El Dominio de Darius

Capítulo 18: La sombra de los Velkan

Los días previos a la luna llena transcurrieron con una tensión creciente. La inminente llegada de los Velkan, la manada de Adrian, se sentía como una tormenta a punto de estallar sobre el Castillo de Plata. El recuerdo de Adrian, quien poco antes había abandonado el castillo, aún revoloteaba en la mente de todos, alimentando viejas heridas y nuevas incertidumbres.

Darius, después del incidente en sus aposentos, donde la pasión y la posesividad se habían mezclado de una manera que lo perturbaba, se mostraba distante y posesivo con Lyanna. La atracción entre ellos era innegable, una corriente eléctrica que vibraba en el aire cada vez que se acercaban, pero la desconfianza y el celo de Darius creaban una barrera infranqueable.

Lyanna, por su parte, luchaba contra sentimientos contradictorios. El deseo que Darius despertaba en ella la aterraba, porque chocaba con el odio que sentía por él. La forma en que la había visto, desnuda y vulnerable, la había excitado y humillado al mismo tiempo. Era una batalla interna, una guerra entre la razón y el instinto.

Iris, consumida por la envidia, aprovechaba cada oportunidad para envenenar la mente de Darius, insinuando encuentros pasados entre Lyanna y Adrian.

—No olvides, Darius —decía Iris, su voz cargada de malicia—, que Lyanna y Adrian fueron prometidos. Compartieron confidencias, sueños... quizás algo más.

Darius, aunque intentaba ignorar sus provocaciones, no podía evitar sentir un retorcijón de celos cada vez que Iris mencionaba el nombre de Adrian. Era una emoción nueva y desagradable, una debilidad que no esperaba sentir.

Finalmente, la luna llena llegó, bañando el Castillo de Plata en un resplandor plateado. Con ella, llegaron los Velkan.

Adrian, el príncipe heredero, entró al castillo con una arrogancia que irritó a Darius. Era un hombre alto y apuesto, con el cabello rubio y los ojos azules, vestido con una túnica de terciopelo azul que resaltaba su figura atlética. Su presencia irradiaba poder y confianza, y Darius no pudo evitar compararlo con él. Antes, Adrian había despreciado a Lyanna, la había visto como fea y aburrida, prefiriendo la belleza rubia de Iris. Pero ahora, ante la luz de la luna llena, la veía con nuevos ojos. Su cabello plateado brillaba como la luna, sus ojos azules tenían una profundidad que antes no había notado, y la encontraba deseable de una manera que nunca imaginó cuando eran prometidos. Una sensación extraña, una mezcla de arrepentimiento y deseo, lo recorrió al verla.

El reencuentro entre Adrian y Lyanna fue tenso. Se saludaron con una formalidad distante, pero Darius percibió un brillo en los ojos de Adrian al ver a Lyanna, un brillo que encendió sus celos.

Durante la cena de bienvenida, la tensión era palpable. Los Velkan y la manada Luna Plateada se observaban con cautela, evaluando el poder del otro. Darius, sentado en la cabecera de la mesa junto a Lyanna, se esforzaba por mantener la compostura, pero los celos lo consumían por dentro.

El padre de Adrian, el alfa Valerius, un hombre de edad avanzada pero con una arrogancia que rivalizaba con la de su hijo, vestido con una túnica de seda negra con bordados dorados, dirigió una mirada despectiva a Darius.

—Es un placer estar aquí, aunque lamento las circunstancias que nos reunieron —dijo Valerius, su voz cargada de un desprecio apenas disimulado—. Venimos en son de paz, para asegurar la estabilidad de nuestras manadas.

Su esposa, la alfa Seraphina, una mujer elegante y fría, vestida con un vestido de terciopelo verde esmeralda que resaltaba su figura esbelta, asintió con una sonrisa forzada.

—Esperamos que esta... unión... no afecte nuestras relaciones.

Darius apretó los puños. El desprecio en las miradas de los Velkan era evidente. No lo consideraban un rey legítimo, un rey por linaje, sino un usurpador, un rey a la fuerza.

Iris, vestida con un provocativo vestido rojo escarlata, intentaba acercarse a Adrian, ofreciéndole su compañía y lanzándole miradas seductoras. Adrian, sin embargo, parecía tener ojos solo para Lyanna, lo que enfurecía aún más a Darius.

Después de la cena, Darius se acercó a Lyanna. La luna llena, que brillaba con una intensidad inusual, exacerbaba sus deseos y sus celos. No estaba dispuesto a dejarla sola con Adrian ni un segundo más.

—No te dejaré —dijo Darius, su voz ronca y cargada de una posesividad que no podía controlar.

Tomó a Lyanna del brazo con fuerza, ignorando cualquier protesta, y la arrastró fuera del salón. Su celo y el deseo que la luna llena despertaba en él eran una fuerza imparable. La llevó a sus aposentos, la encerró dentro y se aseguró de que nadie los interrumpiera. Darius no la dejaría cerca de ningún macho.

Lyanna, aunque asustada por la fuerza de Darius, también sentía una extraña excitación. La forma en que él la miraba, la posesividad en su voz, despertaban en ella una respuesta que no comprendía. Adrian jamás la había mirado así, con ese deseo, con esa intensidad. Y eso, aunque la aterraba, también la intrigaba




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.