La fortaleza de la Sombra Carmesí era un reflejo de su líder: poderosa, intimidante y letal, un bastión de oscuridad y fuerza bruta. Pero incluso Darius, con su dominio absoluto, no gobernaba completamente solo. A su lado, siempre en las sombras pero no menos letal, estaba su beta: Kael, un hombre cuya lealtad a Darius era incuestionable, una devoción absoluta forjada en batallas y derramamiento de sangre, pero cuya propia ambición latente lo hacía un lobo peligroso incluso entre sus aliados, una amenaza potencial para cualquiera que se cruzara en su camino.
Kael: El Silencio Afilado
Kael había sido el beta de Darius desde los primeros días de su ascenso al poder, desde los albores de su reinado de terror. Aunque no compartía la altura imponente de su Alfa, su presencia era igualmente imponente, una autoridad silenciosa que exigía respeto y obediencia incondicional. Con cabello negro azabache, siempre atado hacia atrás con una precisión implacable, ojos grises como tormentas de invierno, fríos e implacables, y una cicatriz que cruzaba su mejilla derecha como una marca de guerra, Kael era la definición de disciplina y eficiencia, un guerrero implacable y un estratega astuto.
Siempre vestido de negro, como un espectro en las sombras, con detalles en plata que marcaban su rango y su estatus, y un chaleco reforzado diseñado tanto para la batalla como para impresionar, Kael era un símbolo de poder y control.
Si Darius era el trueno, la fuerza bruta y la destrucción, Kael era el cuchillo silencioso, moviéndose donde su Alfa no podía, anticipando sus deseos y eliminando amenazas antes de que tuvieran la oportunidad de crecer, antes de que siquiera se manifestaran. Donde Darius era brutal en su dominio, imponiendo su voluntad con violencia y terror,
Kael era calculador, observando cada movimiento, cada susurro, cada sombra, y asegurándose de que la cadena de mando permaneciera intacta, de que el orden de la Sombra Carmesí se mantuviera incuestionable.
Esa mañana, mientras Darius repasaba los informes sobre las manadas que habían comenzado a rendirle tributo, consolidando su poder y expandiendo su influencia, Kael estaba de pie a su lado, su mirada fija en el mapa desplegado sobre la mesa, analizando cada detalle con una precisión implacable.
—La resistencia entre las élites de la Luna Plateada está disminuyendo, pero los Velkan, los padres de Adrian, aún no han dado señales de sumisión. Tal vez sería prudente eliminarlos antes de que se conviertan en un problema —dijo Kael, su voz baja, pero firme, sin dejar lugar a dudas sobre la seriedad de su sugerencia.
Darius no levantó la vista del mapa, su atención centrada en la estrategia a largo plazo, pero la tensión en su mandíbula, un ligero tic en su rostro, dejó en claro que consideraba la sugerencia de su beta con la seriedad que merecía.
—Viktor Velkan es un hombre orgulloso, pero no es tonto. Sabe que enfrentarse a mí significaría el fin de su clan, su aniquilación total. Los dejaré vivir... por ahora. Pero si cometen un solo error, si muestran el más mínimo signo de insubordinación, no tendré misericordia —respondió Darius, su voz cargada de una amenaza implícita.
Kael asintió, sin cuestionar la decisión de su Alfa, aunque su mirada reflejaba una ligera decepción. Sabía que Darius siempre jugaba a largo plazo, tejiendo una red de poder compleja y calculada, y cada movimiento suyo era parte de un plan más grande, una estrategia meticulosa.
Sin embargo, su atención se desvió cuando mencionaron a Lyanna, su interés repentinamente agudizado.
—Y la Luna... ¿cómo la vas a manejar? Hasta ahora, ha sido sumisa, pero no estoy seguro de que permanezca así —preguntó Kael, su voz teñida de una leve preocupación.
Darius sonrió ligeramente, pero no era una sonrisa cálida o amistosa. Era una expresión fría y calculadora, una promesa de control.
—Lyanna aprenderá su lugar. No es una amenaza para mí, Kael. Su resistencia no es más que el reflejo de alguien que aún no entiende cómo funciona el mundo, la ingenuidad de una niña mimada. Se romperá o se moldeará; ambas opciones funcionan para mí —respondió Darius, su voz llena de una confianza arrogante.
El Encuentro con Adrian
Mientras tanto, Lyanna caminaba por uno de los pasillos del castillo, buscando un momento de soledad, un respiro de la opresión constante que la ahogaba. Desde su boda forzada con Darius, había sentido como si estuviera atrapada en una jaula de acero, observada en todo momento por los lobos de la Sombra Carmesí, su libertad completamente arrebatada. Pero ese día, mientras doblaba una esquina, se encontró cara a cara con Adrian.
Él estaba allí, su figura desaliñada contrastando fuertemente con la arrogancia y el orgullo que solía irradiar. Vestía una camisa blanca ligeramente arrugada y pantalones oscuros, su ropa reflejando su estado de ánimo sombrío, y su cabello rubio estaba despeinado, como si no hubiera dormido en días, su rostro demacrado y sus ojos inyectados en sangre. Cuando la vio, su rostro mostró una mezcla de sorpresa, resentimiento y una pizca de desesperación.
—Lyanna... todavía tienes el descaro de caminar como si fueras alguien importante —dijo Adrian con amargura, su voz cargada de reproche.
Lyanna sintió una punzada de enojo, una oleada de furia contenida, pero también un leve temor, una inquietud ante la imprevisibilidad de Adrian. Aunque ya no sentía nada por él más allá de dolor y traición, su presencia era un recordatorio constante de todo lo que había perdido, de su vida anterior y de su futuro robado.