El Dominio de Darius

Capítulo 13: La Luna Rebelde

El silencio en la habitación era denso, solo interrumpido por el suave susurro del viento nocturno a través de las cortinas. Darius permaneció acostado, sintiendo la tensión irradiar del cuerpo de Lyanna a su espalda. La necesidad física que lo había impulsado a traer a las lobas la noche anterior se había desvanecido, reemplazada por una urgencia más profunda y desconcertante: la de estar cerca de Lyanna, aunque ella lo rechazara con cada fibra de su ser.

Una parte de él, el alfa dominante y cruel, se sentía ultrajado. ¿Cómo se atrevía esta mujer, tomada por la fuerza y sin ningún poder aparente, a negarle su lecho? Pero otra parte, la que había despertado con ese fatídico beso, experimentaba una confusión visceral. Nunca antes había sentido este tipo de conexión, esta necesidad imperiosa de una sola persona. Las mujeres con las que había compartido su lecho en el pasado eran meros instrumentos para liberar sus impulsos, fácilmente reemplazables. Lyanna, en cambio, se había grabado en su ser de una manera que no comprendía.

A la mañana siguiente, el sol apenas comenzaba a despuntar cuando Darius se levantó. Sin dirigirle la palabra a Lyanna, que seguía dándole la espalda, se vistió y salió de la habitación. Cumpliendo su promesa, dio órdenes a Kael para que las tres lobas fueran escoltadas de regreso a sus territorios.

Observó el carruaje alejarse con una sensación extraña, una mezcla de alivio y una punzada de algo parecido a la pérdida.

Cuando regresó a los aposentos, Lyanna ya no estaba en la cama. La encontró de pie junto a la ventana, con la mirada perdida en el horizonte. Su cabello plateado, aún despeinado por la noche, brillaba con la luz naciente. Sus labios, aún ligeramente hinchados y con un tenue color amoratado en la zona donde él la había mordido, eran una marca visible de su brutalidad. Al ver esa señal en el delicado rostro de Lyanna, Darius sintió una punzada extraña, una mezcla de culpa fugaz y una posesividad aún más intensa. Era una marca de su dominio, sí, pero también un recordatorio físico de la violencia con la que la había reclamado.

—Se han ido —dijo Darius, sin poder evitar un tono que buscaba, aunque fuera mínimamente, aliviar la tensión entre ellos.

Lyanna no se giró. Su voz, cuando finalmente habló, era fría y distante:

—Gracias por cumplir tu palabra, Alfa.

La formalidad en su trato lo irritó. Era su esposa, aunque el lazo que los unía fuera forzado y amargo.

—Eres mi esposa, Lyanna —respondió, su tono endureciéndose—. No necesitas agradecerme por cumplir mis propios decretos.

Finalmente, ella se giró. Sus ojos azules lo atravesaron con una intensidad gélida.

—Mi cuerpo puede estar aquí, en tus aposentos, bajo tu techo —replicó, su voz firme a pesar de la rabia contenida—. Pero mi espíritu y mi lealtad nunca te pertenecerán. Sé que mi hermana Iris debe estar regocijándose en este momento, viéndome humillada y despojada, mientras ella seguramente trama cómo ocupar mi lugar a tu lado.

Sus palabras lo golpearon con una fuerza inesperada. Darius estaba acostumbrado a la sumisión, al temor reverente. La abierta rebeldía en los ojos de Lyanna, la mención de su ambiciosa hermana Iris, en lugar de enfurecerlo por completo, despertó en él una extraña mezcla de frustración y... ¿admiración?

—Ya veremos eso, Lyanna —dijo, su voz ahora más baja, cargada de una promesa implícita—. El tiempo dirá a quién pertenece tu lealtad, y si tu hermana tiene la audacia de intentar lo que insinúas, se enfrentará a mi ira.

Se acercó a ella, y Lyanna se tensó visiblemente. Él se detuvo a una distancia prudente, consciente de la barrera invisible que ella había levantado entre ellos.

—Hoy habrá una reunión con los líderes de los clanes menores de Luna Plateada —continuó Darius, cambiando de tema—. Como reina, estarás presente.

Los ojos azules de Lyanna se entrecerraron, mostrando suspicacia.

—¿Para qué? ¿Para que vean a la reina humillada que duerme sola mientras su esposo se divierte con otras? ¿Para que Iris vea lo lejos que he caído?

La acusación, aunque dolorosa, era cierta. Darius sintió una punzada de incomodidad, una emoción nueva y desagradable.

—Para que vean a la reina de Sombra Carmesí y Luna Plateada —corrigió Darius, su voz firme—. Eres mi esposa, Lyanna, y representarás tu posición. Tu honor es mi honor, aunque parezca que lo dudes.

Lyanna lo miró con incredulidad, sin poder discernir la verdad detrás de sus palabras. Después de la humillación de la noche anterior, le resultaba imposible confiar en él.

—No necesito tu protección, Alfa —dijo con orgullo herido—. Puedo mantener mi propio honor, a pesar de los intentos de mi hermana por deshonrarme.

—Quizás —concedió Darius—. Pero ahora estamos unidos, Lyanna, quieras o no. Tu imagen refleja la mía. Y como rey, no permitiré que mi esposa sea vista como débil o despreciada, especialmente si tu propia hermana acecha en las sombras esperando tu caída.

La idea de tener que presentarla ante los clanes, después de su comportamiento de la noche anterior, lo llenaba de una tensión adicional. Necesitaba que Lyanna mostrara fortaleza, aunque por dentro lo odiara. Su unión forzada era ahora un asunto de estado, y la percepción de su reina era crucial para consolidar su poder, especialmente con la amenaza latente de Iris.




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