El Dominio de Darius

Capítulo 19: Luna de Traición y Sangre

Darius, encerrado en sus aposentos con Lyanna, la observaba con una intensidad que la hacía temblar y a la vez, paradójicamente, la atraía. La luna llena, imponente en el cielo nocturno, vertía su luz plateada a través de los amplios ventanales, bañando la habitación en un resplandor que parecía intensificar cada emoción, cada deseo, cada peligro que flotaba en el aire.

Lyanna, de pie frente a él, luchaba contra la tormenta que se desataba en su interior. Sus ojos azules, aunque llenos de cautela, brillaban con un deseo innegable. La proximidad de Darius, su mirada dorada que la recorría como un fuego líquido, la aterraba y la fascinaba al mismo tiempo.

—Darius... —susurró Lyanna, su voz entrecortada, una mezcla de miedo y una excitación desconocida que la avergonzaba y la confundía—. No...

—No tienes miedo —afirmó Darius, su voz ronca y cargada de una posesividad que la aterraba y la atraía al mismo tiempo. Se acercó a ella, su cuerpo imponente eclipsando la luz de la luna. —Deberías tenerme, Lyanna —respondió Darius, su voz baja y peligrosa, como el rugido de un lobo en la oscuridad.

La tomó en sus brazos con una fuerza que la hizo jadear, pero también con una delicadeza inesperada. La besó con una pasión desenfrenada, sus labios reclamando los de ella con una urgencia que parecía consumir todo a su alrededor. Lyanna correspondió, su resistencia derritiéndose ante la intensidad de sus sentimientos. Sus manos se aferraron a él, buscando desesperadamente algo a lo que aferrarse en el torbellino de sensaciones que la invadía, y la barrera que había levantado entre ellos, ladrillo a ladrillo, comenzó a desmoronarse bajo el asedio de su deseo.

Darius la levantó en sus brazos con una facilidad asombrosa y la llevó hacia la cama. La depositó suavemente sobre el lecho y se inclinó sobre ella, sus dedos acariciando su piel con una suavidad que contrastaba con la fuerza que había mostrado momentos antes, y se inclinó sobre ella, su aliento cálido rozando su rostro. La consumación de su matrimonio, largamente postergada, parecía inminente, suspendida en el aire como una promesa cumplida a medias.

Justo cuando la tensión alcanzaba su punto álgido, cuando la distancia entre sus cuerpos se reducía a un suspiro y el silencio de la habitación se llenaba con el latido acelerado de sus corazones, un golpe en la puerta los sobresaltó.

—¡Darius! —la voz de Kael resonó al otro lado, cargada de una urgencia que rompió la magia del momento—. ¡Alfa, hay una reunión clandestina! ¡Los Velkan y algunos de Sombra Plateada... están conspirando! ¡En el bosque!

Darius se separó de Lyanna con una brusquedad que la dejó aturdida. Su rostro se endureció, la pasión que lo consumía reemplazada por una furia fría y calculada. La traición, especialmente la traición de su propia gente, era algo que no toleraría bajo ninguna circunstancia.

—Quédate aquí —ordenó Darius a Lyanna, su voz baja y peligrosa, pero con una autoridad inquebrantable—. No salgas por nada del mundo. No confío en nadie más que en mí mismo en este momento.

Salió de la habitación a zancadas, la determinación en cada uno de sus movimientos, dejando a Lyanna temblando en la cama, atrapada entre el resurgir de su miedo y la persistente resonancia del deseo que había estado a punto de consumirlos.

Kael, su beta, lo esperaba en el pasillo, su rostro estaba sudoroso, y la información que le proporcionó era aún más inquietante. Los Velkan, aprovechando la confusión y el poder de la luna llena, se habían reunido con un grupo de lobos de Sombra Plateada, leales al antiguo régimen y resentidos con el reinado de Darius, para planear un golpe, para derrocarlo y restaurar el antiguo orden. La reunión se llevaba a cabo en un claro del bosque al pie de las imponentes montañas nevadas que se alzaban detrás del Castillo de Plata.

Darius, aunque enfurecido, no actuó impulsivamente. Sabía que necesitaba confirmar la traición con sus propios oídos. Ordenó a Kael que reuniera a sus guerreros más leales, aquellos en quienes confiaba ciegamente, y juntos se adentraron en el bosque, moviéndose con la agilidad y el sigilo de depredadores.

Llegó al claro sin ser detectado. La luna llena iluminaba la escena con una claridad casi sobrenatural. Una gran hoguera ardía en el centro, iluminando los rostros de los conspiradores. Los Velkan y los lobos de Sombra Plateada estaban sentados alrededor del fuego, bebiendo y hablando en voz baja. El humo se elevaba hacia el cielo nocturno, mezclándose con la luz de la luna.
Y lo que Darius escuchó lo enfureció más allá de toda medida.

—Este usurpador no merece reinar —decía uno de los lobos de Sombra Plateada, su voz cargada de veneno—. Nos ha arrebatado nuestras tradiciones, nuestro poder.

—Y esa esposa suya... —intervino un miembro de la manada de los Velkan, con una sonrisa cruel—. ¿Quién es ella para sentarse en el trono? Una simple...

Darius apretó los puños hasta que sus garras emergieron, afiladas y sedientas de sangre. No permitiría que nadie, ni siquiera los Velkan, insultaran a Lyanna.

—Lo derrotaremos —continuó otro conspirador—. Lo haremos arrodillarse ante nosotros, como él nos ha hecho arrodillarnos.

Darius rugió, una furia animal que resonó en lo profundo del bosque, haciendo callar a los traidores.

—¡Nadie me hará arrodillarme! —bramó, revelándose en la oscuridad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.