El invierno parecía eterno en las tierras del norte, y el aire frío era tan implacable como el hombre que gobernaba sobre ellas. En el castillo de la Luna Plateada, el control de Darius Vargath era absoluto. Nadie cuestionaba sus órdenes, y los que lo hacían rara vez vivían para lamentarlo. Sin embargo, había algo en la forma en que Darius se movía, en la intensidad de sus palabras, que sugería que el Alfa había enfrentado tormentas incluso más severas que las que ahora imponía.
***Una Visión de Su Pasado***
Hace años, mucho antes de que la Sombra Carmesí alcanzara su dominancia actual, Darius era un niño. Un niño que no entendía la crueldad del mundo, pero que la conoció demasiado pronto. El clan Vargath había sido uno de los más brutales en su región.
Gobernaban con fuerza, aplastando a cualquier lobo que se atreviera a desafiar su poder. Pero el poder también atraía enemigos, y el clan Vargath fue atacado durante la peor tormenta del invierno.
Darius tenía apenas ocho años cuando vio la fortaleza de su familia caer ante las llamas. Los lobos enemigos, liderados por un Alfa ambicioso, no dejaron piedra sobre piedra ni sobreviviente con vida. A los hombres los mataron, a las mujeres las humillaron y dejaron el cadáver del Alfa Vargath—el padre de Darius—como un trofeo en la entrada de la fortaleza.
Darius se había escondido en un pequeño túnel bajo las ruinas del castillo, su cuerpo temblando de miedo y frío mientras escuchaba los gritos de su madre y de sus hermanos. La última voz que escuchó antes de que el silencio absoluto dominara fue la de su padre:
"Recuerda, Darius... el poder es todo. Si quieres sobrevivir, debes tomarlo, no esperar que alguien te lo dé."
Esas palabras se grabaron en el alma de Darius, convirtiéndose en la chispa que alimentaría su carácter despiadado. Se juró nunca volver a ser un espectador del dolor, nunca volver a ser débil. Si el poder era todo, entonces él se convertiría en la encarnación más pura de ese concepto.
En el Presente: La Crueldad como Herramienta
Darius estaba sentado en el trono del castillo de la Luna Plateada, una obra majestuosa de piedra blanca decorada con plata y terciopelo azul oscuro. El respaldo del trono ascendía en forma triangular hacia una punta afilada, emulando las montañas que vigilaban el castillo. Los patrones grabados en el trono narraban la historia del clan Luna Plateada, pero bajo Darius, estas historias se sentían como un eco olvidado.
El salón del trono, con su techo alto sostenido por pilares grabados con lobos en movimiento, ahora parecía una sombra de lo que Adrian había soñado cuando eligió este espacio como símbolo de su futuro liderazgo. Las ventanas arqueadas estaban cubiertas de escarcha, permitiendo que la luz del sol invernal apenas iluminara el tapiz azul oscuro que se extendía desde el trono hasta el centro del salón. Las marcas de sangre en las esquinas del suelo de mármol eran una advertencia visual, un recordatorio de lo que le ocurría a quienes desafiaban a Darius.
Los líderes del clan Luna Plateada se encontraban de pie frente al trono, sus posturas rígidas y nerviosas. Ninguno se atrevía a levantar la voz ni a mostrar señales de resistencia. A un lado del trono, Kael observaba a todos con la misma intensidad que su Alfa, preparado para actuar al menor indicio de desobediencia.
Kael rompió el silencio, inclinándose ligeramente hacia Darius para informarle.
Le habla en voz baja
—Alfa, los líderes del clan Velkan han enviado una carta solicitando un encuentro. Quieren discutir términos para un acuerdo.
Darius dejó escapar una leve risa, pero no había humor en ella.
—Términos. Siempre creen que pueden negociar conmigo, como si su posición fuera igual a la mía. Envía un mensaje, Kael. Diles que los escucharé solo si vienen al castillo. Y asegúrate de que entiendan lo que les costará desafiarme.
Kael asintió y se retiró, dejando a Darius solo con sus pensamientos. Mientras observaba a los líderes de la Luna Plateada desde el trono, recordó la última vez que un Alfa intentó negociar con él. Aquel hombre había sido fuerte, pero no lo suficiente, y Darius había hecho que su muerte fuera un espectáculo que nadie olvidaría.
El Encuentro con Lyanna
Más tarde, Darius regresó a su habitación, donde Lyanna estaba sentada junto a una mesa, mirando una copa de vino sin tocar. Su cabello plateado brillaba bajo la luz de las velas, y aunque su postura era aparentemente tranquila, Darius podía ver la resistencia en su mirada.
—¿Por qué no bebes? Te he dado todo lo que necesitas para sobrevivir aquí.
Lyanna levantó la mirada, su voz suave pero firme.
—Me diste este lugar, pero no me diste mi libertad. No hay nada aquí que pueda hacerme olvidar lo que me quitaste.
Darius se acercó a ella, cada paso resonando en el suelo de piedra. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, inclinó la cabeza ligeramente, sus ojos dorados buscando los suyos.
—Olvidar no es necesario, Lyanna. Lo único que necesitas es aprender a aceptar lo que eres ahora. Mi Luna. Y si quieres sobrevivir, ese será tu único objetivo.
Ella lo miró, su corazón latiendo rápidamente, pero se negó a apartar la vista.