El silencio en el salón principal era denso, solo interrumpido por las respiraciones contenidas de los líderes de los clanes menores de Luna Plateada mientras se inclinaban ante la llegada de Darius y Lyanna. Darius, con su imponente presencia y sus ojos dorados escrutando a cada uno, irradiaba la autoridad de un rey recién coronado. A su lado, Lyanna caminaba con una dignidad fría, su vestido azul noche resaltando su belleza pálida y su cabello plateado recogido con severidad. A pesar de la hinchazón visible en sus labios, su porte era impecable, desafiante.
En un rincón del salón, con una sonrisa forzada y los ojos inyectados en una envidia punzante, se encontraba Iris. Observaba a Lyanna ascender al trono que Darius había dispuesto a su lado, un sitial de poder que Adrian, su amante hasta hace apenas un mes, había mandado a construir para ella, Iris, como futura reina de la manada Sol Dorado y Luna Plateada. La visión de Lyanna ocupando ese lugar, el lugar que Iris creía suyo por derecho, era una puñalada en su orgullo. No podía soportar ver a su hermana, a quien consideraba débil y fácilmente manipulable, investida de tal honor y prominencia.
Mientras tomaban asiento en los tronos elevados, la mirada de Darius se posó en Lyanna. Notó la forma en que algunos líderes, especialmente las mujeres, la observaban con una mezcla de curiosidad y lástima, seguramente enterados de los rumores sobre la llegada de las tres lobas la noche anterior.
Una punzada de fastidio recorrió a Darius. La debilidad percibida de su reina era una mancha en su propio poder.
Fue entonces, mientras observaba la altivez silenciosa de Lyanna, que la idea se cristalizó en la mente de Darius. Utilizarla.
Lyanna poseía una belleza innegable y, a pesar de su resistencia, una fuerza interior latente. Si podía moldear esa fuerza, dirigirla, podría convertirla en un activo invaluable para su reinado. En lugar de una esposa sumisa y fácilmente reemplazable, podría tener a su lado una reina respetada, incluso temida, cuya presencia fortalecería su posición en lugar de debilitarla.
Durante la reunión, Darius se esforzó por presentar a Lyanna como su igual. La consultó en decisiones menores, aunque ya tuviera su propia opinión formada, y elogió su linaje y su sabiduría ante los líderes presentes. Iris observaba cada interacción con el rostro cada vez más crispado, incapaz de ocultar su furia al ver cómo Darius le ofrecía a Lyanna una plataforma de poder que ella anhelaba desesperadamente. Lyanna, aunque visiblemente tensa, respondió con la compostura que su rango exigía, proyectando una imagen de reina digna y serena, a pesar de la tormenta que seguramente se desataba en su interior.
Al finalizar la reunión, mientras se retiraban, Darius notó una sutil diferencia en las miradas que dirigían a Lyanna. Ya no había solo lástima, sino también una incipiente curiosidad y respeto. Su plan, por incipiente que fuera, parecía estar dando sus primeros frutos. Iris, por su parte, se había quedado rezagada, observando la espalda de Lyanna con una mezcla de odio y frustración.
De vuelta en sus aposentos, Darius se giró hacia Lyanna.
—Has estado... admirable hoy —dijo, la sinceridad en sus palabras lo tomó por sorpresa.
Lyanna lo miró con escepticismo.
—¿Esperabas que me derrumbara y llorara ante tus vasallos, Alfa? No te daré esa satisfacción. Especialmente con Iris observando cada uno de mis movimientos, esperando verme fallar.
—No —respondió Darius, sintiendo una extraña punzada de... ¿decepción? ante su tono defensivo—.Pero has mostrado fortaleza. Una fortaleza que puede ser útil.
Los ojos azules de Lyanna se entrecerraron.
—¿Útil para qué, exactamente? ¿Para tus juegos de poder? ¿O para restregarle en la cara a mi hermana que, a pesar de todo, soy yo quien ocupa el trono a tu lado?
—Para nuestro poder, Lyanna —corrigió Darius, su voz firme—. Estamos unidos, lo quieras o no. Tu fuerza es mi fuerza. Y la debilidad de uno, puede ser la perdición del otro. Tu hermana ya ha demostrado de lo que es capaz.
La mención de Iris pareció hacer mella en Lyanna. Su expresión se endureció.
—¿Qué sabes de Iris que yo no sepa?
Darius sonrió levemente, satisfecho de haber encontrado una grieta en su armadura.
—Sé que ambiciona lo que tú tienes. Y sé que no dudará en arrebatarlo si se le presenta la oportunidad. Pero juntos, Lyanna, podríamos hacer que esa oportunidad nunca llegue.
La idea flotó en el aire, cargada de desconfianza y una necesidad tácita. Lyanna lo miró fijamente, tratando de descifrar sus intenciones ocultas. La conexión Alfa-Luna, aunque sutil para ella, le permitía percibir una sombra de la determinación fría y calculadora que se escondía tras sus palabras.
Sabía que Darius no actuaba por bondad, pero la amenaza de Iris era real y palpable, y el poder que él le ofrecía, aunque forzado, era innegable.
Un pacto silencioso, forjado en la desconfianza, el resentimiento compartido hacia Iris y la necesidad mutua, comenzaba a formarse entre el cruel rey y su reina forzada. La idea de Darius era clara: utilizar la fuerza de Lyanna para consolidar su propio poder, explotando su orgullo herido y su rivalidad familiar, mientras le mostraba a Iris, con cada acto, quién era la verdadera reina ahora. El futuro de su reinado, y quizás incluso su supervivencia, podría depender de esta peligrosa alianza, tejida sobre el amargo recuerdo de la traición.