hirviente, desesperación paralizante y una chispa de odio frío que luchaba por no apagarse bajo el peso de su opresión.

Darius caminó lentamente hacia ella, sus botas resonando suavemente contra el suelo de piedra. Cada paso parecía una declaración muda de su control absoluto. Cuando estuvo a su lado, se detuvo, cruzando los brazos sobre su pecho mientras observaba el mismo paisaje que ella había estado mirando durante horas, como si reclamara también sus pensamientos.

—Este castillo... creías que era tu hogar, ¿verdad? Un lugar donde estabas segura —su voz era casi un susurro, pero cargado de burla—. Pero la verdad es que nunca lo fue. Y ahora, es mío. Igual que tú.

Lyanna apretó los puños con fuerza, sus uñas clavándose en sus palmas mientras luchaba por contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Se negó a darle la satisfacción de ver su vulnerabilidad.

—Tal vez hayas ganado esta batalla —dijo Lyanna, su voz apenas un susurro tensado—, pero no podrás tomar lo que no se da por voluntad.

Darius giró la cabeza hacia ella, una leve sonrisa curvando sus labios, pero no había calidez en ella. Era una mueca de desafío, como si disfrutara de su impotencia.

—Voluntad... no tiene lugar aquí, Lyanna —susurró, su aliento rozando su oído con una amenaza implícita—. Aprenderás que la voluntad es un lujo del cual ya no dispones.

Antes de que ella pudiera responder, una serie de golpes firmes resonaron en la puerta. Darius no apartó su mirada de Lyanna mientras daba una orden seca para que entraran.

Un lobo de la Sombra Carmesí abrió la puerta y se inclinó ligeramente en señal de respeto forzado antes de hablar.

—Alfa, los líderes restantes del clan esperan en el salón principal. Han solicitado audiencia con usted.

Darius dejó escapar un leve suspiro, más de fastidio que de cansancio, y luego se giró completamente hacia Lyanna.

—Nuestra conversación no ha terminado —dijo en un tono serio que no admitía réplica—. Pero mientras tanto, asegúrate de recordar lo que dije anoche. No intentes desafiarme.

Con eso, se dirigió hacia la puerta, dejando a Lyanna sola en la habitación. El peso de sus palabras la envolvió como una cadena invisible, pero también sintió cómo la chispa de resistencia dentro de ella, aunque pequeña, se negaba a extinguirse. Puede que estuviera atrapada, pero no estaba dispuesta a romperse sin ofrecer batalla.

*****
El salón estaba lleno de una tensión palpable cuando Darius entró, su figura imponente dominando el espacio como un depredador en su territorio. Los líderes restantes del clan Luna Plateada, junto con los padres de Lyanna, esperaban con expresiones que iban desde la sumisión forzada hasta una ira apenas contenida. Adara, sentada junto a Thalrik, luchaba por mantener la compostura, sus ojos vidriosos al contemplar cómo su hogar había sido profanado.

Darius se acercó al trono que había reclamado como suyo, sentándose con la confianza arrogante de un depredador que sabe que tiene el control absoluto. Su mirada recorrió el salón, deteniéndose brevemente en cada rostro, evaluando su nivel de obediencia.

—Hablen —ordenó Darius, su voz fría y autoritaria—. Estoy de buen humor esta mañana, así que escucharé lo que tienen que decir. No confundan mi paciencia con debilidad.

Uno de los líderes más jóvenes, visiblemente nervioso, se atrevió a dar un paso adelante, su cuerpo temblaba ligeramente.

—Alfa Darius, entendemos que ha tomado el control de nuestro clan, pero... ¿qué significa esto para nuestras familias y nuestro futuro? —su voz apenas superaba un susurro.




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